Tras llenarme el día de ayer de infinidad de reportajes de la figura de Alfredo Di Stéfano, de reportajes de calidad envidiable, me refiero, decidí que no me quería quedar atrás. Quería escribir sobre el hombre que cambio al club que estoy ligado desde que tengo memoria. Es una clase de obligación personal. No vine a dar un repaso sobre su vida futbolística, ni a tratar de plasmar una poesía de lo grande que era. Simplemente me dejaré llevar y escribiré sobre el mejor futbolista que ha visto la tierra, inspirándome mientras escucho a Carlos Gardel asemejando un cliché sin precedentes (ironía).

Sinceramente, no pensé que la muerte de Don Alfredo me fuera a causar algo más que un malestar pasajero. Pero es que nunca tuve la oportunidad de pensar lo que sería. "Es un día que nunca pensamos que llegaría", dijo ayer Florentino Pérez. Y es verdad. Cuando vi la noticia del fallecimiento de Eusebio hace unos meses, me quise imaginar cómo sería cuando Di Stéfano pasara a mejor vida y simplemente no pude. Y es que los madridistas vemos en la Saeta Rubia una deida. Un ser supremo que nos guió a lo máximo del fútbol mundial y que por ende, era invencible.

A comparación de muchísimos españoles, yo no puedo decir que mi madridismo se debe a Don Alfredo. Mucho menos puedo presumir que mi abuelo lo vio en directo y que él le contó a mi padre y que mi padre a mí. No, aunque quisiera, no puedo. Sin embargo, yo sé lo que fue Alfredo Di Stéfano. Así como sé quiénes son Cristiano Ronaldo, Raúl, Iker, Hierro, Butragueño, Santillana, Juanito, Pirri, Amancio, Miguel Muñoz, Santamaría, Gento, Pukas, Zamora, Quincoces, el mismo Santiago Bernabéu o los hermanos Padrós, etcétera. 

Tengo la dicha de poder presumir, si es que se puede, de haber visto dos partidos completos de Alfredo Di Stéfano. El primero, un 4-0 al Niza en la Copa de Europa de la 1959/60. Don Alfredo metió el tercero de cuatro goles (Pepillo, Gento y Puskas también anotaron). Su gol fue de cabeza, a pase de Chema Vidal (si mal no recuerdo); se elevó sobre un defensa y tras una cuestionable salida del portero, el balón se coló a las redes. 

El segundo de ellos, fue contra el Wiener Sport Club en cuartos de final de Copa de Europa de 1958/59. Di Stéfano apenas metió cuatro goles. El primero fue tras un rebote que le quedó en área chica y solamente tuvo que empujar; en el segundo, con un potente tiro libre en medio de la barrera, dejó sin oportunidades al arquero; en el tercero, aprovechó un error de la defensa y portero para, otra vez, empujar el balón solamente y en el cuarto, se plantó frente al portero, lo recortó a la zurda y tiró. Como bien dijo alguna vez: "Meter goles es como hacer el amor, todo el mundo sabe cómo se hace, pero ninguno lo hace como yo".

Esos dos partidos me bastaron para comprender y dar razón a aquellas frases que pintaban a Di Stéfano como un jugador total, como un futbolista adelantado a su época. Sí que lo era. Sus movimientos en el campo se asemejaban a los de un león cazando una cebra. Atento, paseando por todo el campo buscando siempre la oportunidad de anotar. Mientras, daba gala de su fortaleza física, de su inteligencia, de su entusiasmo y de paso, de su amor por la "vieja", como él mismo apodaba al balón.

Tenía fama de duro, pero eso mismo era su "encanto". Era muy conocida su fama de querer ganar siempre. Pero buscaba primero el bien colectivo antes que el individual. Odiaba perder y si perdía, quería que fuera muriendo en la raya. Era un caballero, leal tanto dentro como fuera del campo.  "No lo merezco, pero lo trinco", decía cuando ganaba un premio individual. 

Las broncas con sus compañeros siempre fueron únicamente para dejar enseñanzas. Aunque a veces se podían malinterpretar sus actitudes. Como con Amancio, por ejemplo. Él mismo relató que, cuando llegó al Real Madrid procedente del Deportivo, jugaron en Ghana su primer amistoso con los blancos. La sorpresa de Amaro fue el ver su camiseta sin escudo. Le pregunto sobre ello a Di Stéfano y él le contestó: "Este escudo hay que ganárselo sudando la camiseta primero, chico". Amancio pensó que fue un reclamo, pero pronto entendió que le enseñó lo que significa portarla.

La única cuenta pendiente que dejó la Saeta Rubia, fue la de no poder jugar un Mundial. Aún así, es tal su aportación, no solamente al Real Madrid, sino al mundo del fútbol, que es considerado junto a Pelé y Maradona, como uno de los mejores jugadores de la historia. El mismo Pelé, Menotti, Del Bosque, Valdano entre otros, comparten la idea de que fue el más grande de todos.

Di Stéfano llegó a un  Real Madrid que apenas había ganado 2 Ligas en 25 años. Fue capaz de liderarlo y convertirlo en el mejor equipo, dejemos de España, de Europa. El resto es historia. Somos lo que somos gracias a él. "Di Stéfano es el Real Madrid", dijo Florentino Pérez tras su deceso. Y es verdad. Ningún jugador es más grande que el escudo, pero Don Alfredo es ya parte del escudo mismo.

Así como hoy comenzamos una era d. A. (Despues de Alfredo), Di Stéfano marcó un antes y un después en el club que amó hasta el último día de su existencia. Su figura será recordada por el resto de la historia. Alfredo Di Stéfano Laulhé ya abandonó su cuerpo, pero su espíritu se quedará siempre en la Avenida de Concha Espina. 

Así es como llego al final y me despido imaginándome que Don Alfredo se fue cantando su tango favorito, ese de Gardel que dice: "Adiós muchachos, compañeros de mi vida. Barra querida de aquellos tiempos. Me toca a mi hoy emprender la retirada, debo alejarme de mi buena muchachada".

Descansa en paz, viejo; que lo mereces.