Clasificarse para la máxima competición continental, no fue un simple viaje por el viejo continente. Sirvió para mucho más. Además de ganar fama y prestigio, la Real ganó en entidad, es decir, se afianzó como equipo europeo. A partir de ahí, dejaron atrás las pugnas por la permanencia, y se hicieron un hueco entre los más grandes de nuestra liga. 

El año de la Champions, la verdad que no fue el mejor, pero a pesar de competir a nivel nacional e internacional, lograron una séptima plaza un tanto peligrosa. Y por desgracia, el peligro se tradujo en nada, en una temporada sin Europa, al quedar eliminados y noqueados ante el Krasnodar ruso.

Hablábamos de puntos de inflexión, y puede que la eliminación en la previa lo fuera, pero a peor. Y es que, tras estar en lo más alto compitiendo con los mejores, llegaron dos años de mediocridad en los que Europa sonaba a utopía. Con la nostalgia invadiendo nuestras mentes, admirábamos a clubes como el Villarreal, Sevilla; Atleti etc. Conjuntos que de manera rutinaria lograban sus objetivos, desplegando un juego vistoso y sobre todo, cosechando resultados positivos. Ajenos a todo eso, los blanquiazules luchaban con cuadros de la mitad de la tabla, por escalar uno o dos puestos, de cara a la próxima campaña. 

Son sueños, y algunas veces se cumplen y otras muchas no. Las últimas temporadas de la Real son un claro ejemplo de ello. Con Phillipe Montanier el objetivo, fue cumplido. En cambio, ni Jagoba Arrasate ni David Moyes lograron llevar de vuelta al conjunto vasco al lugar que se merece, a Europa. 

Eusebio Sacristán no solo está adquiriendo buenos resultados. Además de estar logrando una cantidad más que suficiente de puntos, ha llevado a los suyos a desplegar un buen fútbol. Y es eso, precisamente lo que la afición quiere: buen juego y sobre todo, resultados. Este último aspecto, es el que determinará, si a final de temporada la Real se queda en blanco, o por lo contrario, si es de Europa.