Tres temporadas han sido el segmento temporal de una transformación pronunciada. Atrás quedan aquellas frases en las que se asumían responsabilidades. La autoexigencia como ejercicio de retórica se corresponde con tiempos pretéritos. Jon  Erice ya no es el mismo. Para bien o para mal ha cambiado.

Hace tres temporadas, a las órdenes de Carlos Granero, fue uno de los miembros más recurrentes en explicar los esperpénticos resultados en rueda de prensa. Así pues, sin ejercer la capitanía en aquel momento, en numerosas ocasiones expresó públicamente su malestar por lo que había acontecido hasta esa fecha. El cuestionamiento del rendimiento parecía sincero y el mismo se incluía en el análisis. No buscaba justificaciones. El seis de mayo de esa misma campaña adjetivó la temporada como el mayor ridículo de su carrera deportiva. Estaba atónito por no haber conseguido clasificar ni tan siquiera entre los cuatro primeros en un grupo de 2B cuyo nivel era ínfimo. Con estas palabras se manifestó en rueda de prensa. Tampoco se esforzó por suavizar el cabreo del respetable. Le entregó toda la cuota de razón ya que lo expuesto sobre el terreno de juego no tenía disculpa alguna.

Ese año a nivel deportivo Erice tampoco sobresalió pero al menos se contemplaba una involucración. Además se le veían ciertas capacidades, las cuales acompañadas de confianza, podrían proporcionar un mediocentro más que válido. Añadido esto a su afable palabrería, poco discutida fue una hipotética salida del club. Sergio Egea, el nuevo entrenador que ascendería al Real Oviedo a la Segunda División, decidió mantenerlo en el equipo y lo convirtió en un titular indiscutible en el centro del campo oviedista. Esa misma temporada, la llegada de Esteban supuso que el avilesino portara el brazalete, situación que respondía a la más estricta normalidad.

Después de un verano de felicidad motivado por el tan esperado ascenso, con la vuelta al trabajo los sucesos se precipitaron. Conviene detenerse en preguntarse cuál es la materia prima de una noticia. Son varios los teóricos que han ocupado horas de estudio acerca de esta cuestión pero todos coinciden en un mismo punto: noticia es todo aquello que se sale de la normalidad, y por tanto, que resulta sorprendente para el lector. Desde luego que el hecho de que Jon Erice le arrebatara la capitanía a Esteban lo era. No se le quiso otorgar demasiada importancia. A veces, aunque lo que se comente sea el sentir del noventa por ciento de la afición, no merece la pena escribir sobre ello. Es preferible envolver lo ocurrido sobre un clima de aparente normalidad. Y eso hizo el equipo y la afición. Todo transcurría por los cauces de la normalidad hasta que su indiscutible titularidad comenzó a poner de relieve los primeros síntomas de agotamiento. El divorcio entre Erice y la afición se acercaba.  La relación de amor se había vertebrado y el dorsal número seis del Real Oviedo nunca quiso aceptarlo. Cuando una relación que funciona se termina se producen las crisis ante la dificultad de asumirlo y el navarro tuvo enormes complicaciones para ello.

A todo esto hay que añadir la conocida marcha de Egea. Sin motivos aparentemente justificados se le señaló como uno de los posibles culpables. La afición ya no sentía devoción por el centrocampista pero lo peor estaba por llegar. Quizá por el clima de tensión, quizá por ser víctima de alguna injusticia o quizá por su falta de saber estar, el navarro cometía un error muy grave. Atrás quedaban sus palabras de apoyo a la hinchada. Tras perder contra el CD Leganés, a la conclusión del partido Jon Erice no recibiría con tolerancia los silbidos del público. Así pues se acercaría la mano al oído en un claro gesto de provocación. Esto era inadmisible para cualquier jugador que portara el escudo carbayón pero mucho menos para el poseedor del brazalete.  En el último partido de liga ante el Osasuna no le daría la oportunidad a la grada de expresar su sentencia. No jugaría ni un minuto. El hombre que siempre daba la cara estaba escondido. El capitán había abdicado sin acordarse de entregar el trono.

Hace algo menos de dos semanas se ha abierto una nueva temporada. Jon Erice tiene una nueva oportunidad.  El Carlos Tartiere posee memoria pero sabe perdonar. Con Esteban y Michu en la suplencia, todo apunta a que el navarro seguirá siendo el capitán azul. En sus manos está el modificar su conducta. Si es capaz de reconocer sus errores será uno más y gozará del apoyo oviedista. No hubiera estado de más una rueda de prensa de esas que hacía años atrás con unas disculpas concluyentes y claras. Pero no importa. No hace falta que tenga el valor de explicar lo acontecido en la sala de prensa. Es suficiente con que hable en el césped. El oviedismo lo perdonará si se dedica a lo que tiene que hacer: “Entrenar, competir y callarse la boca”, que diría el bueno de Sergio Egea.