La última vez que el Real Madrid disputó un partido de fútbol, tocó el cielo. La Juventus sucumbió ante la supremacía blanca, que redefinió el concepto de perfección en aquella cita. Cada gol certificaba el buenhacer madridista y el despeje de dudas que atormetaron al equipo durante toda la campaña. Reescribió la historia en Cardiff alzando la duodécima Copa de Europa. Tras el despilfarro de euforia, los logros quedan atrás y es el momento de bajar la cabeza y trabajar.

El Levis Stadium presenció el ensayo de la Supercopa de Europa bajo un sol seco que irradiaba treinta y ocho grados centígrados. La pasión se divisaba en cada aledaño del estadio: cada asistente estaba identificado luciendo los colores de su equipo. En un ambiente festivo, todos colaboraron con la causa. Mourinho, que salió con el madridismo dividido, actuó de pacificador en su reencuentro con el Real y en los momentos previos al pitido inicial saludó uno a uno a sus antiguos compañeros de trabajo. 

Zidane apostó por sus mejores hombres ante un Manchester United que no quiso arriesgar. Sin embargo, José Mourinho abandonó su estilo y, de forma similar a su carácter, quiso dominar en vez de esperar. Los 'red devils', que acumulan más partidos de pretemporada que los blancos, pusieron a prueba la resistencia madridista. La presión en campo contrario y la intensidad no se ausentaron y ante tales dificultades, el Madrid tiró de casta.

El objetivo fue recomponerse ante el fútbol dominante y constante del United. Con el transcurso del juego, el partido se resquebrajaba progresivamente y las ocasiones caían para ambos bandos.  La batuta era para Modric que se convirtió en un desenfrenado buscador de espacios. El juego 'red' se basó en la potencia física de Fellaini y la rapidez de Martial. Precisamente fue el jugador francés el que rompió todo el esfuerzo del Real Madrid durante los cuarenta y cinco minutos.

En el último suspiro del primer período, Martial se vistió de Isco. El cuero se adhirió a su bota y ni Carvajal, Lucas Vázquez ni Modric lograron robárselo. La facilidad para esquivar rivales dejó atónita a la defensa madridista, que se limitó a contemplar cómo Lingard, asistido por el brillante regateador, empujaba el balón a las redes de Keylor Navas. A partir de ahí, al Madrid le tocaba hacer lo que mejor se le da: remontar

Para sumar una gesta (más), Zidane mantuvo los planes y depositó plena confianza en el equipo B. Theo debutó e interesantes proyecciones como Quezada o Dani Gómez saltaron al terreno de juego. El guardameta ahora era David de Gea: un nombre que ha resonado constantemente en las oficinas de Concha Espina y que ahora debía ser abatido por los más jóvenes. Un reto también mayúsculo fue detener el potencial e imperante físico de un enrachado Lukaku

El contraste fue acusado; no era cierto si la jugada había sido estudiada o el propio Mourinho lo había hecho sin querer. Sin embargo, el equipo titular se midió al de 'la Fábrica'. La batalla entre la experiencia contra la ilusión fue digna de ver: los jugadores del filial lucharon cada balón con una garra y templanza que pocos son capaces de demostrar.  La personalidad lucida en segundo tramo por jugadores que no conocen el fútbol profesional por su corta edad es, para muchos, la gran victoria de la noche. El United sufrió contra adolescentes cuyo motor fue el trabajo cultivado durante años para conseguir los deseados minutos. 

La persistencia tuvo premio y Theo Hernández  provocó un penalti que derivó en el primer tanto del Real Madrid en esta nueva etapa. Casemiro cogió el balón sin dudas (en una demostración de madurez) y lanzó el penalti. Poco pudo hacer de Gea que a pesar de hacer una gran estirada, la potencia del disparo aminoró las posibilidades de detenerlo. 

Siguiendo la normativa de la competición, fueron los penaltis los que decidieron el destino del partido.  Una tanda  caracterizada por el pleno desacierto y las detenciones de los porteros, que cayó finalmente para el lado del Manchester United.