El "problema grave" del sacerdote 103
Fotografía de José Prat Balaguer publicada en 1971 por "El caso" | Imagen cedida a Vestigium por Manuel Collado

En esa lista de 121 religiosos mallorquines aparece un tal José Prat Balaguer. Es el número 103. Nacido el 23 de marzo de 1917 en Inca, abraza la vocación sacerdotal en 1943 tras haber participado en la guerra civil española. Ocho años después, el 17 de junio de 1951, es ordenado sacerdote. Su condición de misionero paúl lo lleva a diferentes destinos, como La Habana (Cuba), Tegucigalpa (Honduras) o Brooklyn (Nueva York, Estados Unidos). Según Josep Barceló, José Prat "regresa a España, donde ejerce su ministerio en diversos lugares y parroquias". Y entre esos destinos se encuentra Puerto de Sagunto (Valencia), donde trabaja como vicario. El escritor añade que allí "tuvo un problema muy grave que asumió con fortaleza y humildad". Lo que la reseña ignora es que ese problema fue la violación y asesinato de un niño de nueve años.

Martes 2 de marzo de 1971. José Prat Balaguer ejerce como vicario en la parroquia de Nuestra Señora de Begoña de la localidad valenciana de Puerto de Sagunto. En realidad se trata de un destino provisional que está a punto de abandonar. Falta poco para las seis de la tarde cuando el sacerdote saca del colegio al niño Francisco Calero Navalón, monaguillo, argumentando que necesita su ayuda. Juntos van hasta la parroquia. Tan sólo unos minutos después, en su despacho, golpea al niño con un pesado cenicero metálico, lo viola e intenta estrangularlo. No satisfecho, le asesta cuarenta y siete puñaladas con un abrecartas. Poco tiempo después es descubierto por un compañero al que le dice que "se ha vuelto loco" y que va a entregarse. Algunas versiones, no confirmadas, afirman que arroja al niño por las escaleras y que intenta ocultar el cadáver en un pozo ciego. Francisco ingresa todavía con vida en el sanatorio de Altos Hornos, pero su estado es extremadamente grave y los médicos tan sólo pueden certificar su muerte.

Paquito (así es como todos conocían a Francisco) era el segundo de tres hermanos y el único varón. Su padre, minero, había muerto de silicosis dejando viuda a su madre, Isabel. Con una situación tan difícil, sola con tres hijos pequeños, Isabel apenas podía estar en casa y había visto con buenos ojos que su hijo fuera monaguillo; pensó que menos peligro y mejor influencia recibiría en la parroquia que en la calle. Sin embargo, y no dejó de lamentarse por ello, las consecuencias se alejaron mucho de lo que esperaba.

La ciudad valenciana, como es lógico, quedó conmocionada por un asesinato que apenas tuvo repercusión a nivel nacional; tan sólo el semanario El Caso publicó la noticia. Fue Margarita Landi, la conocidísima periodista de sucesos, la que viajó hasta la localidad porteña. Allí se encontró con todo tipo de obstáculos para rastrear los pormenores del asesinato. En una España todavía gobernada por Franco y, en consecuencia, con una Iglesia que ostentaba un poder enorme, informar acerca de este suceso era complicado y arriesgado. La propia Landi afirmaba que si la noticia se publicó fue "porque se trató con mucha delicadeza".

  • Portada del semanario "El caso" (13/03/1971) | Imagen cedida a Vestigium por Manuel Collado
    Portada del semanario "El caso" (13/03/1971) | Imagen cedida a Vestigium por Manuel Collado

En noviembre de ese mismo año se celebró el juicio. La acusación particular pidió la pena de muerte, mientras el fiscal solicitó diecisiete años de reclusión menor. Esta última fue finalmente la condena que el tribunal, formado por cinco magistrados, impuso al sacerdote. Se incluía el destierro de Puerto de Sagunto y el pago de las costas procesales. Ya con anterioridad, siendo declarado solvente, había tenido que indemnizar a Isabel Navalón Collado, la madre de Francisco.

La mención a José Prat en el libro 121 mallorquines treinta y tres años después no sólo reabrió heridas, sino que destapó cuál había sido el destino del sacerdote. Para indignación de los familiares de Francisco en particular, y de todo Puerto de Sagunto en general, se supo que Prat no había cumplido la condena íntegra. La familia ya tenía sospechas al respecto, pero lo terrible fue descubrir que había vuelto a ejercer como vicario en el barrio La Bordeta de Lérida. Según las palabras de una de las hermanas de Francisco, el único consuelo era saber que había muerto en 2002 y que ya no podía hacer daño a otros niños, además de la esperanza de que se estuviera "pudriendo en el infierno".

Iglesia de Nuestra Señora de Begoña en la actualidad | Fuente: Google
Iglesia de Nuestra Señora de Begoña en la actualidad | Fuente: Google

Curiosamente, la nefasta imagen que los "padres paúles" podrían tener en Puerto de Sagunto a causa de este suceso tiene su contrapartida en otro sacerdote de la misma congregación, el padre Jaime Pons Vallés. También ejercía en la localidad valenciana cuando se cometió el crimen. Entonces dijo que José Prat "tenía que estar loco"; pero por lo que realmente se le recuerda es por su preocupación por los más necesitados y por las muchas obras sociales que lideró. Siempre hay luces que evitan la oscuridad absoluta a pesar de sucesos tan terribles.

Casi cincuenta años después, las heridas no han acabado de cerrarse en la localidad costera; sobre todo tras conocer que "el cura que mató al monaguillo" no había recibido un castigo acorde con la gravedad de sus actos. No es un crimen muy conocido en España, pero sí uno de los más despreciables. Paquito sí merece el recuerdo y el homenaje que debe tener cualquier víctima de una muerte tan cruel e injusta.

Bibliografía

La información expuesta en este artículo ha sido extraída del Expediente FCNPS de la Asociación de Investigación Vestigium. Las fuentes empleadas para la confección del expediente han sido: publicaciones del periódico Levante-EMV; texto de Margarita Landi publicado en criminalia.es; publicaciones del semanario El caso; el testimonio de habitantes de Puerto de Sagunto; imágenes cedidas por Manuel Collado; y el libro 121 mallorquines de Josep Barceló.

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