Un imperio por Navidad
Emperador Hirohito conocido como Showa / Japonfocus.org.

La antigüedad del linaje imperial dota a la figura del emperador de un carácter más especial del que ostenta cualquier otra casa real del mundo. Su divinidad era tal que no se les conocía por el nombre con el que nacían, el Tenno no precisaba de un nombre de pila con el que sus súbditos se pudiesen dirigir a él. Hirohito fue el último emperador que gozó de un carácter divino y, aunque su fin fue igual que el de cualquier otro mortal, su nacimiento como emperador, el 25 de diciembre de 1926, ya anticipaba una etapa señalada en la historia.

Ceremonia del ascenso

Un dios no aparece de la noche a la mañana, normalmente se necesitan generaciones para que un hombre sea considerado “divino” y sus logros cristalicen en las sombras del Olimpo. Sin embargo en Japón estas reglas cambiaron tras la muerte del emperador Yoshi-hito en diciembre de 1926. Hirohito había comandado la regencia de su padre desde 1921 debido a una enfermedad que le impedía ejercer sus deberes. Tras su fallecimiento, se iniciaron los preparativos con los que, el joven biólogo marino de sólo 25 años, se convirtiese en el dios que debía iluminar el “Imperio del sol naciente”.

El ascenso al trono imperial se produce en tres fases denominadas Senso, Sokui-rei y Daijosai. La primera etapa tiene lugar tras la muerte del emperador y es lo que en occidente se conoce como la ascensión al trono. La ceremonia del Senso siempre se había desarrollado en privado hasta que la televisión rompió ese tabú con el emperador Akihito, hijo de Hirohito, la cual se televisó por primera vez en la historia y el pueblo pudo observar el rito de la entrega de la espada sagrada, la joya y el espejo sagrado, que han sido los objetos reales imperiales desde la época de Jimmu en el 660 a.C., el primer emperador de Japón.

El emperador japonés se cambiaba como signo de su divinidad

El Sokui-rei hace referencia a la toma de posesión y la coronación, es decir, el momento en el que futuro emperador recibe los poderes con los que contará durante todo su mandato.

Finalmente se realiza una fiesta en la que el emperador da las gracias por su ascenso, el Daijosai es un ritual único en la vida. Hirohito, al igual que todos sus antepasados, ofreció el arroz recién cosechado a su antecesor imperial, como señal de gratitud a él y a los dioses por las cosechas que acaban de recibir y ora por el bienestar del pueblo. Esta ceremonia es la que otorga el título de “divino emperador presente” al gobernante y la que legitima el carácter de semidiós que acompañó a Hirohito hasta 1947, con la promulgación de la nueva Constitución Japonesa.

Tal es el grado de divinidad del emperador que debe tomar un nuevo nombre, dejando atrás cualquier atadura que le recordase la condición humana con la que había nacido. Paradójicamente la era Showa, que significa paz y armonía, embarcaría a Japón en años de guerras, cambios y una apertura a Occidente nunca vivida.

Un biólogo en la Corte imperial

“Probablemente habría sido más feliz en una laboratorio que en la Corte imperial”, así de contundente se muestra Niall Ferguson al definir la personalidad del emperador japonés. Fue conocedor de su destino desde temprana edad, con lo que nunca dudó de su carácter divino y los deberes a los que haría frente llegado el momento. La enfermedad de su padre también ayudó a que se familiarizase con las labores

Hirohito habría sido más feliz en un laboratorio que en la Corte

Ferguson también alude a la libertad que tenían los monarcas de la realeza británica y que Hirohito envidiaría. Al cumplir los 20 años, el príncipe heredero viajó durante seis meses por diversos países europeos, Inglaterra, Bélgica, Francia o la Ciudad del Vaticano influyeron en su modo de pensar y en una apertura económica del país que se vio obligado a aceptar tras la derrota en la II Guerra Mundial.

Pese al cierto liberalismo que irradiaba su mente, la falta de espíritu democrático en Japón dificultó el cambio político hacia un gobierno en línea con las naciones occidentales a las que el país se acercaba conforme avanzaba el Siglo XX. Arthur M. Whitehill achaca esta carencia ideológica al rechazo de los japoneses a las confrontaciones y oposición de ideas que caracterizan el proceso parlamentario. Incluso se identificó con la corrupción y las instituciones extranjeras con peor fama. En un país donde la meta era el wa, la armonía absoluta, era preferible que las decisiones las tomasen los servidores del emperador.

La tradición, un pueblo sumiso y dócil deseoso de servir a los dioses sobre la tierra y un sistema político orquestado para beneficiar a las familias más influyentes de Japón conformaban el colchón perfecto sobre el que Hirohito ejercería sus funciones. Sin embargo la comodidad que suponía tener una preciada gema bien protegida entre montañas no dudaría mucho tiempo. En el momento en el que Japón se decidió por un bando en la II Guerra Mundial abrió las puertas que llevaban siglos atrancadas, enseñando al mundo las maravillas que custodiaban, la más preciada de ellas un dios.

La caída de un Dios

En 1945 y después de la caída de Japón tras el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, el emperador Hiroito renunció formalmente a convertirse en Arahitogami o "divino emperador presente". En 1947 por instigación del general Douglas MacArthur y de las tropas estadounidenses, se redactó y promulgó la nueva Constitución Japonesa, que quitaba muchos poderes al emperador, pasándoselos a un gobierno elegido democráticamente.

Como anécdota, la rendición en la II Guerra Mundial fue anunciada por el propio emperador a través de la radio, era la primera vez que los japoneses escuchaban su voz. Tras esta primera aproximación al pueblo se produjeron diversos movimientos en los que Hirohito se convirtió en la figura legitimadora de la Histcupación e intervención estadounidense. Los movimientos de MacArthur permitieron a Hirohito conservar el trono en contra de muchos de sus familiares que pedían su renuncia. Como pago el Emperador debió descender al reino de los mortales, renunciar a todos los poderes que consagraban su divinidad, aceptando que la mortalidad te permitía ciertos años de vida mientras que optar a la inmortalidad no te aseguraba ni unas pocas horas.

Foto: wikipedia

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