'Continuidad en los parques', el juego de la ficción y la realidad

Julio Cortázar es un escritor caracterizado por muchos rasgos, reflejados estos en su producción literaria. De entre todos ellos, el juego, posiblemente, sea el que más ha marcado su estilo de escritura, llegando a considerar al hombre como Homo Ludens. El lector pasivo es aborrecido por este autor y constantemente persigue involucrarlo, romper la frontera entre escritor-obra-lector. 'Continuidad en los parques' es un magnífico ejemplo de tal propósito.

Minificción y metaficción

La literatura y la realidad son parte de uno mismo: la primera contiene a la segunda pero además se encarga de multiplicarla creando nuevos mundos. Esta relación entre literatura y realidad fue profundamente reelaborada por los autores hispanoamericanos del siglo XX (entre muchísimos otros, Borges, Carpentier, Vargas Llosa y el propio Cortázar). 'Continuidad en los parques' nos propone la existencia de mundos paralelos, cuya existencia es infinita, entre los que existen grietas que permiten el contacto de unos y otros, los parques.

Si en su grandísima novela Rayuela ofrecía al receptor la posibilidad de realizar una lectura pasiva y otra activa en función de avanzar línealmente por el texto o siguiendo un orden preestablecido por el escritor, en 'Continuidad en los parques' Cortázar nos empuja, durante el primer párrafo del relato, hacia una lectura inocente para después hacernos topar de bruces, en el segundo párrafo, con tal manipulación de la realidad que el lector es asesinado. Pero, ¿qué lector?

A nosotros, como lector A, Cortázar nos narra la historia de un hombre de negocios que, durante un viaje en tren, decide retomar la lectura de una obra que días antes había empezado. Interesado el personaje por la trama, el escritor argentino nos vuelve a sumergir en una nueva historia, la del libro que el protagonista (lector B) está leyendo. De este modo, 'Continuidad en los parques' es un relato que nos habla, a su vez, de otro relato. Un relato inserto en otro (es el mismo juego, llamado autorreferencia, que presenciamos muchas veces en pintura cuando al observar un cuadro vemos que el artista ha pintado, en lugar de un paisaje, un cuadro).

No obstante, conforme más nos cuenta sobre el relato que nuestro protagonista (lector B) tiene entre las manos, vamos comprendiendo que ésa es en realidad su propia historia. El libro cuenta un pedazo de su vida: tras escribir una carta y discutir un tema con su mayordomo, decidió retomar su lectura. Sin embargo, la ficción, que muta en realidad, acabará interrumpiéndolo cuando el personaje de su libro, él mismo, es asesinado mientras leía plácidamente en su sillón. ¿Quién mata al lector B? Cortázar.

Esta compleja trama argumental, elegantemente desarrollada en sólo quinientas cuarenta y una páginas, nos está mandando a nosotros, lector A, una clara advertencia: no podemos dejar que la rutina de nuestras vidas tenga prioridad sobre el acto de lectura. La literatura es tan necesaria como el trabajo, la comida y no podemos convertirnos en lo que él denominó “lector hembra” -justo sea decir que tiempo después observó lo inadecuado e injusto de tal etiqueta-. Quien, como el lector B, sólo acuda a la lectura en momentos de extremada calma y confortabilidad, acabará pagando las consecuencias.

(Podemos encontrar el relato en la riquísima página www.literatura.org, dedicada a la literatura argentina contemporánea: http://www.literatura.org/Cortazar/Continuidad.html).

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