En la salud y en la enfermedad. En la prosperidad y en la adversidad. En la pobreza, en la realeza. En la derrota y en la victoria. En el éxtasis y en la lágrima. En las epopeyas, en las tragedias. En Primera o en Segunda. En la vida, en la guerra. En el Real Madrid o en el Atlético de Madrid. Ambos más que un equipo, ambos un sentimiento. Sus aficiones, su alma, siempre serán antítesis. Sellados en nupcias como antagonistas para la eternidad y la historia del fútbol, se enfrentaban hoy por primera vez en el partido más icónico de siempre para el fútbol de Madrid, la final de la Copa de Europa de Clubes, a un lado el Oso obrero, al otro, el Madroño real.

Jurada la lealtad al rival, el mayor combate de su historia conjunta daba inicio en la grada, donde el sonido, el cántico, iba y venía de costa a costa, como en un partido de tenis, mientras los jugadores salían bajo una sonora ovación al terreno de juego, tras la ceremonia de apertura del espectáculo programada en el lisboeta Estadio da Luz.

Para esta generación del Atlético este era el partido de sus vidas, para la del Real Madrid, la décima, la historia, la grandeza sin ornamentos.

El primer acto comenzó en la grada, y empezó en el césped tras el cambio de Diego Costa, roto en el minuto 9. El Cholo, que nunca había perdido una final, torcía el morro, mientras Adrián tomaría el relevo.

Raúl García disparaba muy alto, con bala de fogueo, el primer tiro del partido en el minuto 13. Ancelotti apostó por Kedhira en la medular para suplir a Xabi Alonso y su estilo hizo espejo sobre el césped, con mayor contudencia defensiva pero carecía de plan con el balón. Los equipos permanecían juntos, con respeto. Defendía con 9 el Atlético en defensa, donde incluso Villa replegaba por lo que perdía mucha fuerza en el contragolpe, con lanza pero sin punta. El Madrid esperaba con el cuarteto de velocistas dispuesto a romper el cronómetro en cada galopada. A la espera de Cristiano, parsimonioso Benzema, voluntarioso Di María, incógnito Bale, el balón tenía más presencia en el área del Madrid, pero el ritmo era contemplativo, había poco movimiento de ambos equipos para favorecer los espacios, ergo las jugadas, los goles.

El partido iba de menos a más con el Atlético al mando. Hasta que Bale agarró la pelota, se fue de la defensa, hizo el gol, y cuando debía rematar su obra, la rompió. Tiró el balon fuera tras una jugada excelsa. El partido volvió a donde estaba, a la contemplación.

Fue en un córner, en el que el recuerdo de Godín en el Camp Nou se hizo presente en el ambiente, un error en la salida de Iker Casillas, y el destino, que le puso el balón en la cabeza al uruguayo, que quien sabe si predestinado, con su halo, punteó el balon al cielo y traspasó la línea que guarda el Santo, que no llegó al milagro por 20 centímetros. Mística.

El Atlético era el Rey

La grada del Atlético desconocía que era aquello, y empezaban a saborear una sensación nunca antes jamás vivida. Saltaban, cantaban, virtualmente eran los reyes de Europa. Lisboa era la Bombonera y a Neptuno se aproximaba un tsunami de algarabía. Con el gol, el Atlético se asentó sobre el campo, y el Madrid, sufría. Y así el partido llegó al descanso.

"Lisboa era la Bombonera y a Neptuno se aproximaba un tsunami de algarabía".

“Sí se puede” gritaba la afición del Madrid, que arengaba a su equipo, flagelado e impotente ante el resultado, a por La Décima. Comenzada la verdad, el Atlético ponía en juego el esférico y daba el inicio al segundo acto mientras Lisboa anochecía. El Atlético recordaba el juego brillante del equipo tras empatar en el Camp nou, mientras en el Madrid, Modric quería empezar a carburar, y enchufó a la grada, que exigía fe al equipo insistentemente: "sí se puede", de nuevo.

Di María seguía embistiendo con sus arrancadas y era el más entonado en la orquesta madridista, que desafinaba. Entonces Cristiano tiró una falta de Miranda a Di María a portería, que se envenenó tras tocar en la barrera, Courtois mandó a córner y aquello dejó de ser la Bombonera para ser el Coliseo Romano. La afición madridista entró en éxtasis. Dos córners próximos al gol dieron la palabra al Real Madrid que enseñaba los dientes bajo la amenaza de que la Copa llegara a Madrid por el Manzanares.

Marcelo e Isco, cambios decisivos

El partido volvió a bajar una velocidad, pero Isco y Marcelo se acababan de quitar el jersey. Relevarían a Coentrao y Kedhira, que no encontraron fortuna donde no había suerte.

"Verso a verso el Madrid encerraba al Atlético en su área. Los rojiblancos estaban contra las cuerdas, pero el guion les favorecía".

El Madrid empezó a ganar terreno, metros y juego, rozando el premio en las botas de Benzema y en especial en las de Bale que volvía a hacer un gol, y a fallarlo en el disparo, solo ante Courtois, solo ante la honra. Fuera.

Mientras, el Atlético dejaba pasar el tiempo, pero el Madrid olvidando ya que no era un partido para contragolpear, sino para golpear, cambiaba de empuñadura.

El partido no presentaba grietas, ambos equipos contenían al otro, y el juego pese al 1-0, reflejaba un marcador en empate, lo que favorecía al Atlético de Madrid. En esas Bale volvía a irse por la banda ante la mirada de Gento, Bartra y Pinto, pero por tercera vez iba a errar en el remate, que no estuvo a la altura de la galáctica jugada. Ancelotti recurría a Morata por Benzema, hoy gato domesticado, tras cuya salida Di María hizo un control con antología de los que merece la pena pagar la entrada solo por verlo. Verso a verso el Madrid encerraba al Atlético en su área. Los rojiblancos estaban contra las cuerdas, pero el guion les favorecía.

La bestia blanca rugía. El Atlético era corazón, pulsaciones; sangre. Sentía algo inédito, estaba rozando la gloria por primera vez en su historia. En el Estadio nadie pensaba en la historia. Hace 40 años, el Bayern empataba al Atlético de Luis Aragonés en el penútimo minuto de la final, y en este penúltimo minuto de Lisboa, todo el mundo lo había olvidado, la afición recordaba al Sabio, a los valores que aportó a esa camiseta, que estaba a una zancada de ser por primera vez campeón de Europa. A una zancada de 6 minutos.

Los jugadores eran conscientes de que quedaban 6 minutos para ser eternos, para ser leyendas del Atlético de Madrid.

El partido moría. El Atlético miraba de reojo la Corona. Recitaba verso a verso la mayor epopeya de su historia. Los jugadores eran conscientes de que quedaba un instante para ser eternos, inmortales, para ser leyendas del Atlético de Madrid. La afición, su alma, festejaba la caza. Reinar en Europa. Tocaba el cielo, lo rozaba. La Copa de Europa estaba a segundos de galardonar por primera vez su camiseta ante su némesis, su eterno rival, en la final perfecta.

Pero la historia volvió. El coraje, la grandeza del Madrid influyó. Repleto de épica en su historia, hasta el final, creyó el Real. Hans-George Schwarzenbeck se reencarnó en la cabeza de Sergio Ramos, que aniquiló el halo y aura del Atlético en el último cartucho del partido con un cabezazo de una rotundidad tajante que devolvía las tablas al marcador. El partido bajaba al Atlético del Olimpo a golpe de martillo, para dar una oportunidad a La Décima. Para ser un concierto sin música, aquello fue una crueldad infernal y una oportunidad celestial.

La prórroga mostraba a un Atlético muy mermado y a un Madrid que había dado con la tecla tras los cambios.

Y llegó el instante. El instante para dejar escrito tu nombre en la historia. Di María se convenció de que el partido estaría en una de sus galopadas, y arrancó. Pegó el balón con pegamento a sus botas y empezó la que sin saberlo sería una de las jugadas más importantes de su vida. Caracoleó en velocidad, dejó atrás a dos defensas a la vez, en un zig zag antológico con el balón pegado al pie, y vio el arco. Frente a frente. Disparó. El estado se enmudeció. Su disparo repelido por Courtois quedó en el limbo, y esta vez sí, Gareth, que había fallado tres goles con el pie, llegó de cabeza para vengar su suerte. Tras ello el Atlético era un edificio en ruinas, y el Madrid, fue el Scalextric temible que venía mostrando durante la temporada.

Los 'Oé' aparecieron en la grada en la posesión del Madrid, justo cuando se abrió un pasillo en la castigada defensa atlética que Marcelo no desaprovechó para marcar a quemarropa el tercer golpe mortal del partido. La Décima esperaba.

"Y así fue, como el Madrid volvió a volar en Lisboa. La Décima tuvo: Corona Real"

El Atlético dejaba 5 hombres en ataque, mientras el Madrid arrasaba con el débil escudo rojiblando que quedaba atrás. Gabi hizo penalti tras regatearle Cristiano, que el portugués toreó y anotó con Courtois vencido a la derecha de la portería para dar así epílogo a este conmovedor, cruel y milagroso, partido de fútbol.

Y así fue, como el Madrid volvió a volar en Lisboa. La Décima ya tiene corona. Corona Real.