El pasado 6 de junio de 2017 se cumplieron cinco años del fallecimiento de Manuel Preciado. Una trágica noticia que estremeció a todo el fútbol español y, especialmente, al sportinguismo. El "bigotín", un hombre al que la vida trató con extrema dureza y que, a pesar de todo, sembraba alegría allá donde pisaba, se había ido. Un paisano de los pies a la cabeza, un tipo que difícilmente podría haber sido más auténtico. El encargado de devolver la sonrisa al Sporting de Gijón tras una eternidad  vagando por el infierno de la Segunda División.

En su primera rueda de prensa, nada más aterrizar en Gijón, Preciado afirmó que lo que faltaba (en la ciudad) era "alegría". Quizá faltasen muchas cosas más pero, desde luego, tenía razón. El de El Astillero logró transmitir esas ganas de vivir que llevaba dentro y, más allá de lo meramente deportivo, consiguió enganchar de nuevo a una afición completamente desalentada. Al año siguiente, en la temporada 2007/08, se consumó el tan ansiado ascenso a Primera División, la vuelta a la élite de un histórico como el Sporting de Gijón. Lo que vino después es historia.

En el fútbol, como en la vida, hay momentos buenos y otros no tan buenos. Preciado lo sabía y, por ello, disfrutaba de cada instante como si fuese el último. Siempre cercano, siempre amigo. La vida le golpeó, le golpeó duro, una y otra vez, hasta la extenuación. Primero con el fallecimiento de su esposa, más tarde con el de su hijo, a los 15 años en un cruel accidente de moto, y, por último, el de su padre. No se rindió, que va. No era su estilo. Una oda a la vida encarnada en un cántabro que se marchó demasiado pronto, a los 54 años de edad.

Rastreando la hemeroteca son muchas las enseñanzas y frases célebres que se pueden rescatar. Especialmente crudas las declaraciones recogidas en una entrevista concedida a la revista Panenka en octubre de 2011. "Yo soy de carne y hueso, y, a veces, lo paso mal. Pero hay dos maneras de enfocarlo. O mandarte a la mierda tú solo o seguir. Y no estoy dispuesto a abandonar. Tengo gente detrás que depende de mí. Sí les fallo, eso sería un terremoto. No estoy dispuesto a fallarles. Hay que pelear. ¿Qué a veces tienes que echar una lágrima? Pues la echas, qué cojones. No pasa nada. Recuerdas muchas cosas, pero esto sigue. Yo solo voy a estar en el mundo una vez, y la quiero aprovechar hasta el último día".

Vello de punta. De corazón, gracias, Manolo. En Gijón nadie te olvida.