La crisis en el Rayo es evidente e innegable. Se puede hablar del malestar de la afición, de los problemas extradeportivos (caso Zozulya, gestión de Martín Presa, etc.), de los dos cambios de entrenador, del bajo nivel de forma de muchos jugadores, de la poca participación que se le da a la cantera, de la mala suerte… pero sin embargo, aludiendo al tópico futbolístico por antonomasia, todo se reduce a que "entre la pelotita". Y de momento, no está siendo así.

Cero goles con Míchel

Ante el Cádiz se vivió el enésimo capítulo sin goles por parte del Rayo. El cambio de estilo es evidente, el propio Míchel lo ha dicho en sus declaraciones, y está claro que se ha reducido el número de goles encajados, pero aun así no es suficiente. Un equipo que parecía llamado a volver pronto a Primera es penúltimo con los mismos puntos que el colista.

Míchel apostó por confiar la tarea del gol a Javi Guerra, al que rodeó de tres de los futbolistas con más capacidad de surtir balones: Álex Moreno, Patrick Ebert y Adrián Embarba. Parecía lo más sensato, lejos de los experimentos vistos anteriormente. Por si fuera poco, Trashorras y Jordi Gómez compondrían el doble pivote. Una idea muy creativa que se vino abajo enseguida, con el gol de Álvaro García a los 36 minutos de partido.

En la segunda mitad el entrenador rayista dio otro aire al equipo, más ofensivo aún si cabe, al sustituir a Trashorras y Jordi Gómez por Pablo Clavería y Miku. Ni siquiera dando entrada a Manucho el equipo logró empatar al menos el partido. Ni así se logró mejorar la pobre estadística que refleja por lo que está pasando este equipo: ni un solo remate a puerta en los noventa minutos del encuentro.

El último gol del Rayo lo anotó Ernesto Galán, defensa, en la derrota ante el Mirandés (1-2), que precisamente ahora es colista, y que supuso el cese de Rubén Baraja al frente del Rayo. Desde entonces, el equipo no ha parado de tocar fondo semana sí semana también. Ante el Oviedo, el enésimo ‘match ball’ de un equipo sin alma.