La Champions League es una competición lo suficientemente grande como para permitirse el lujo de no saltar al terreno de juego con ganas de comérselo. La Real fuera de casa no ha estado a la altura en los primeros minutos del BayArena y Old Trafford, y eso se suele pagar caro. Anoche, para mayor desgracia, los realistas se encajaron ellos mismos el tanto de la derrota.

No había hecho nada más que arrancar el choque cuando Rooney, asumiendo los galones del equipo, se zafó de todo defensor blanquiazul que le salía al paso, y estrelló el esférico en la madera izquierda de Bravo. Suspiraban los más de 6.000 aficionados realistas hasta que Iñigo Martínez, con la intención de despejar el balón que había escupido el palo, lo alojó al interior de sus redes. No podía empezar peor el encuentro.

Esa primera acción afectó y mucho a la escuadra de Jagoba Arrasate, que se vio dominada por los ingleses en todas las facetas del juego. Si los donostiarras robaban, ahí estaba alguien de rojo para recuperarla al instante, si había un balón dividido, ahí estaba otro red devil que metía el pie con más rabia y más convicción. La Real no andaba fina, y el centro del campo no existía. Tan solo el coraje de Markel provocaba alguna que otra acción meritoria.

El asedio red hacia el área txuri-urdin era evidente, pero Bravo construyó un muro infranqueable en su puerta y no consintió dejar pasar el cuero en ningún instante. Parecía que el partido podía morir en cualquier momento, pero el arquero chileno lo impidió una y otra vez. Hasta que los atacantes guipuzcoanos comenzaron a dar señales de vida y a acercarse a las inmediaciones de De Gea.

Férrea defensa local

Seferovic fue el primero en probar al meta madrileño con un disparo desde fuera del área con la pierna mala. Parecía estirarse el conjunto vasco, pero le costaba demasiado trenzar una jugada. La pareja de centrales local, Jones y Evans se mostraron muy sólidos en tareas defensivas, ayudados excepcionalmente por los laterales, Rafael y Evra, y el centrocampista Carrick. Xabi Prieto, cuyo sueño era jugar este partido, apenas inquietó a los de Manchester.

Tampoco Zurutuza anduvo fino en la primera mitad, muy impreciso con el cuero en los pies, curiosamente mejor en los robos. Mientras que Griezmann y Vela lo intentaban cada uno por su banda, con poco acierto, Seferovic no lograba escapar de la marca de los centrales. Hubo momentos en los que el suizo de origen bosnio tuvo que bajar muy atrás a recibir. Demasiado difícil.

Sin embargo, al dar comienzo a la segunda parte, los de Jagoba Arrasate impusieron una intensidad diferente a la que habían mostrado hasta el momento, y dio la sensación de que Old Trafford enmudecía. Las gargantas de los miles de realistas volvían a afinarse, y más se afinarían cuando Griezmann ejecutó una falta directa a la madera. Puede que fuera la desgracia de nuevo la que atacara. O puede que no. Pero la Real desaprovechaba las pocas ocasiones de las que disponía. A veces, de una forma estrambótica.

De más a menos

Pero la fuerza de los jugadores blanquiazules se diluyó con el paso de los minutos, dejando sola a la de la grada. Esa que se dejó notar durante todo el día en la ciudad, y en el campo. Y que al final no fue correspondida. Agirretxe, Chory Castro y Pardo entraron en la recta final del encuentro con la intención de rascar un empate que nunca llegó. Incluso los de Moyes pudieron ampliar la distancia, pero unas veces el palo y otras Bravo, lo impidieron.

El sueño de la Real en Manchester se estropeó muy pronto. Y de una manera extraña. El futuro en la máxima competición continental pasa por realizar una machada, que parece improbable. La afición guipuzcoana lamenta el mal fario de su equipo hasta la fecha, pero ni por esas desiste en seguir creyendo en los suyos. Anoche tocaba Manchester, la próxima estación será Anoeta, nadie quiere abandonar el tren antes de llegar al destino. Sea cual sea.