No es el golpe que recibió Varo deteniendo el posible remate de Mario Barco. Tampoco es el varapalo que supone llevar cuatro jornadas sin ganar. El golpe es que parece que el sueño se desvanece. 

No caben los reproches para este equipo, que a principio de temporada optaba por tener una campaña tranquila, en la que afianzarse como un equipo de Segunda División era el principal objetivo. Pero pasaron los meses y los resultados dejaron de hablar de un equipo de mitad de tabla para mostrar a un posible candidato al ascenso. Por muy alocado que sonara, esto era –y sigue siendo– una realidad indiscutible. Arriba en la clasificación y con un juego y rendimiento superior a grandes equipos como el Sporting de Gijón o el Real Zaragoza

Pero lo cierto es que el último mes ha hecho bajar de las nubes a muchos aficionados del Lugo. Dos puntos de 12 posibles ante rivales a priori inferiores como el Albacete o el propio Barça B, evidencian lo duro de la categoría de plata del fútbol español. Cuatro fichajes ilusionantes para oxigenar una plantilla sobrecargada de partidos, con pocas alternativas. Todo parecía ir como la seda cuando Jaime Romero marcaba un gol al minuto de debutar con la elástica albivermella. Sin embargo, algo parece no funcionar un mes después.

La estabilidad de la que presumía el conjunto de Francisco parece esfumarse un poco. Los cambios de cromos en los once iniciales de los dos últimos partidos parecen no ser los adecuados. Poco a poco se va viendo de lo que son capaces las nuevas incorporaciones, pero quizá la adaptación está costando un poco más en el caso de jugadores como Álvaro Lemos. La nueva situación a la que se enfrentan otros futbolistas como Mario Barco o Iriome, antes titulares indiscutibles, puede tener también algo de culpa.

¿Se acabó el sueño? ¿Toca despertar? Todo lo contrario. La Segunda División es una de las competiciones más largas y duras. Por algo es la prueba de fuego para llegar a lo más alto del fútbol español.