Don Vicente. El hombre tranquilo, la templanza en momentos delicados. Morderse la lengua para responder en el campo; y, casi siempre, acabar respondiendo. Aceptar con más incomodidad un elogio que una crítica, pero respetando ambas opiniones por igual. El éxito de la mano blanda, dejando a un lado las excentricidades o los liderazgos. Sabiendo quienes son los protagonistas del juego llamado fútbol. En silencio, pero siempre guardando las palabras adecuadas esperando el momento oportuno. La virtud de saber tomar decisiones sin hacer más ruido del que se genera a su alrededor, sean estas más acertadas o menos. Sin malas palabras y con la bandera de la humildad bajo el brazo. Sus métodos gustarán más o menos, serán acertados o no, pero son garantía de victoria. Que se lo digan al Real Madrid, club al que dio dos de sus once Copas de Europa; o a la propia selección española, a la que ha dado su único mundial.

Todo comenzó el 23 de diciembre de 1950 en Salamanca. Allí nació Vicente del Bosque, un hombre tan sencillo en el banquillo o en el terreno de juego como en la vida real. Siempre ligado a su familia y a su Real Madrid. Como jugador, pasó casi toda su carrera vistiendo de blanco. Tan solo pasó dos años de profesional sin pertenecer a la institución madridista; entre 1966 y 1968 defendió los colores del CD Salmantino, filial de la UD Salamanca y club que le vio nacer. En Chamartín le tocó vivir una época dura, en la que no se ganaba en Europa. De hecho, en su palmarés de futbolista solo constan cinco ligas y cuatro copas. En el 2000, llegó al banquillo merengue para equilibrar la balanza ganando dos Copas de Europa en tres años. Fue el premio a toda una vida dedicada a las categorías inferiores del club.

Un hombre de club

En el prólogo de su biografía autorizada, cuenta Iker Casillas que Del Bosque siempre estaba por allí. Cuando era técnico de ‘la fábrica’, como se conoce a la cantera madridista, estaba pendiente de todos los entrenamientos en todas las categorías. Todo lo que había representado como futbolista lo convertía en un hombre muy respetado en la casa. Un hombre de fútbol que sabe mucho y muy bueno sobre este deporte. Por eso, no es de extrañar que en el año 1999 le dieran el mando del primer equipo (aunque ya lo había dirigido antes de forma interina). En cuatro temporadas, levantó siete títulos; entre ellos, dos Copas de Europa y dos ligas. Cuando salió del Bernabéu, solo tuvo una aventura antes de aterrizar en la selección. Allí, en Turquía, también tuvo su primera y única experiencia en un equipo que no fuera español. No tuvo demasiada fortuna, y decidió esperar hasta que, en 2008, recibió la llamada de la RFEF.

Luis Aragonés ya había asegurado por activa y por pasiva que no seguiría al frente de la selección española después de la Eurocopa 2008. Pocos se podían imaginar que el bueno de Luis se iría con un trofeo bajo el brazo y sentando las bases de un proyecto a gran escala. Aunque este es un análisis sobre Vicente del Bosque, no podía faltar esta puntualización. El propio Del Bosque ha reconocido en múltiples ocasiones que, probablemente, nada de esto hubiera ocurrido si Aragonés no hubiera puesto la primera piedra. De hecho, él afirmó en julio de 2008, día de su presentación, que llegaba al banquillo nacional en el mejor momento posible. Ya existía un bloque sólido, con unos jugadores que sabían a la perfección a qué querían jugar y que, además, conocían su potencial. Sin embargo, el trabajo de don Vicente también requería de una gran complejidad dentro de esa labor continuista. Tuvo que seguir desarrollando el equipo, añadiendo jóvenes estrellas que ya estaban dando la nota en sus equipos, como Pedro o Busquets, y dar salida a otros como Marcos Senna o Sergio García. Esa ‘transición pacífica’ de la que tanto se habla ahora. Todo ello manteniendo la línea ascendente, con el fin de crear un equipo capaz de ser campeón del Mundo.

Visión de juego e inteligencia

A Vicente del Bosque le caracteriza de entrenador lo mismo que le definía como futbolista; algo que también le ha marcado en el día a día. En primer lugar, hay que remarcar su inteligencia. Sabe tomar grandes decisiones en momentos delicados, y su nivel de acierto es alto. Además, el hecho de que sea un hombre pausado y poco temperamental juega mucho a su favor. Le ha dado la capacidad de no precipitarse y esperar al momento adecuado para dar cada paso. En eso también participa su cautela, a veces en exceso. Prefiere dar un paso atrás antes de dar demasiados hacia adelante seguidos y acabar tropezando. Igual en el campo que fuera. Siempre mide cada palabra para no decir más de lo que debe, ni herir sensibilidad alguna. Calla cuando tiene que callar. Las salidas de tono de este entrenador en 65 años se podrían contar con los dedos de la mano.

Su otra gran virtud es la visión de juego. Fundamental para un equipo que ejerce el fútbol total, como es la selección española. Como futbolista, era el típico centrocampista distribuidor de juego; el de los pases imposibles de 40 metros y tocar en corto casi sin mirar. Por eso, no era de extrañar que el eje de su fútbol se haya compuesto de centrocampistas. Del Bosque puede decir que es el único entrenador que ha ganado la Eurocopa sin delantero y con seis centrocampistas. Y, por todo lo comentado anteriormente, era de una lógica inapelable que Xavi e Iniesta fueran el epicentro futbolístico de este equipo. Por último, cabe destacar como principal valor del seleccionador al equipo humano que hay detrás suyo, con Toni Grande a la cabeza. Él no es solo el ayudante del entrenador, es su ojo derecho y su apoyo en todo momento.

Pero todo gran hombre tiene grandes defectos. El de Vicente del Bosque se ha hecho más palpable en su última etapa como seleccionador, sobre todo en el Mundial 2014. En aquella fecha, la continuidad fue mayor que la renovación, y algunos futbolistas no llegaron al nivel adecuado para afrontar la gran cita. El equipo llegó quemado por la temporada y, algunos, por su dilatada trayectoria con la selección. En los partidos ante Países Bajos y Chile se vio claro. Del Bosque no supo administrar una renovación que se hacía necesaria y lo pagó muy caro. Todo el mundo daba por sentado que, con esa experiencia, daría carpetazo a su etapa como seleccionador nacional. Sin embargo, su paso al frente ha estado cargado de contundencia y decisiones difíciles. Al igual que en 2008, jugadores muy importantes dieron un paso al lado para que jóvenes estrellas renovaran la ilusión del equipo.

Así es el seleccionador español. Con defectos y virtudes. De ambas facetas ha aprendido y mejorado, viviendo su propia evolución desde el banquillo de la ‘Roja’. En 2010, fue la línea continuista del equipo campeón de Europa dos años antes. También bebió mucho de aquel ya mítico Barça de Guardiola y, cómo no, de los éxitos que vivieron muchos de esos futbolistas años antes con las categorías inferiores de la selección. En 2012 siguió una línea bastante continuista. El equipo jugaba a lo mismo de siempre con los mismos de siempre; solo hizo falta sustituir por pura obligación algunos jugadores como Puyol o Capdevila. Pero los éxitos siguieron acompañando. El verdadero reto de este equipo estuvo a partir del fracaso de Brasil. Y es, también, la gran prueba que le queda por pasar al marqués Del Bosque. Después de dos años de inclusión de muchos futbolistas nuevos, y con un equipo renovado, queda saber si estos son capaces de competir como lo hicieron sus predecesores. Pero eso será algo a comprobar en la próxima gran cita: la Eurocopa de Francia 2016. Posiblemente, la última para Del Bosque, aunque no hay nada cerrado.