Existen una serie de individuos, profesionales del fanatismo y la radicalidad, que se creen amos y señores de patriotismos y nacionalismos radicales. Son enemigos acérrimos de la pluralidad y la libre expresión de los sentimientos y las ideas, y además poseen la oprobiosa capacidad para aprovechar la parte nutritiva que encierra la materia fecal en pos de sus propios intereses. Estos señores que no merecen el calificativo de profesional, se convierten en profesionales en el arte de la manipulación, la injuria y la fantasmagoría. Su desfachatez y falta de rigor llega a tal punto de que pretenden hacer vender a la opinión pública que es posible ablandar el mármol para fabricar almohadas. En su fábula que apesta a carne corrompida, el objeto principal es la polémica, el circo de la desinformación como arma pesada de la carroña y el negocio.

Demolición del personaje

En el caso que nos ocupa, el objetivo es la demolición del personaje amparado en un supuesto españolismo absolutamente trasnochado y rancio. A Gerard Piqué no se le perdona ser libre, excedido e imperfecto en ocasiones, ser sincero y mucho menos ser catalán y jugar en el Barcelona; por ello cualquier acción que haga o palabra que pronuncie podrá ser invocada en su contra. Lo que jamás entenderán estos iluminados es que si Piqué no hubiera tenido la intención fundamental de existir, soñar y representar, hace tiempo que habría dejado una selección, a la que por cierto acude desde niño. Pero claro, todo tiene un límite; por su personalidad Gerard se ha expuesto demasiado, mostrando públicamente su forma de pensar y ser, delante del circo mediático, algo que muchos otros por detrás hacen sin que se les pase factura. Por ello el defensa catalán es sometido a juicio cada vez que se enfunda la camiseta de la selección española. Los de siempre, hacen uso de la digresión arrojándole injurias a la cara sin ningún tipo de base ni fundamento. No es nada nuevo, en este tema Xavi y Puyol ya vivieron su propia experiencia con unas medias. No es nada sencillo comportarse de forma natural, cuando cualquier tipo de gesto puede ser malintencionadamente interpretado por este ejército de radicales de la profesión y el rebaño de adoctrinadas ovejas sin lana que les sigue.

El arte de injuriar y zaherir

El colmo del despropósito ha sido el vergonzoso capítulo de la supuesta camiseta mutilada de la insignia nacional, un capítulo más, un viaje más hacia el inmenso estercolero del que se nutre el ávido consumidor de basura no procesada. Pues el caso de la camiseta cortada no ha pasado si quiera el reciclaje de la contrastación de la información, obviando absolutamente el afloramiento de la misma, el hecho irrefutable de que Piqué siempre juega con manga larga (que en el equipamiento Adidas no lleva insignia nacional en sus puños) y que al llevar una camisa interior, optó por cortársela. Todo esto no habría pasado de anécdota de no ser por la intención abyecta de aquellos que por intereses comerciales, fanatismos que nada tienen que ver con la selección, o un supuesto patriotismo del que se han adueñado sin tener en cuenta de que existen numerosos caminos y formas de sentirse español, sentenciaron a Piqué hace tiempo. De hecho la camiseta cortada es tan solo una insignificancia que ha colmado el vaso de su paciencia, pero el central del Barcelona ya tenía madurada su decisión. Piqué lo deja en 2018, los envenenadores profesionales ya lo han conseguido, han logrado superarse, pues del término injuriar han pasado al de zaherir, que implica daño. En esencia este término va mucho más allá porque deja marca en el otro, una herida simbólica, pero difícil de olvidar.

El ejercicio de la vituperación ha surtido efecto y Piqué es un personaje demasiado auténtico e incómodo como para soportar en un medio, una sociedad absolutamente intransigente con todo aquel que no está dispuesto a pasar por el aro. La injuria históricamente tratada suele regresar a todo aquel que la profirió, y eso es lo que ha sucedido con el último y bochornoso caso de Gerard Piqué con la selección. El verdadero problema es que ha habido momentos en los que se ha llegado a hablar más de las dichosas mangas, que de la relevancia del partido. Lo preocupante es la basura que se vende y la cantidad de gente que la compra, lo que interesa ver y lo que hay que dejar de ver. Obviar por ejemplo que Gerard ha sido el primer compañero que se ha interesado por la salud de su compañero Sergio Ramos, y el primero en alertar a los servicios médicos de la posible importancia de la lesión. Sería ciertamente aconsejable para la salud del deporte en este país que los radicalismos desaparecieran, que el forofo comprendiera que el Real Madrid no es España, ni que el Barcelona es Cataluña. Puede que la identidad de un equipo y otro sientan cercanía respecto a ello, pero en ningún caso poseen la exclusividad sentimental ni ideológica y mucho menos histórica, pues en este último punto los historiadores neutrales tendrían mucho que debatir y rebatir. La selección española forma parte del conjunto de la pluralidad de todos los equipos y jugadores que la representan en todo su conjunto y, todo lo que salga de este contexto, constituye un ejercicio de fanatismo y estupidez.

Basta con lanzar una pregunta al aire: ¿Se puede ser republicano y jugar en la selección? ¿Se puede ser vasco? ¿Se puede ser de derechas? ¿Se puede ser de izquierdas? ¿Se puede ser catalán? ¿Se puede ser musulmán, ateo o cristiano? ¿Cuántas selecciones se podrían hacer siguiendo este patrón absolutamente surrealista? Al igual que todo el mundo es libre de renunciar a la convocatoria, todo aquel que acuda a la selección tiene el derecho a sentirse plenamente identificado o tan solo en una parte de lo que representa y, mientras su rendimiento sea tan intachable como el del central catalán no habrá nada que reprocharle.

Iniesta ovacionado una vez más

Por todo ello resulta vergonzoso que la victoria de España haya quedado en anécdota, mucho más con la dificultad y lo que resta por competir. Lo triste es el hecho de que Don Andrés Iniesta ha salido ovacionado de un estadio más, y este detalle ha pasado desapercibido, pero claro el fútbol, lo puro del rodar del balón ya no interesa ni tiene repercusión. España venció 0-2 e Iniesta sin brillar demasiado volvió a demostrar que es la metáfora futbolística del arte gramatical, pues Andrés es como una vocal, sin cuya presencia no hay acuerdo posible entre las otras letras. Sin este tipo de jugadores no hay discurso posible, porque desde Piqué o Ramos, hasta Diego Costa (todos consonantes) necesitan de las vocales para que el arte del fútbol sea efectivo, bello y viable. Por eso sale ovacionado en cada partido, como lo hacía Xavi y como debería hacerse con Luka Modric y alguna vocal más… pero claro ellos no venden, lo que vende son las BBC’s y las MSN’s y por su puesto la vendetta, ese otro tipo de información que se nutre de la viralidad y va a parar al estercolero de los índices de audiencia.