Las artes marciales son una de las grandes desconocidas del mundo actual. Muchos las ven con los ojos equivocados, las ven como un arma, como un medio para alcanzar un nivel de letalidad. Tampoco faltan los que creen que cuando se llega a ser cinturón negro, van a poder ir de cabeza y solos contra ocho personas para darles una paliza una a una. Que quede claro. Las artes marciales no te convierten en un ser invencible, no por practicar las artes marciales vas a ser como Neo en Matrix, un personaje absolutamente letal y literalmente invencible.

De entrada, las artes marciales no deben ser vistas como una herramienta para pelear. Esto es algo que se comprende con el tiempo. Su práctica te lleva a alcanzar un nivel de madurez mental que te impulsará a no pelear y a preguntarte: “¿Qué necesidad hay de lesionar a alguien en plena calle porque me haya dicho una tontería?”. Siempre y cuando, claro, sea un artista marcial bien formado, pero no hay que olvidar que existe toda clase de gente en toda clase de lugares. Pero el concepto es ese, ser selectivos y conscientes de que una pelea evitada es una pelea ganada. Está claro que hay situaciones muy excepcionales en las que el artista marcial se puede ver obligado a recurrir a sus conocimientos, pero siempre, siempre, un artista marcial, nuevamente, bien formado mentalmente, va a preferir darse la media vuelta ante un insulto o provocación antes que hacer una llave y acabar provocando un escándalo.

Por otro lado, hay que tener muy clara una cosa, las artes marciales tienen un elemento famosísimo a nivel mundial. Los cinturones. Todo el mundo que oiga que alguien tiene un cinturón negro, intuye que el susodicho va a tener cierto nivel en el arte marcial que practica. Ahora bien, ¿qué es realmente un cinturón negro? La respuesta más directa y honesta: un trozo de tela.

La anterior afirmación puede resultar algo confusa, para aclarar, cabe clasificar en varios grupos los portadores de susodichos denominados trozos de tela. En primer lugar, están aquellos, pocos pero haberlos halos, que se creen, como previamente se ha citado, que son una especie de Neo solo por llevar su cinturoncito de color negro. Otra parte, de nuevo minoritaria y que lamentablemente se ha visto en alguna ocasión, es tal vez la más penosa, denigrante y que peor imagen da al mundo de las artes marciales, un mundo bastante contaminado. Son aquellos que han tenido la “fortuna”, depende de cómo se interprete, de que les regalaran rangos sin apenas esforzarse, los que van unos pocos meses antes del examen, y no tienen un maestro con la personalidad necesaria –o uno que sabe comprarse a la gente- para suspenderlo. Esa clase de gente que el cinturón se lo enfunda solo para la foto de perfil de Facebook, esa misma gente.

Pero como todo, en las artes marciales hay tanto malo como bueno. Vista la parte más denigrante de las artes marciales, también debe haber ojos para lo bueno. Esa gente que vive las artes marciales, las vive, las disfruta y las tiene en la testa a todas horas. Esa gente que se desliza sobre el tatami con alegría, que conserva el espíritu de un niño. Esos profesores que creen en un gran principio de las artes marciales, y es que tus alumnos no deben ser como tú, tienen que llegar a ser mejores que tú. Esos compañeros que ayudan y se dejan ayudar. Esta es la clase de artistas marciales que siguen el reishiki o disciplina, con los que da gusto entrenar y ante todo, que saben que un cinturón negro o un rango no es saber hacer una técnica con los ojos cerrados o ser capaz de matar a alguien con un estrangulamiento. Lejos de ello, un rango es un estado mental, de madurez, confianza, autocrítica, y lo más importante, siempre tener la mente abierta a lo nuevo.

Así pues, se llega al dilema de los cinturones. ¿Son realmente necesarios? Tal vez son adecuados en el momento de establecer una jerarquía dentro de la escuela, y a decir verdad, un alumno se siente premiado cuando ve que le otorgan un cinturón nuevo, ve que su esfuerzo y sacrificio, dos palabras que acompañan a todo artista marcial –y que no comprenderán los “artistas marciales”-, no han sido en balde. No obstante, tienen un gran problema que explica a la perfección el joven pero ilustre Alberto Barberá en una breve pero contundente reflexión, que como bien dice, tienden a “confundir” al principiante.

Ciertamente, todo el mundo cuando empieza quiere pasar de rango tan rápido como puede, porque llama mucho la atención ver a tus compañeros o senpais en terminología nipona, con cinturones verdes, azules o marrones, y ni mencionar como se iluminan los ojos cuando te imaginas en el futuro con un negro y sus posteriores niveles, llamados dan en japonés. El problema reside en que el objetivo del entrenamiento es como un curso de segundo de bachiller. Nadie va a segundo de bachiller por gusto a aprender, la gente va a hacer el citado curso únicamente para aprobar un examen. Así pues, como aquellos estudiantes que quieren aprobar el segundo de bachillerato para ir a la universidad, los principiantes de las artes marciales entrenan para pasar un examen. ¿Cual? Obviamente, el de su próximo cinturón.

Por fortuna, hay una fracción importante de artistas marciales que, llegados a cierto nivel, se dan cuenta de que realmente, por mucho que cambies de cinturón, sigues siendo tú mismo. La misma cabeza, mismos ojos, mismos brazos y mismas piernas. ¿Entonces qué cambia? Un trozo de tela. El cinturón no da el nivel al practicante, una vez más, es únicamente un trozo de tela. Por ello, aquellos que se den cuenta de que realmente no importa el color que portes, van a disfrutar de las artes marciales, porque en lugar de entrenar para aprobar un examen, van a entrenar para aprender, para crecer y para mejorar. Habrán aprendido a disfrutar.

En cambio, ahora bien, aquellos que no abren los ojos y siguen obstinados en que hay que aprobar un examen, nunca van a comprender realmente que son las artes marciales, y peor aún, no las van a disfrutar. En esto influye muchísimo el entorno. Por desgracia, un entorno tóxico, toxifica a todos aquellos que se encuentran inmersos en él, los transforma. Con entorno, se puede comprender a los profesores o sensei y a los compañeros.

Por desgracia, hay muchos profesores tóxicos en el mundo, más de los que aparenta. No por ello hay que restar importancia ni mérito a las artes marciales, hay infinidad de gente excelente y maravillosa, pero su trabajo es manchado por un menor número de energúmenos que mancha la tradición marcial.

Nunca falla el típico que acelera el proceso de aprendizaje, que solo quiere tener el máximo número de cinturones altos posibles para así poder decir ante otros honorables compañeros de afición para ellos, de pasión en el caso de los excelentes profesores que hay por el mundo: “Mirad mis alumnos, todos de cinturones marrones para arriba” o “mirad mis niños que talento tienen”. Un ejemplo distinto, pero que peca de lo mismo, es aquel que da los rangos por conveniencia, porque sabe que puede contentar a alguien con un rango para poder o bien ponerlo de su parte, o bien sacar algo de él.

También hay un ejemplo bastante lamentable, y es aquel que, en lugar de ser un pez pequeño en un maravilloso gran océano, prefiere cerrar la mente de sus alumnos, ser un gran depredador dentro de un pequeño estanque. Esta clase de gente es aquella que tacha de inefectivo, de malo o de inútil las artes marciales que practican otros profesores u otros clubes, así como cargar contra ellos descaradamente con el fin de crear una mala imagen a sus alumnos. En resumen, vendar los ojos de sus alumnos, para que lo único que se pueda ver por un pequeño agujerito sea él mismo.

En resumen, si hay alguna palabra para definir estos ejemplos, es fraude. Así de simple y directo. Fraude hacia unos alumnos a los que está perjudicando y al mundo de las artes marciales, que está manchando. Cabe mencionar que las artes marciales en si no nacieron como deporte, pero sí que han sido “deportivizadas” en los tiempos recientes. Y lamentablemente, no han pasado de ser un deporte minoritario, bajo la sombra del fútbol, el baloncesto o el tenis, entre otros. Es por ello, que probablemente nunca se llegará a conocer del todo esta jugosa tradición cultural de orígenes orientales que ha llegado a la actualidad, al menos, en España, puesto que las artes marciales no se pueden comprender sin su práctica. Porque si no, ¿qué sentido tiene ir a un lugar para seguir unos estrictos procedimientos para acabar llevándose golpes? ¿Por qué aguantar dolor y moratones? ¿Por qué tanto sacrificio por hacer las cosas bien hechas, cuando luego otros se dedican a manchar este mundo? ¿Por qué tras un entrenamiento estricto de años, no aprovecharlo en la calle para ser respetado, sino que evitar un conflicto que con mucha probabilidad ganarías? Nuevamente, sencilla respuesta, porque son artes marciales.

Así pues, querido lector, invitado queda a probar las artes marciales, pero no con el objetivo de llegar al cinturón negro. El cinturón negro no es el final del camino del artista marcial, irónicamente, es el inicio, es donde tu mente queda abierta completamente y donde realmente llegas a comprender que son realmente las artes marciales. Pero recuerde, no hay que practicarlas por el afán de pasar de cinturón, sino para disfrutarla. El espíritu de un niño, el sacrificio y el esfuerzo, son innegociables.