Según la Real Academia Española el verbo desilusionar atañe el hacer perder o perder las ilusiones. El desengaño. Y en estos momentos no hay otra palabra que defina mejor el sentimiento rojiblanco. Nadie dijo que fuera a ser fácil, pero tampoco que el equipo se lo iba a poner tan sencillo a los rivales.

En el partido del pasado domingo los aficionados gijoneses tuvieron que asistir al ocaso de la marca que el Pitu había hecho fuerte en los últimos años. Actualmente, el Sporting es un equipo que se deja llevar por el contrario, que sigue con la mirada el balón pero no con el cuerpo, que se deja hacer y dominar. Que no ataca y que poco defiende, que pierde por minutos su esencia.

Durante el verano la parroquia rojiblanca tuvo que asistir al despiece del equipo que les hizo soñar. Uno a uno los guajes iban saliendo, y, con la promesa de dar un salto de calidad venían otros. Expectantes por ver lo que los nuevos jugadores eran capaces de ofrecer, fantaseando con una temporada tranquila en mitad de la tabla, se pasó por alto los resultados de una pretemporada que es mejor olvidar. Las pruebas no salían bien y Abelardo se excusaba diciendo que el equipo necesitaba tiempo para cuajar.

El sportinguismo ha ido perdiendo la paciencia poco a poco y ha sido en esta última jornada cuando han estallado. Por primera vez en mucho tiempo al terminar un encuentro se despide al equipo con pitos y quejas. Y es que el salto de calidad que se prometía no se ve por ningún sitio y a la afición se le empieza a agotar la paciencia. Los guajes también perdían pero al menos dejaban la sensación de que hacían todo lo posible para que eso no ocurriese y se era fiel a un modo de juego concreto. Pero es que ahora ni el propio Pitu Abelardo parece saber manejar el timón de un barco que lucha por salir a flote o por no terminar de hundirse según quien mire la clasificación. Aún se está a tiempo de salvar el choque con una maniobra que de con la solución del problema ya sea táctica, técnica o con otro capitán al frente.