Hamlet y el heliocentrismo: ¿Copérnico inspiró la tragedia de Shakespeare?
Última escena de Hamlet, por José Moreno Carbonero (1884). | Fuente: Public Domain

Las controversias en torno a esta celebérrima obra viene de lejos, pues ni siquiera se tiene claro el año en que fue escrita. Los expertos están de acuerdo al señalar el lapso temporal entre 1599 y 1601. Las tres versiones iniciales – las conocidas como First Quarto (Q1), Second Quarto (Q2) y First Folio (F1) –, con determinadas escenas diferentes en cada una de ellas, no hacen más que complicar las cosas un poco más. En cuanto a su interpretación, la cuestión tampoco es fácil de discernir. Desde la religión hasta la filosofía, pasando por el feminismo del siglo XX, Hamlet ha pasado por numerosas revisiones críticas, que no han hecho más que dar testimonio de su importancia dentro de la literatura en habla inglesa.

Lo que muchos quizá no sepan es que Nicolás Copérnico tiene cabida dentro de la tragedia, a pesar de que a priori coja a algunos por sorpresa. Su mayor legado para la posteridad, el trabajo que conocemos como De revolutionibus orbium coelestium – Sobre las revoluciones de las esferas celestes – marcó un antes y un después en el entendimiento del papel del ser humano dentro del funcionamiento del Universo. Copérnico tardó veinticinco años en completar su trabajo, que sin embargo no fue publicado durante su vida, recayendo esta tarea en el teólogo luterano Andreas Osiander, que además escribió el prefacio del tratado. ¿Qué establecía Nicolás Copérnico en De revolutionibus orbium coelestium? Resumiendo enormemente la cuestión, que tanto la Tierra como el Hombre no suponían el centro de nada.

Un cambio radical de escenario

A estas alturas, no es ningún secreto que Copérnico se basó, en parte, en los textos herméticos, precursores del Renacimiento y de parte de la Revolución Científica, a pesar de las reticencias de los defensores a ultranza de la razón. Uno de esos textos, el Asclepio, esconde una afirmación muy esclarecedora al respecto:

«La clase persiste y engendra copias de sí misma con una frecuencia, cuantía y diversidad parejas a los diferentes momentos que hay en la rotación del mundo. A medida que rota , el mundo cambia, pero la clase ni cambia ni rota.»

El Sol era el centro de la doctrina hermetista. De esta forma, no es extraño que Copérnico – que no hizo más que seguir las pistas de estos textos, además de dar con una serie de claves astronómicas – se basara en ellos para dar luz a sus teorías, que daba a conocer a regañadientes, siendo éste el motivo por el que siempre se ha asegurado que temía las represalias de la Iglesia, todo a pesar de dedicare su gran obra al papa Pablo III. En esa dedicatoria, Copérnico aclaraba que no temía la reprobación del mundo eclesiástico, sino del académico. De hecho, el mencionado Osiander aseguraba en el prefacio que los hallazgos del autor solo eran teorías que podrían o no ser ciertas, lo que le valió una amenaza física nada más y nada menos que de el matemático Georg Rheticus, que años atrás convenció a Nicolás de que hiciera públicas sus hipótesis.

La Biblia sentaba cátedra respecto a la inmovilidad del mundo, como en Crónicas, donde se dice: «El mundo está firmemente establecido. No se puede mover». A pesar de ello, en un primer momento no hubo grandes repercusiones negativas desde el ámbito religioso, al menos católico. Lutero sí que trató de ridiculizar el trabajo de Copérnico, sobre todo por temor a sus consecuencias teológicas, pues demostraba que la religión cristiana estaba equivocada desde hace muchos siglos en cuanto a la importancia del ser humano como ser supremo creado por Dios. Si la Tierra no era el centro de la Creación, y además rota alrededor de un astro, ¿dónde quedan las afirmaciones bíblicas que indicaban lo contrario? Aun no estábamos en la época en que triunfó la Ciencia, pues tanto Copérnico como otros astrónomos, como Kepler, buscaban conocer el funcionamiento del Universo para tratar de acercarse a Dios, que seguía siendo quien disponía las piezas sobre el tablero. A pesar de todo, el recelo de las altas esferas religiosas hacia estas tesis contrarias a las clásicas de Ptolomeo no hicieron más que aumentar.

La teoría geocéntrica era la imperante hasta aquel momento. Por ejemplo, Platón pensaba que la Tierra era esférica y se ubicaba en el centro de todo. Todos los demás cuerpos celestes orbitaban alrededor suyo en los denominados círculos celestiales, hechos del quinto elemento transparente, la quintaesencia. Fue Anaximandro quien imaginó por primera vez este modelo cosmológico basado en anillos en el siglo VI a. C. Aristóteles, sin embargo, desarrolló el modelo más matemático de Eudoxo de Cnido, pupilo de Platón que planteó que el resto de astros y planetas rodeaban a la Tierra fijados en veintisiete esferas reunidas en siete grupos. Para Aristóteles, todas las esferas cristalinas que rodeaban en círculos concéntricos a la Tierra estaban compuestos de éter, el extraño e invisible fluido que ocupaba todo el espacio vacío.

Todo el desarrollo geocéntrico tuvo su culmen en Claudio Ptolomeo de Alexandría y su libro El Almagesto. Dos o más esferas para cada planeta, un deferente y un ecuante – no se entrará en detalles por la complejidad – y ya tenemos el sistema imperante hasta la victoria del heliocentrismo, aunque es cierto que el modelo tuvo sus críticas en el mundo islámico.

Retrato medieval de Ptolomeo. Fuente: Public domain.
Retrato medieval de Ptolomeo. Fuente: Public domain.

Shakespeare, Hamlet y el heliocentrismo

¿Y qué pinta William Shakespeare en todo este asunto? Diversos astrónomos encontraron pistas que apuntaban al interés del autor en los asuntos religiosos en boga de la época. Uno de ellos, por supuesto, era el heliocentrismo. El autor conocía los textos herméticos, y les dio cabida en algunas de sus obras, resaltando a la humanidad como lo haría, por ejemplo, Pico della Mirandola. Además, introdujo en Hamlet referencias claras al debate del papel de la Tierra en el Universo. A pesar de lo avanzado de sus teorías, Copérnico creía que todas las estrellas estaban dentro de una misma esfera. Sin embargo, el matemático Thomas Digges aseguraba que los astros se ubicaban en distintas esferas, a diversas distancias, dentro de un Universo infinito. Pues bien, literalmente decía que el mundo no estaba encerrado en una esfera estelar «como si estuviera en una cáscara de nuez». Quizá ahora alguien recuerde una cita de Hamlet, que dice lo siguiente: «Podría estar preso en una cáscara de nuez y sin embargo ser el rey del espacio infinito». Ambos – Digges y Shakespeare – se conocían, pues vivieron en el mismo edificio, en Bishopsgate, al este de Londres.

Pero aun hay más. En los años 90, Peter D. Usher, profesor emérito de astronomía y astrofísica de la Universidad de Penn State, afirmó que toda la obra es una alegoría de la lucha entre los dos modelos pujantes: geocentrismo vs heliocentrismo. Lo ejemplifica, entre otras, con estas palabras de Hamlet a Ofelia:

 

Duda que las estrellas sean de fuego,

Duda de que el Sol esté en movimiento,

Duda que la verdad sea mentira,

Pero nunca dudes de que yo te amo.

 

La alegoría a la que Usher hacía referencia está centrada en los dos grandes protagonistas de la obra, que luchan entre sí por defender sus intereses. Hamlet, el príncipe pujante que representa al Sol, lucha por obtener lo que merece: la corona. Al otro lado encontramos a Claudio, su tío y usurpador del trono. ¿Recuerdan cual era el primer nombre de Ptolomeo, el hombre que asentó la teoría geocéntrica? Pues sí, es Claudio.

Fuentes:

- Picknett, Lynn y Prince, Clive. El Universo prohibido. Los orígenes ocultos de la Ciencia moderna, Luciérnaga, 2018.

- https://www.newscientist.com/article/mg22229654-800-shakespeare-did-radical-astronomy-inspire-hamlet/

- https://news.psu.edu/story/140839/1997/09/01/research/hamlet-and-infinite-universe

- http://londonyodeller.ca/london/heliocentric-hamlet/

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