Carolina Marín se ha coronado por tercera vez campeona mundial en Nankín (China) con un auténtica exhibición ante la jugadora india Pusarla Sindhu (21-19 y 21-10), que la hace entrar en la historia definitivamente. Y lo cierto es que resulta complejo describir con palabras la espectacular dimensión deportiva de la jugadora onubense, el tremendo segundo set que se ha marcado para volver a neutralizar los interminables brazos de Sindhu y su clara estrategia de alargarlo todo para descentrar a Carolina. Y es que Marín es la velocidad, el ritmo y la pasión, aunadas en una vertiginosa jugadora de bádminton, ante la que las asiáticas hace tiempo que dejaron de frotarse los ojos porque una europea les discutía el trono pero que las ha dejado boquiabiertas.

Una velocidad más al bádminton

Carolina ha vuelto a tumbar a Shindu -ya le ganó en la final de los Juegos de Río- y la igualdad del primer set saltó en pedazos en el segundo, en cuanto Carolina se despegó en el marcador y ya resultó inalcanzable. La jugadora onubense que era leyenda al convertirse en la primera europea en ser oro olímpico y campeona mundial, ya es eterna pues es tricampeona del mundo. Y su reinado en el medio aéreo de los volantes es el de la velocidad, no en vano Marín le ha imprimido una marcha más a este deporte y sus rivales han tenido que modificar su juego y la táctica ante el vértigo que padecen al enfrentarse a la española.

Carolina es puro Munch

Metafóricamente hablando la imagen que mejor representaría a lo que ha conseguido Carolina se podría encontrar en el cuadro El Grito, de Munch. Haciendo una reinterpretación del mismo que nada tiene que ver con el mensaje de fondo del afamado pintor, se podría decir que el grito mundial de Carolina ha dejado a sus rivales con la actitud visual que muestra el personaje plasmado por Munch en su célebre obra. El vértigo les ha podido y el ciclón Carolina se las ha llevado por delante, cuando Marín pone el turbo, el miedo las atenaza y no se pueden creer lo que ven, cada grito les martillea y los volantes comienzan a ser cohetes que sobrevuelan la pista obedeciendo los deseos de la reina.

De igual forma y haciendo extensible las sensaciones que genera tanto el juego como lo conseguido por Carolina en aquella gran mayoría que en España ve el bádminton como un deporte extraño y elegante, pero lejano, también se pueden explicar a través de ese cuadro de Munch, pues aunque sus victorias se han convertido en algo habitual, no se lo pueden creer. Y solo pueden abrir la boca y llevarse las manos a la cabeza ante semejante prodigio. Es una cosa de locos, es Munch el grito mundial, el punch de Carolina. Decía el pintor noruego que siempre se había iniciado en el arte por el deseo de pintar, de pintar una historia, algo que en su tiempo echaba en falta en el resto de sus colegas, y Carolina es justo lo que está haciendo. La niña de los volantes de Huelva pinta su historia a través de un grito mundial que hace entrar en pánico a las jugadoras rivales y deja en shock, con la boca abierta a todo aquel que la contempla. Tormento de sus rivales e inconformismo de una jugadora eterna, trepidante y pasional, puro grito, puro Munch.