Es desolador sentarse a ver el panorama. Allí donde pones la vista no encuentras más que escombros. Un nuevo desastre, y van cientos, que me pilla cerca, poniéndome perdido por esa hojarasca otoñal que deja la melancolía, porque fui socio durante algunos años. El equipo de balonmano San Antonio de Pamplona, campeón de liga Asobal y de la Copa de Europa, entre otros títulos, durante la primera década del siglo XXI dirigido por un excepcional presidente, Fermín Tajadura, y un entrenador con carácter y serio como un profesor de aritmética, Zupo Equisoain, se lo ha llevado la riada de la crisis y ha desaparecido. Han cerrado la sede, han dado de baja los teléfonos, han puesto un cartel de se alquila y listo, se terminó. Lo único que quedará de todo lo que hubo es una colección de trofeos que han donado al Gobierno de Navarra para que los meta en cajas que serán cubiertas por el polvo del olvido, y los recuerdos, que habrá que rebuscarlos para fijarlos fuerte. Así de simple y así de sencillo, se baja la persiana de un club que tenía casi sesenta años de existencia. Aún guardo la bufanda blanquiazul en casa, por decir que un día existió un equipo en mi ciudad que lo ganó todo.

Se nos está desmoronando nuestra vida deportiva sin darnos mucha cuenta, y no hacemos otra cosa que certificar el desastre, porque tampoco es que la existencia sea cómoda actualmente para casi nadie. Lo peor de todo esto es que aún no creo que hayamos tocado fondo, porque quedan castillos endebles de naipes que parecen estar diciendo "mírame y no me toques, que me vengo a abajo". Me refiero al globo futbolero, claro, que está a un tris de reventar por completo.

Si la burbuja futbolera no ha pegado una explosión de dimensiones descomunales es porque a los diferentes gobiernos no les interesa. Por decreto no explota, o casi, que a ver quién es el tipo que quiere meterle mano a un tema tan pasional como ése, que además desvía tanta atención de los problemas reales, y que funciona estupendamente como válvula de escape para un determinado estrato de la sociedad, digamos que exaltado. Deudas, deudas y más deudas, que por ahora las soporta el limbo, ese gran cajón desastre, que todo lo guarda, haciéndonos creer que no existe, que cuando despertemos el dinosaurio ya no estará ahí. Si leyéramos más, el cuento de Monterroso, por ejemplo, (que nadie dirá que es que es muy largo y no me engancha): “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” sabríamos que por mucho que miremos hacia otro lado, tirando la basura sobre nuestra azotea para no verla, tarde o temprano nos va a sepultar por completo. Entonces vendrán los lamentos al comprobar que en vez de desaparecer un equipo poco ético y lleno de deudas, que sigue comprando jugadores que no puede pagar, se vayan por el acantilado de la historia otros que como no pudieron comprar por intentar cuadrar sus cuentas, descendieron y se los comió el tedio de las categorías inferiores, hasta enterrarlos de pura pena.