Eran tiempos de despachos y debates en la sombra. Corría la década de los 80, una de las épocas más brillantes de la raqueta con John McEnroe, Jimmy Connors, Guillermo Vilas o Ivan Lendl como puntas de lanza. Por entonces, el tenis ya no entendía de barreras, ni siquiera había distinciones entre los que eran jugadores profesionales y los que no (la Era Abierta se instauró en 1968). Y en estos años de apertura, en los que la sensibilidad no era tan susceptible al cambio, Philippe Chatrier, presidente de la Federación Internacional de Tenis (ITF), y Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), probaron lo imposible: que el tenis volviera a ser deporte olímpico, como en 1928 (año de su exclusión). Su decisión generó revuelo. Muchos hablaban de que fuera un torneo Sub-20, sin la presencia de los mejores. Otros, en cambio, buscaban la abolición del estatus olímpico amateur. Al final, tras arduas discusiones, se oficializó la incorporación del tenis en los Juegos de Seúl en 1988. Y con ella, una de las vías de éxito de España en el medallero, con 11 preseas en seis ediciones. Toda una garantía para nuestro deporte.

Santana fue el impulsor de la carrera olímpica de nuestros tenistas Pero, ¿cómo se ha convertido el tenis en uno de nuestros valores más seguros en la cita olímpica? Para ver esto hay que volver la vista aún más hacia atrás. En los Juegos de México en 1968, los primeros en los que fue aceptado el tenis como deporte de exhibición sin carácter oficial, Manolo Santana dio la vuelta al mundo al derrotar en la final individual a Manuel Orantes en un torneo con escasa participación internacional. No había medalla en juego, tan sólo un cheque por valor de 882 pesetas que nunca llegó a cobrar. De hecho, aún está enmarcado y expuesto en su domicilio de Madrid al considerarlo casi como una burla federativa. Menos mal que Samaranch palió el problema con un poco de diplomacia al regalarle un reloj de oro por sus esfuerzos en los Juegos.
Pese a su carácter anecdótico, la victoria de Santana y sus posteriores logros personales (4 Grand Slams) estimularon y promovieron la práctica de este deporte por todo el país. Cada vez había más instalaciones y clubes deportivos, como el Real Club de Tenis Barcelona, toda una factoría de talentos como Andrés Gimeno, Carlos Moyá o Rafael Nadal. La semilla estaba plantada, sólo faltaba que creciera el bulbo. Y así fue, casi de improviso, cuando Emilio Sánchez Vicario y Sergio Casal se alzaron con la primera medalla de la historia del tenis olímpico en Seúl en 1988. Fue de plata, pues cayeron (6-3, 6-3, 6-7, 6-7 y 9-7) en el partido decisivo ante los estadounidenses Ken Flach y Robert en la final olímpica con más juegos disputados hasta la fecha (60).

Barcelona abrió la veda.

A partir de aquí, la tendencia siempre fue al alza. En Barcelona 92, el botín se multiplicó con la irrupción de Jordi Arrese, plata tras ceder en una disputada final ante el suizo Marc Rosset (7-6, 6-4, 3-6, 4-6 y 8-6), y la progresión de Arantxa Sánchez Vicario. Y es que la catalana es la tenista más laureada en la historia de la competición con cuatro metales: dos de plata (una individual en Atlanta 96 y una en dobles en Barcelona junto a Conchita Martínez) y dos de bronce (una individual en 1992 y otra repitiendo pareja con Martínez cuatro años después). Fueron las dos ediciones más fructíferas, puesto que Sergi Bruguera sumó otra plata en suelo estadounidense al perder en la final ante Andre Agassi, aunque en Sydney en el año 2000 (bronce de Alex Corretja y Albert Costa) y Atenas en 2004 (plata de Conchita Martínez junto a Virginia Ruano) los dobles volvieron a rubricar sus esfuerzos en medalla.
Hubo que esperar 40 años desde el éxito oficioso de Santana en México para ver a un tenista español en lo más alto del podio olímpico. Y tuvo que ser Nadal, el mismo que ha ido recolectando todos los récords nacionales, el autor de la gesta. Fue en Pekín en 2008. Y llegaba optimista tras firmar su mejor año hasta la fecha (títulos en Roland Garros y Wimbledon). Derrotó a Novak Djokovic en semifinales y en la final al chileno Fernando González (6-3, 7-6 y 6-3). Un éxito que se redondeó con la plata de la pareja formada por Anabel Medina y la propia Ruano, que nada pudieron hacer en la final (6-2 y 6-0) ante las hermanas Williams.
Ahora, Londres abre una nueva puerta hacia la gloria. Es posible que todo esté en contra de nuestros intereses (se compite sobre hierba, superficie maldita), sobre todo tras la ausencia por lesión de Nadal. Sin embargo, los éxitos de los tenistas españoles en los Juegos sólo se entienden desde una perspectiva irracional. Casi mística. Son once los éxitos en las últimas dos décadas. Once las razones para seguir creyendo.
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