La leyenda del Holandés Errante
El Holandés Errante, Flying Dutchman / fuente: wikicommons

El 11 de julio de 1881, Albert Victor, duque de Clerence, y su hermano, el príncipe Jorge (que más adelante reinaría en Inglaterra como Jorge V), se encontraban a bordo del Inconstant, nave de su majestad, navegando a través del estrecho de Bass, en la ruta entre Melbourne y Sidney, en Australia. Aquel día tuvo lugar un misterioso encuentro con otro barco, y sobre aquello relataron lo siguiente:

«A las cuatro de la mañana cruzó nuestro rumbo, por la proa, el Holandés Errante. Emanaba de él una extraña luz rojiza, como si fuese una nave fantasma, en la que se distinguían nítidamente los árboles, las vergas y las velas de un bergantín que se encontraba a doscientos metros y se acercaba por la proa.»

Sin embargo, cuando el Inconstant trató de acercarse al punto en el que habían avistado aquel barco no encontró nada… «No había restos ni signos de una nave física —continuaba el relato sobre aquello—. La noche estaba despejada y el mar, tranquilo. Trece personas lo vieron. A las 10:45 de la mañana, el marinero que había avistado el Holandés Errante cayó desde el mastelero de juanete sobre el castillo de proa y quedó hecho trizás.»

Aquel maldito barco se había cobrado una nueva víctima…

La leyenda

El origen de la leyenda del Holandés Errante, el buque fantasma que surca los mares para toda la eternidad, sin rumbo aparente ni puerto en el que atracar, no está nada claro. Según algunos autores pertenece precisamente a tradiciones holandesas, mientras que otros indican su aparición en una fecha precisa: mayo de 1821, cuando se publicó en una revista británica llamada Blackwood´s Magazine un breve relato sobre aquel misterioso barco. En apenas unos años, aquella historia del  buque maldito se hizo muy popular gracias a numerosos libros y, sobre todo, a la ópera de Richard Wagner del mismo nombre, en 1841.

Der Fliegende Holländer (El Holandés Errante) de Richard Wagner /fuente: pinterest

 

Según una versión de la leyenda que en 1832 propuso el escritor francés August Jal en una obra titulada Scènes de la vie maritime, quien dirigía aquel barco era un altanero holandés que no temía a nada ni a nadie. Cuenta que, en cierta ocasión, estaba tratando de pasar el cabo de Buena Esperanza cuando un viento «tan fuerte como para arrancar los cuernos a un toro puso la nave en peligro». La tripulación, ante esto, imploró al capitán que modificase su ruta, pero él, no se sabe si enloquecido o, lo que parecía más probable, borracho, se ató al timón y continuó navegando mientras cantaba unas canciones un poco obscenas. Cuando el barco empezó a romperse en medio de aquella tempestad, dicho  capitán retó a Dios a que lo hundiese. De este modo, tanto él como su nave y toda su tripulación quedaron malditos, condenados a vagar por toda la eternidad sin la posibilidad de llegar jamás a ningún puerto, convertidos en una especie de mal presagio para todo marinero que se cruzara con ellos.

No obstante, muchos ven en el origen de esta leyenda su inspiración en un capitán que existió realmente, el comandante holandés Bernard Fokke, quien vivió en el siglo XVII, el cual era bastante conocido entre marineros ingleses, franceses y, por supuesto, neerlandeses por su habilidad como navegante. Se cuenta que reforzando los árboles con planchas de metal e introduciendo ciertas innovaciones en la disposición de las velas, Fokke consiguió viajar a unas elevadas velocidades por la ruta que llevaba a las Indias (parece que, doscientos años después, algunas de esas innovaciones técnicas influyeron en la construcción de los famosos clíperes en los que se transportaba el té por las rutas de Oriente). Cuando, en el transcurso de un viaje, la nave de Fokke desapareció misteriosamente, empezó a circular el rumor de que el comandante había sellado un pacto con el mismísimo Diablo para asegurarse el éxito de sus empresas marítimas y que el Demonio había decidido al fin reclamar su parte, el alma de aquel comandante, la de su tripulación y la de su barco.

En otra versión alemana de aquella historia, el capitán se llama Herr von Falkenburg, mientras que en los Países Bajos se refieren a un tal Van Straaten, o Vanderdecken, o también Ramhout van Dam en una versión de autor Washington Irvin… Y si el nombre no está del todo claro, tampoco hay unidad de criterio a la hora de atribuir la denominación de «Holandés Errante», pues, mientras algunos lo atribuyen a la nave, otros en cambio se la adjudican al capitán.

El eterno errante

Sea cual sea la base histórica real de esta leyenda —si es que existe alguna realmente, cosa bastante dudosa—, lo cierto es que la figura de un hombre maldito y que está condenado a vagar por toda le eternidad es bastante antigua. Nos podemos encontrar esta historia en el propio Ulises de Homero, quien siempre está de viaje y sin poder conseguir regresar a casa, lo que hace a este personaje un prototipo perfecto. También vemos lo mismo en la mitología cristiana en la figura del Judío Errante, un hebreo que golpeó a Jesús en su camino al Calvario y que fue condenado a caminar sin descanso hasta que Cristo regrese de nuevo a la tierra.

El judío errante / fuente: wikipedia 

 

Regresamos a Wagner, quien explicó que le había hecho decidirse a componer una obra sobre aquel personaje y que era lo que más le había fascinado: «La figura del Holandés Errante es una creación popular legendaria. En esta historia, un elemento fundamental de la naturaleza humana nos habla con una fuerza que va directa al corazón. Este elemento, en su sentido más amplio, es el deseo de alcanzar la paz y el reposo, que nos invade cuando nos encontramos en medio de las tempestades de la vida».

Es posible encontrar leyendas similares al Holandés Errante en otras culturas. En Chile, por ejemplo, es conocida la historia del Caleuche, una nave fantasma que navega por las noches alrededor de la Isla Grande de Chiloé y que durante las tormentas sale al auxilio de las naves que se encuentran en dificultades. Por Nueva Inglaterra vagaría la Palatine, una nave de colonos que dicen quedó arrasada por un incendio en 1752 y que, según algunos, los habitantes de Rhode Island siguen viendo de cuando en cuando…

La posible explicación

Si bien muchas de estas historias no son más que leyendas y cuentos de marineros, ello no quita que algún misterioso avistamiento sea real. Pero eso se puede explicar sin necesidad de invocar ni molestar a espíritus ni fantasmas. Basta con algo tan fácil y sencillo como recurrir a la óptica. Veréis, resulta que existe un tipo de espejismo conocido como «Fata Morgana», en el que una imagen (da igual si de una costa o una nave) reflejada en el mar parece estar suspendida en el horizonte, como sobre el agua, y cambia rápidamente de forma… Se trata este de un efecto que se produce cuando la superficie del agua está mucho más fría que la atmósfera y, en consecuencia, enfría las capas más bajas del aire. Al cambiar la densidad de estas, se altera el índice de refracción y se modifica el ángulo en el que se reflejan los rayos de luz. Como resultado de todo esto, surgen imágenes que parecen suspendidas sobre el mar.

Un lugar donde es muy frecuente este tipo de espejismo y que da pie a una leyenda muy conocida, es la zona del estrecho de Mesina, donde se cuenta que, en la época de los bárbaros, uno de sus reyes alcanzó la orilla de la ciudad de Regio de Calabria. Quería conquistar Sicilia, pero no sabía cómo llegar hasta ella, porque no tenía barcos con los que continuar su travesía. Entonces, cuenta la leyenda, apareció una mujer que le ofreció aquella isla, a la que hizo aparecer a apenas unos centenares de metros. El rey, convencido de que podría alcanzarla a nado, dada su cercanía, se lanzó al agua… Pero pronto aquella isla, Sicilia, desapareció y el monarca acabó ahogándose. Se trataba de un alucinación que había creado precisamente el Hada Morgana para engañarlo, y de ahí el nombre característico de este tipo de espejismo.

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