Iborra aseguraba al acabar el partido que no se iba contento, sí con el resultado, pero no con el juego. Sampaoli en rueda de prensa manifestó algo parecido, pero la verdad, es que la entidad sevillista tendría que valorar muy positivamente los tres puntos que sumó ayer. En un partido con un gran arranque, el equipo andaluz se diluyó tras avanzarse en el marcador y se pasó la última media hora de la primera parte sin saber muy bien qué hacer, defendiendo con todo y anhelando la llegada de un descanso que se antojaba como curador. Pero lejos de eso, ni los 15 minutos de intermedio que tanto efecto surgieron ante el Betis ni los cambios de Sampaoli cambiaron la tónica de un partido en el que el equipo local se abonó al sufrimiento demasiado pronto. Con pocas llegadas y escasa posesión, la segunda parte fue un calco de la parte final de la primera mitad. Encerrados en el área, despejando constantes misiles aéreos bilbaínos, impreciso en despejes y en posesión pero fuertes en defensa. Si algo no se le puede achacar al equipo hispalense es su actitud, su lucha y su garra para sacar tres puntos vitales en uno de los peores partidos de la temporada en lo que al juego se refiere.

Precisamente por eso, el Sevilla debe estar satisfecho, pues la de ayer fue una victoria de prestigio, de galones, ante un buen equipo que le fue superior, pero que no fue capaz de trasladar esa superioridad al marcador. Y, al fin y al cabo, lo que dictamina el luminoso es lo que cuenta en este deporte.

La victoria cobra más importante si cabe tras sendos empates de los equipos de la capital, ya que el Sevilla se acerca a un solo punto del Real Madrid (que tiene un partido pendiente en Balaídos) y se aleja a nueve del Atlético, su perseguidor inmediato.