Sin Cristiano. Sin Bale. Sin Isco. Sin Casemiro. Da igual. El Real Madrid está en una nube. Y cuando estás en la cima del mundo, no importa qué clase de tripulación conduzca tu nave. Sabes que siempre irá bien. Así es todo mucho más fácil. Al conjunto blanco le ha costado llegar a su época dorada dentro del siglo XXI. Ni las Copas de Europa de "Los Galácticos", ni la "Liga de las remontadas". Esto es otra cosa. Ahora es cuando se vive en Concha Espina la supremacía de la que habla el himno merengue. Ahora es cuando se contrasta la frase "historia que tú hiciste, historia por hacer".

Ha sido un proceso paulatino. Desde que llegó Zidane, todas las piezas han ido encajando como si de una partida del tetris se tratase. Primero, la confianza. Después, el "esquema indescifrable del Madrid de los centrocampistas". Y por último, los títulos. Siete en año y medio. Es una auténtica locura.

Justo lo que ocurrió ayer en el Santiago Bernabéu. Éxtasis. Emoción. Diversión. Mientras los jugadores lo hacían en el campo, el público vibraba en las gradas. Fue como un orgasmo balompédico nunca antes vivido en Chamartín ante el eterno rival. Ante el Barcelona. Ante Messi. Pocos, muy pocos creían que algo así podría suceder en la era del mejor jugador de la historia. Pero pasó ayer. Y es muy probable que vuelva a suceder.

Si es que no hay más que pensar en cada pupilo de la plantilla merengue, y empezar a coger vértigo. Asensio, Kovacic, Kroos, Casemiro, Benzema, Modric, Ronaldo, Theo, Varane, Carvajal. Y todos los que quedan. Este combinado está llamado a hacer algo grande. Ayer aparecieron algunos, pero es que el próximo mes pueden hacerlo otros. Y en noviembre otros. Así sucesivamente. Así es como se llega a final de temporada y resulta imposible nombrar a un solo jugador como la pieza más clave del curso. Porque todos han sido importantes. Y Zidane el que más.

Actualmente, no hay institución más feliz en el mundo que el Real Madrid. Corren tiempos de poesía en la capital española. Todavía está por ver cuánto dura este jolgorio. Porque todo lo que sube, baja. Y los blancos lo harán también. Aunque todo apunta a que ese declive no se producirá a corto plazo. O eso es lo que parece. En esto del fútbol, no hay que bajar el pistón nunca. Y si no, que se le pregunten al Barcelona. Ahí está el mayor ejemplo que no deben seguir los blancos.