Roque Joaquín de Alcubierre, de Zaragoza a Pompeya
Trabajos en los Templos de Pompeya en el siglo XVIII, de Pietro Fabris(1740-1792) Foto: Public Domain

Roque Joaquín de Alcubierre nació y vivió en Zaragoza. Cuando se alista como voluntario en el ejército, y gracias a los contactos de su familia con el Conde de Bureta, ingresa en el recientemente creado Real Cuerpo de Ingenieros Militares. Entre 1731 y 1733 estuvo destinado en Gerona, Barcelona, Madrid y Valsaín (Segovia), donde ejerce como delineante junto a su Ingeniero Jefe, D. Andrés de los Cobos. En 1738 asciende a capitán y viaja a Italia. Pero no es por sus logros militares por lo que se le llegó a conocer en toda la Europa dieciochesca, cuando los coleccionistas de arte de las grandes casas regias y nobiliarias, patrocinaban expediciones en busca de restos arqueológicos con los que obtener una mayor y mejor colección de antigüedades. Es en este ambiente en el que Roque Joaquín de Alcubierre hace su carrera.

En Nápoles entra al servicio de Carlos VII, rey de Nápoles y futuro rey Carlos III de España. Allí conoce de primera mano todo lo relativo a los objetos ansiados por los coleccionistas de antigüedades y se hace con algunos que le llaman poderosamente la atención. Obtiene el apoyo del rey para organizar una expedición y el 11 de diciembre de 1738 comienza a excavar.

Mapa con las ubicaciones de Pompeya, Herculano, Stabia y los efectos devastadores del Vesubio (PD).
Mapa con las ubicaciones de Pompeya, Herculano, Stabia y los efectos devastadores del Vesubio (PD).

En un principio, Alcubierre pensó que había hallado la famosa y escurridiza ciudad romana de Stabia, buscada por eruditos de toda Europa desde hacía tiempo. La Tabula Peutingeriana, del siglo IV d.C., situaba Stabiae  (hoy Castellammare di Stabia) al norte del río Sarno (allí había excavado en el siglo XVI el famoso arquitecto Domenico Fontana, tal vez hallando algún indicio del futuro yacimiento) aunque fue frecuentemente confundida con otros enclaves. En el siglo XVIII, Stabia alcanza su mayor cota de popularidad entre los estudiosos, gracias a las obras publicadas por el obispo Pio Tommaso Milante (1689-1749), natural de la localidad. Pero cuando empiezan a salir a luz varias pinturas murales, Alcubierre se dio cuenta de que aquel lugar era otra cosa. Acababa de encontrar Herculano.

Fresco en una villa de Herculano. Publicación del Museo Nazionale di Napoli (PD).
Fresco en una villa de Herculano. Museo Nazionale di Napoli (PD).

Diez años después aquellos primeros hallazgos, en 1748, Alcubierre y sus ingenieros militares, pensando de nuevo encontrar Stabia, excavan en Civita, terminando por encontrar uno de los enclaves más extraordinarios de la arqueología mundial: los primeros rastros de la ciudad de Pompeya, una placa, en la posteriormente llamada Puerta Nocera, que decía, Res Publica Pompeianorum. Al año siguiente, el rey Carlos (VII de Nápoles todavía), autorizaba la excavación del nuevo enclave bajo la dirección de Alcubierre y el ingeniero suizo Karl Jakob Weber (1712-1764). Allí, van a encontrar algo que no esperaban, los huecos vaciados de donde, en tiempos, hubo una persona calcinada por la erupción del Vesubio.

Recreación actual de los fallecidos en Porta Nocera en Pompeya (PD).
Recreación actual de los fallecidos en Porta Nocera en Pompeya (PD).

En los años siguientes, en Pompeya y Herculano, salen a la luz villas enteras con pinturas murales, mosaicos, muebles, objetos de todo tipo… en Herculano encuentran el Pozo Nucerino, esculturas de Hércules de tamaño natural, las dos estatuas ecuestres de Nonio Balbo… la conocida como Villa Ariadna y todo su entramado adyacente se descubre entre los años de 1757 y 1762. De Pompeya se excavaron el Anfiteatro, la Praedia de Iulia Felix, una buena parte de la Vía de los Sepulcros y varias villas. En 1750, Alcubierre ya era teniente coronel.

Hombre autoritario y meticuloso, Roque Joaquín de Alcubierre lleva un diario de los trabajos, levanta planos, realiza dibujos, recupera objetos… pero pierde otros. Las excepcionales condiciones del terreno (sedimentos volcánicos por la erupción del Vesubio) obligaron a la utilización de cargas detonantes de minería para las excavaciones y, además, las técnicas de extracción arqueológica de esta época adolecían de falta de preparación y profesionalidad, primando el hallazgo curioso antes que la profundización histórica, por lo que se desechaban miles de objetos que no se consideraban artísticos y las pérdidas debieron ser inmensas. Muchos restos recuperados son enterrados de nuevo por carecer de interés para los ingenieros reales.

Villa de los Papiros en Herculano (PD).
Villa de los Papiros en Herculano (PD).

Weber y Alcubierre mantienen disparidad de criterios durante los años que trabajaron juntos, hasta el fallecimiento de Weber en 1764. Una de las más agrías tuvo lugar tras el hallazgo de la conocida como Villa de los Papiros en Herculano, excavada por Weber entre 1750 y 1764 a través de túneles subterráneos realizados por los zapadores del ejército a las órdenes de Alcubierre. Aquí, en la que fuera una fastuosa villa de vacaciones junto al mar, propiedad de  Lucio Calpurnio Piso Caesomnio, suegro de Julio César, se encontró una biblioteca con 1.785 rollos de papiro que se carbonizaban al intentar tocarlos. Era la famosa biblioteca utilizada por el filósofo epicúreo Filodemo de Gadara (110-40 a.C.), y su conservación se convirtió casi en un conflicto diplomático. 

Detalle del Retrato de Johann Joachim Winckelmann (1768), realizado por Anton von Maron (1733-1808). (PD).
Detalle del Retrato de Johann Joachim Winckelmann (1768), realizado por Anton von Maron (1733-1808). (PD).

Durante estos años, un experto en arquitectura de la antigüedad y de la cultura griega, alumno del prestigioso Instituto Salzwedel de Brandeburgo, y de nombre Johann Joachim Winckelmann (1717-1768), ejerce de bibliotecario en el Castillo de Nöthnitz (Dresde), para la biblioteca de Heinrich von Bünau, uno de los coleccionistas de arte y antigüedades más conocidos del siglo XVIII. En 1755 Winckelmann publica una obra titulada “Gedanken über die Nachahmung der griechischen Werke in der Malerei und Bildhauerkunst”, (Reflexiones sobre el arte griego en la pintura y la escultura), que tuvo un éxito internacional y en 1764, ya como Prefecto de Antigüedades y Scriptor linguae teutonicae del Vaticano, escribe su obra cumbre,  “Historia del Arte de la Antigüedad”, en la que termina por definir la sistematización en la historia del arte. 

Instrumento para desenrollar papiros calcinados del Padre Piaggi (PD).
Instrumento para desenrollar papiros calcinados del Padre Piaggi (PD).

Pero lo que nos interesa de Winckelmann  son sus visitas a Pompeya y Herculano, entre 1765 y 1767, como experto en la cultura griega y romana de la antigüedad, y la discrepancia que mantuvo con Alcubierre (y con el sucesor de Weber, Francesco de la Vega, ingeniero español de origen italiano, que tampoco congeniaba con el aragonés) acerca de los métodos empleados en las excavaciones, sobre todo en cuanto a la conservación de los papiros se refiere, un trabajo que el padre escolapio Antonio Piaggi había empezado a desarrollar con grandes dificultades y con un sistema inventado por él mismo. Las protestas de Winckelmann llegaron hasta el  Conde de Brühl, hijo del Ministro de Sajonia, ante quien acusaba a la corte de Nápoles de no permitir el estudio de los eruditos sobre el terreno de Pompeya y Herculano. Alcubierre fue apartado de las excavaciones y a Winckelmann se le acusó de espía (en 1768 fue asesinado en un hotel de Trieste).

Roque Joaquín de Alcubierre, alcanzó la cima de su carrera militar en 1777, al ser ascendido con el grado de mariscal de campo y murió en Nápoles el 14 de marzo de 1780. Él había inaugurado la arqueología de campo en Italia, pero las excavaciones sistemáticas de Pompeya y Herculano no se acometerían hasta 1950.

Bibliografía recomendada:

ALCUBIERRE, R.J. de: “Noticia de las alajas antiguas que se han descubierto en las escavaciones de Resina y otras“, en U. Pannuti: “Giornale degli scavi diErcolano (1738-1756)“, Atti della Accademia Nazionale dei Linzei, Anno CCCLXXX, Serie VIII, Volumen XXVI, Fasc. 3. Roma, 1983, Pp. 159-410.

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