Tan solo han pasado algo más de 48 horas desde la consecución de la duodécima copa de Europa por el Real Madrid. Los aficionados blancos han regresado a la realidad después de haber tocado por doceava vez el cielo europeo, Cardiff ha vuelto a la tranquilidad de una ciudad pequeña, el Millennium Stadium ha cerrado la cubierta y ya queda muy lejos el partido del sábado frente a la Juventus.

El fútbol tiene la memoria muy corta y para el Real Madrid no iba a ser menos. Lejos queda ya la entrega del duodécimo trofeo continental en la tierra de Gareth Bale, todavía más lejos queda el recorrer las calles de Madrid mostrando la hazaña conseguida contra la Juventus y más lejos quedan aún las famosas galletas ofrecidas en el Ayuntamiento de la capital, esas que endulzaron a los futbolistas y que provocaron las risas de unos niños que han hecho historia en noventa minutos.

Y como se suele decir, después de todo esto llega la calma al club blanco. Unos aprovecharan esta calma para viajar con sus selecciones y disputar los últimos partidos antes de coger sus merecidas vacaciones y otros harán sus maletas para desaparecer hasta que el calendario les marque un nuevo comienzo de curso.

En ese intervalo quedará Zinedine Zidane, el hombre que devolvió la calma al Real Madrid seguirá trabajando en silencio para seguir forjando la historia blanca. Pretemporada, nuevas incorporaciones, Supercopa de Europa frente al Manchester United de Jose Mourinho y el doble partido de Supercopa de España contra el Barcelona. Mucho trabajo para un entrenador que se antoja insaciable. Su trabajo pasa por bajar del cielo a unos futbolistas que se acostumbran a ganar títulos con la sencillez de quien se sabe mejor que el rival, jugando como si se tratara de un partido del recreo de cualquier colegio, haciendo fácil lo difícil y posible lo imposible.