La locura de la realeza
Corona de 1748, actualmente en el Museo de Flensburg | Foto: Wiki Commons

Durante el siglo de las luces germinaron nuevos episodios de locura protagonizados por poderosos monarcas. Se encargaban de la dirección de reinos fundamentales en este período, como la Monarquía hispánica o Inglaterra.

Los borbones españoles

Felipe V (1700-1724 / 1724-1746), el primero de los reyes españoles pertenecientes a la dinastía borbónica, sufrió continuos ataques melancólicos que le causaron altibajos muy difíciles de sobrellevar. Como consecuencia, la relación con su equipo de gobierno fue turbulenta y la vida en la Corte insoportable.

En 1724 el soberano llegó a abdicar en su hijo, Luis I, debido a su esclarecedora indisponibilidad. La historiografía nos conduce a otra de las hipótesis formuladas en relación con el abandono del poder: su interés prioritario por el trono francés, que le obligaba a abandonar el Gobierno de la Monarquía hispánica. Felipe V va a configurar el reflejo del desequilibrio mental propio de la herencia borbónica. Sin duda, una de sus facetas más lúgubres que vulneró la reputación de esta dinastía.

Felipe V de España, Jean Ranc, 1723 | Foto: Wiki Commons
Felipe V de España, Jean Ranc, 1723 | Foto: Wiki Commons

Fernando VI (1746-1759) era un rey de pequeña estatura y semblante ordinario. Al poco de comenzar su reinado en el trono español tuvo lugar la firma del tratado de Aquisgrán (1748). Como consecuencia, Europa entró en una fase de paz y las coronas de Inglaterra y España recuperaron esa armonía perdida durante la Guerra de Sucesión Austriaca (1740-1748).

En cuanto a su carácter, solía padecer fuertes arrebatos de cólera e impaciencia, en los que la violencia salía a relucir. A pesar de la sucesión de estos virulentos episodios, siempre trató de mantener la paz durante su Gobierno. Sin embargo, careció de una salud apropiada para dirigir el territorio hispano.

Del mismo modo que su padre, Felipe V de Borbón, Fernando padeció una enfermedad hipocondríaca que le provocó una sombría melancolía. La muerte se hallaba continuamente entre sus pensamientos. Un verdadero tormento. Además, convencido de su incapacidad, delegó su Gobierno en una serie de ministros, auténticos encargados de la administración imperial. Una de las figuras más sobresalientes de su mandato fue su esposa, Bárbara de Braganza, quien acabaría dominando la administración general del Estado.

La principal causa de la enfermedad y locura que arrastró Fernando VI durante el final de su reinado fue el fallecimiento de su mujer. Trató de sobrevivir afanosamente recluido en el castillo de Villaviciosa de Odón, mientras el Gobierno español, al borde de la paralización, atravesaba una delicada etapa.

Locura en Europa

Más allá de las fronteras españolas también se produjeron diversos capítulos de trastornos psicológicos regios. Jorge III el Loco (1760-1820) comenzó a mostrar signos de locura en el ecuador de su mandato. En este momento, el equipo de ministros encabezado por Pitt el Joven iba a ejercer la labor gubernamental.

Machacado por esta enfermedad mental tuvo lugar la entrada en escena de su hijo, Jorge IV, príncipe de Gales. Este llevó a cabo una regencia hasta que su desequilibrado padre feneció, tras su aislamiento en el castillo de Windsor.

Recientes estudios han manifestado que podría tratarse de porfiria, enfermedad de carácter hereditario. Asimismo, el análisis de las últimas correspondencias redactadas por Jorge III revelan síntomas relacionados con el trastorno bipolar y esquizofrenia.

Finalmente, este excéntrico período inglés estuvo camuflado gracias a la importancia concedida a los ministros en las labores de gobierno, rasgo significativo de la monarquía anglosajona.

Jorge III, "el Loco" | Foto: Wiki Commons
Jorge III, "el Loco" | Foto: Wiki Commons

María I de Portugal (1777-1816) fue otra de las personalidades regias que padeció un trastorno psicológico. Como sucedía con Fernando VI, esta reina destacó por su política pacifista y sufría una melancolía que terminó precipitando su distanciamiento del poder.

La declaración de su demencia e ineptitud para dirigir el país acabó relegándola a un segundo plano. Como en el caso anterior, el desenlace tuvo como protagonista a su primogénito y heredero, Juan. Tomó las riendas del país luso en 1799, bajo el cargo de regente, una vez desmentidas las falacias que circulaban por la Corte acerca de una posible herencia de la enfermedad de su madre. Juan VI fue nombrado rey de Portugal en 1816, año de la defunción de María I.

Por último, Christian VII (1766-1808), dirigente del reino de Dinamarca y Noruega, forma parte del elenco de soberanos cuyos desórdenes mentales impidieron el transcurso sosegado de su Gobierno. En esta ocasión, la esquizofrenia volvió a afectar a una de las monarquías absolutas de la Ilustración, como sucedió en Inglaterra con Jorge III.

El Gobierno estuvo bajo dirección del ministro Struensee y la reina Carolina Matilde de Gran Bretaña. Tomaron todo tipo de decisiones de sesgo reformista y ostentaron el cargo de regente desde 1770. Su hijo Federico, futuro Federico VI, pasó a ocupar una nueva regencia en 1784, que finalizó en 1808 una vez muerto el rey.

Esta sucesión de regencias representa la incompetencia del soberano para dirigir un país sumido en un panorama internacional símbolo del ansia de poder y dominio que experimentó la gran mayoría de las monarquías. Quizá este fue el detonante principal del desarrollo de la locura regia que asoló a varias de las dinastías más representativas de la época.

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