El Real Madrid volvía a disputar su torneo. La última vez que tocó un balón de Champions fue en tierras galesas, donde pudo acariciar el cielo tras atravesar el camino de la gloria. La historia se reescribió -otra vez- bajo la varita de Zidane logrando un inédito campeonato de Europa consecutivo. Lejos de la dificultad de aquella final, el club madridista debutaba en esta nueva edición ante un ilusionado Apoel. 

Los chipriotas fueron al Bernabéu a buscar una complicada sorpresa. La última vez que pisaron el verde Chamartín, recibieron ocho tantos que los eliminaron de unos cuartos de final más que soñados. El 4-4-2 que Giorgios Donis planteó para los primeros compases facilitaba que el Real Madrid moviera el balón como una facilidad imperante. Zidane no hizo rotaciones y puso una BBC coja, buscando en Cristiano Ronaldo el gol que escasea en las botas del lesionado Benzema. Esa productividad llegó en tan solo doce minutos.

Cristiano tenía sed de gol. La dura sanción impuesta por el Cómite y el ansia de jugar característica de un ganador nato como el portugués hicieron que Ronaldo rematara la asistencia de Bale con rabia. Como mejor sabe hacer el Madrid, la lata se abrió tras un contraataque de libro iniciado en las manos de Navas y finalizado con las botas del recién coronado mejor jugador de Europa. La alegría desbordada en el Bernabéu tras la vuelta de su mejor jugador fue interrumpida parcialmente con la lesión de Kovacic. El croata salió entre lágrimas del terreno de juego, con una aparente rotura muscular que desbarataba los planes de Zidane de dar descanso a Kroos

El Madrid se impacientaba con el transcurso del partido. Quizás con la mente en la vital cita de Anoeta, los espacios no salían y los chipriotas se hacían fuertes en cada despeje. En el eje ofensivo solo Cristiano estaba activo: el limitado ataque del Madrid se redujo a buscar al astro portugués en el juego aéreo. Zidane no estaba conforme con la situación y sus acciones en el campo. Apenas unos escasos centímetros separaban sus pies de la línea de cal. A Zinedine no le gustaba lo que veía y a pesar de ir ganando, pedía el descanso a gritos.

En el descanso, en el vestuario del Real Madrid tuvo que respirarse tensión. El Madrid parecía que no reaccionaba y recordaba por momentos a los dos empates consecutivos que tienen a la afición en vela. Zidane necesitaba circulación, ganas y verticalidad. El partido debía acabar en goleada ante el rival más débil y una ventaja mínima más que complacer, inquietaba tanto a los jugadores como los presentes en la grada.

La actitud tras la reanudación fue digna de campeón en los trescientos primeros segundos. Un Madrid que jugaba en veinte metros asfixió al Apoel, que se deshizo del agobio cometiendo un penalti dudoso bajo la autoría de Roberto Lago. Cristiano no decepcionó y aprovechó la oportunidad brindada para hacer su gol ciento siete en la máxima competición de clubes. Progresivamente, el portugués agranda su leyenda: ha marcado dos goles o más en treinta ocasiones. Cristiano es la Champions. Su torneo fetiche.

Ramos dejó el detalle de la noche con una chilena extraída del poderío físico sevillano. Inútiles fueron los esfuerzos de Waterman ya que Ramos prácticamente remató en boca de gol. El partido dejó poco más: Ceballos debutó en Champions y la sustitución de Bale entre pitos confirmó el inconformismo madridista con el galés. La grada enloqueció con la acrobacia de su capitán y respiró. Fue el punto final a la tensión innecesaria de un partido contra el Apoel. El Real Madrid ya podía pensar en los tres puntos de Anoeta

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Sobre el autor
Tomás Jiménez
Todos queremos volver a ver el fútbol con el que los jugadores se manchaban de barro. Escribiendo sobre la selección española y el Granada CF. Antes en Capital Deporte.