La rica historia del fútbol charrúa cuenta con muchas figuras y personajes que marcaron una época y siempre serán recordados por sus logros en un pequeño país de tres millones de habitantes. Sin embargo, hay un nombre en particular que cada uno de los uruguayos nace sabiendo, crece conociendo y vive admirando, ese nombre es Obdulio Varela, el Negro Jefe.

Uruguay es un país donde a nadie le parecería raro si la primera palabra de un niño es “fútbol” en vez de “mamá” o “papá”. Esta admiración y fanatismo por este deporte nace del orgullo de cada uno por los logros obtenidos a lo largo de los años y por la hidalguía de cada representante, quien vistiendo la camiseta celeste, dejó en lo más alto al país.

En tierras charrúas se vive el fútbol de una manera muy especial y diferente. Se celebra y se grita más por un trancazo con el alma y toda la entrega, que un caño con talento y habilidad. Por esto su máximo referente histórico y héroe en el campo es un jugador destacado por su entrega, su fuerza, su temperamento y liderazgo, pese a no ser ni muy rápido ni muy técnico, hablamos del Negro Jefe.

Obdulio Jacinto Muiños Varela, más conocido por su apellido materno, nació el 20 de septiembre de 1917 en el barrio montevideano de La Teja. Integraba una familia pobre con diez hermanos y padres separados, lo que lo llevó a rebuscarse y ganarse la vida muy tempranamente por él mismo. Sin terminar la educación primaria básica, se dedicó a trabajar desde los ocho años.

Foto: FIFA

Debutó como futbolista en el Club Deportivo Juventud, pero su era profesional tuvo su inicio a sus 20 años en Montevideo Wanderers donde se comenzó a marcar su temperamento portando el brazalete de capitán en el medio campo como volante central. Allí estuvo hasta 1943 cuando fue transferido al Club Atlético Peñarol, siendo ya el caudillo de la selección en la que dio sus primeros pasos con 22 años.

Obdulio fue titular del seleccionado uruguayo desde que debutó en él en 1939 hasta 1954, durante 15 años, jugando más 57 partidos y anotando nueve goles, pero sin duda que en este periodo el máximo logro obtenido fue el de la Copa del Mundo de Brasil 1950. El Negro Jefe fue pieza importantísima en el plantel que sin su apoyo y carácter podría haberse desmoronado anímica y emocionalmente antes de ingresar al terreno de juego.

La ambición del campeón

Uruguay no llegaba como favorito ni mucho menos, venía de empatar con España 2-2 y de vencer a Suecia 3-2, ambos resultados agónicos, mientras que los locales habían superado estos partidos por 6-1 y 7-1 respectivamente. Esta previa llevó a que dirigentes uruguayos le pidieran a los futbolistas que no perdieran por más de cuatro goles, que con eso y haber llegado hasta esa instancia ya estaban cumplidos y aquí es cuando se da uno de los primeros pasos importantes por parte de Varela de cara a la Copa, al decirle a sus compañeros: “Cumplimos sólo si somos campeones”.

En el momento en el que están a punto de salir los celestes a la cancha, el rugir de un estadio Maracaná con 200.000 brasileños alentando hacía temblar a cualquiera, menos al capitán charrúa quien reunió a sus compañeros y con firmeza los motivo diciendo que “no piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasó nada. Los de fuera son de palo y en el campo seremos once contra once”.

La entereza uruguaya se vio solventada durante todo el primer tiempo bajo el mando de su capitán quien desde el medio del campo ordenaba todo el terreno durante una mitad donde los jugadores de Brasil se dedicaron a atacar de todas las maneras posibles existentes a la defensa charrúa, pero son conseguir anotar hasta que en el segundo minuto de juego de la segunda parte Friaca abrió el marcador para los locales.

Obdulio Varela fue protagonista en el partido contra Brasil

En el momento del gol llegó otra de la acciones por parte de Obdulio Varela que marcarían el resto del encuentro. El capitán recorrió 30 metros para tomar el balón debajo del brazo e ir a protestar al juez de línea pidiendo un fuera de juego inexistente. Esto no fue tomado para nada bien por los aficionados locales ni por los rivales en el campo, quienes empezaron a insultarlo y a gritarle, molestos por la actitud y por el gesto de caminar con la pelota bajo el brazo como si fuera su dueño, todo para descolocar a los adversarios.

“Sabía que si no enfriábamos el partido, esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar la reanudación del partido, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido. Entonces a paso lento crucé la cancha para hablar con el juez de línea, reclamándole un supuesto fuera de juego que no había existido, luego se me acercó el árbitro y me amenazó con expulsarme, pero hice que no lo entendía, aprovechando que él no hablaba castellano y que yo no sabía inglés”, contaba el propio Varela sobre ese momento.

“Sabía que si no enfriábamos el partido, nos iban a demoler"

“Mientras hablaba, varios jugadores contrarios me insultaban muy nerviosos, mientras las tribunas bramaban. Esa actitud de los adversarios me hizo abrir los ojos, tenían miedo de nosotros. Entonces, siempre con la pelota entre mi brazo y mi cuerpo, me fui hacia el centro del campo. Luego vi a los rivales que estaban pálidos e inseguros y les dije a mis compañeros que éstos no nos podían ganar nunca, nuestros nervios se los habíamos pasado a ellos. El resto fue lo más fácil”, relataba el capitán uruguayo quien con un grito de aliento impulsó a su equipo para comenzar la remontada.

Esto cambió por completo el curso del partido, Uruguay mejoró con la pelota, Brasil se consumía en su propio público y Obdulio Varela se convirtió en el “manda más” del medio campo. A los 17 minutos del complemento fue Juan Schiaffino quien empató y a falta de 10 para termina, Alcides Ghiggia luego de recibir un pase del capitán marcó el 2-1 definitivo que coronó a Uruguay campeón de una Copa del Mundo por segunda vez, a Brasil le alcanzaba con empatar y fue derrotado en su propia casa.

Una conmemoración silenciosa

La ceremonia no fue nada habitual. El presidente de la FIFA de ese entonces, Jules Rimet, había abandonado su lugar en la tribuna para descender al campo donde se haría la entrega de la Copa, minutos antes de terminar el encuentro, por lo que en el trayecto dentro de la tribuna brasileña no se percató del segundo gol uruguayo, dado que este causó un impacto tal que el estadio quedó enmudecido y no se sentían rastros de tal hecho.

En el momento que Rimet entró al terreno con el trofeo y partido finalizado, se encontró con un panorama confuso, eran los celestes quienes festejaban eufóricos. En ese momento se le acercó un hombre moreno, de cuerpo grueso y gesto serio en el rostro, Era Obdulio Varela, quien toma la tan preciada Copa de las manos del francés, la muestra y en seguida se la da a un dirigente uruguayo para que se la lleve del estadio.

La celebración del capitán uruguayo fue muy particular. No quiso quedarse en el hotel con sus compañeros y decidió salir solo por las calles de Brasil donde se veía rodeado por la desilusión de todo un país. “La tristeza de la gente fue tal que terminé sentado en un bar bebiendo con ellos. Cuando me reconocieron, pensé que me iban a matar. Por suerte, fue todo lo contrario, me felicitaron y nos quedamos bebiendo juntos”, recordaría años más tarde.

El partido final del Mundial de 1950 fue para Obdulio un hecho insólito, un imposible que se dio en esa ocasión y que no tuvo lógica como él mismo afirmó: "Ganamos porque ganamos, nada más. Nos llenaron de pelotazos, fue un disparate. Jugamos cien veces, y sólo ganamos ésa". Los locales no volvieron a jugar un partido de selección por dos años y además nunca volvieron a vestir camiseta de color blanco como la que llevaban en el Maracanazo.

Con él como capitán, Uruguay nunca perdió un partido por Mundiales: 7 jugados, 6 ganados y 1 empatado

El Negro Jefe volvería a una Copa del Mundo en Suiza 1954, pero una lesión le impidió completar su participación en el certamen en el cual Uruguay finalizó con un cuarto puesto, detrás de la campeona Alemania Federal, Hungría y Austria. Luego de esto no volvió a la selección uruguaya. De esta forma mantiene un dato histórico al ser el capitán charrúa invicto en mundiales ya que jugó siete partidos de los cuales ganó seis y empató uno sólo, ante España.

Obdulio Varela realizó el resto de su carrera en Peñarol hasta que se retiró del fútbol en 1955 con 38 años. Continuó su vida pensando que fue un error haber ganado ese Mundial: “Si volviese a jugar esa final prefería perderla. Parecía que los dirigentes eran quienes habían ganado el trofeo", ya que mientras los jugadores fueron homenajeados con una medalla de plata, los dirigentes de la AUF se auto conmemoraron con una inmerecida medalla de oro acompañada con una suma de dinero mayor a la que recibieron los futbolistas.

Era un hombre de pocas palabras, no le gustaba dar entrevistas, afirmaba que "¿para qué hablar? Los diarios sólo tienen dos cosas verdaderas: el precio y la fecha". Finalmente falleció el dos de agosto de 1966 viviendo en la pobreza junto a su mujer quien moriría poco después. Sus botas de Maracaná y su camiseta, con el número 5, se guardan en la Federación Uruguaya.