El pasado viernes frente a los Carolina Hurricanes en su estadio de Raleigh, Josh Bailey jugaba su partido número mil en la NHL. Todos ellos bajo la disciplina del equipo que consumió su primera elección del draft de 2008 (la número nueve del total) para incorporar al alero canadiense a sus filas.

Un millar de partidos con los de Long Island, un hito que en los 50 años de existencia de la franquicia, solo han logrado otros dos jugadores, miembros del salón de la fama y de los isleños tetracampeones de la NHL, como son Bryan Trottier y Denis Potvin.

Dos nombres del olimpo del hockey con los que difícilmente se puede comparar la carrera de Bailey, al menos en cuanto a números, pero lo que no se le puede negar a este jugador es la impronta que deja en sus compañeros de vestuario, que aprovechando la consecución de esta meta, han recordado lo que significa en el sancta sanctorum de los jugadores, una vox siempre presente, sensata, y un gran compañero.

Seguir haciendo historia

A sus 33 años, recién cumplidos el pasado 2 de octubre, está claro que Bailey ha escrito ya la mayor parte de su historia con los Islanders, pero también ese mismo viernes dejó claro que aún le quedan muchos renglones por escribir, añadiendo un nuevo gol a su estadística que hasta entonces sumaba 177 y además el ganador del partido, subiendo el total de los mismos a 23.

Un jugador cumplidor, eficiente y de apoyo, que quizás por sus cifras lo deja muy lejos de recompensas como el salón de la fama o incluso a nivel más local de que su número 12 cuelgue de las vigas del UBS Arena, pero que recibe otras de igual o mayor importancia como son el aprecio, valoración y cariño de los que comparten el hielo con él y de quienes dejan sus dólares en la taquilla para animar sus colores en la grada del estadio.