Cabalgaba a la velocidad del rayo, sin oposición del rival, soportando en sus botas el peso de una doble subcampeona del mundo, que deseaba darle de una vez por todas con la puerta del Soccer City en las narices a su historia y levantar la Copa que el fútbol les había birlado en 1974 y 1978.

Arjen Robben, el cancerbero y la portería. Al fondo se dibujaba la gloria. Nada más. Y nada menos. Cuando el '11' holandés se acercaba al único obstáculo que entorpecía su carrera hacia el reconocimiento planetario, pensé lo que tantas veces: "La va a parar". Y una décima de segundo tras otra, los 185 centímetros de Íker Casillas (Madrid, 20 de mayo, 1981) se multiplicaban por dos hasta convertir su bota derecha en una pared de varios kilómetros de altura, un obstáculo infranqueable para el mejor jugador oranje.

La paró. Otra vez. Como ante Paraguay, con la puerta de salida abierta; como en la tanda de penaltis contra Italia, con el conocido sabor amargo de los 1/4 de final bailando otra vez en el paladar; como tantas veces en el Madrid, con el equipo arrodillado ante el rival...

España ha parido en los últimos años algunos guardametas de nivel mundial. Porteros que, estadísticas en mano, pueden discutirle a Casillas la condición de indiscutible en La Roja. Sin embargo, Casillas sigue inamovible bajo los palos de la Selección y del Madrid. Continúa, indiscutible para todos, porque cuando la tensión aumenta y el encuentro adquiere una relevancia especial, cuando hacen falta los tipos especiales, los hombres que te ganan títulos, todo el mundo sabe que Iker la va a parar.

Casillas presentó hoy su biografía. No la leeré. Prefiero leer su patrimonio futbolístico: las paradas.