La bandera española que hace una semana llevaba Rafa Nadal en la ceremonia de apertura tenía un significado bastante más profundo del aparente. No era solo una de las caras más famosas del deporte español mostrándose al mundo en el espectáculo más visto del Planeta. Mostraba que estaba dispuesto a abanderar hasta el final, hasta el triunfo. Mientras algunos de los tenistas más importantes del mundo se borraron del cuadro excusándose en el zika porque la cita olímpica no les motivaba, Nadal, lesionado en su amado Roland Garros, renunció a Wimbledon para recuperarse a tiempo de vencer por España. Su muñeca hacía improbable el desenlace final, pero como demostró, nunca conviene enterrar a un campeón. Ha jugado once partido en seis días y aún no conoce la derrota.  Su cerebro privilegiado para la resistencia a la adversidad guía a su alma irreductible en Río, donde compite como un Hércules dispuesto a superar todos los trabajos. 

Nadal ratificó ser un gran doblista, especialidad siempre aparcada de su extraordinaria carrera individual. Unir su talento a un especialista como Marc López, ganador de Roland Garros este mismo año junto a Feliciano López, funcionó como una mezcla explosiva en un torneo siempre propicio a las sorpresas y los experimentos. Parejas más consolidades cayeron a sus pies, como los rumanos Florin Mergea y Horia Tecau, una de las duplas más destacadas del circuito, en la lucha por un oro que raramente se podía escapar con Nadal a los mandos.

En la vitrina del tenis olímpico español ya lucen doce medallas, pero solo dos son doradas. Las dos pertenecen a Nadal, aún con la oportunidad de sumar una tercera y convertirse en el olímpico español con más victorias. Un rato antes de la final de dobles llegó a las semifinales de inviduales. Este sábado se enfrenta a Del Potro y el domingo previsiblemente aparecería Andy Murray, el vigente campeón. Se hace difícil apostar en su contra. Nadal, con 13 Grand Slams y el oro olímpico ya en casa, no necesita los Juegos para que su figura trascienda a su deporte, pero su seriedad al afrontar los Juegos y su humildad al aceptar vivir en la Villa Olímpica le acercan aún más al corazón del aficionado.

Si por ese placer gana Nadal en los Juegos, otras necesidades bien distintas afrontaba este viernes Lidia Valentín. Después de ganar en Londres pero verse 4ª allí, superada por tres tramposas, y de acabar 5ª en Pekín por detrás de más dopadas, la berciana necesitaba la foto robada en el podio, la imagen de su medalla en el gran escenario retransmitida a gran escala para que todo el mundo conociese a la primera medallista de la historia de la halterofilia española.

Con el oro imposible ante la norcoreana Sim Jong Rim, la felicidad de Lidia por ese cajón no se iba a apagar por perder una plata por tan solo un kilo. El bronce era suyo y pudo recogerle allí mismo. Ni siquiera necesitó su mejor versión después de un año complicado por las lesiones. En el total olímpico, Valentín sumó 257 kilos, a ocho de su tope de Londres. Son los efectos de limpiar la mentira.

Por dos caminos bien distintos, el del multimillonario profesional que se motiva con los Juegos y el de la humilde olímpica del deporte minoritario que los necesita para multiplicar el eco de su mérito, España llegó a los siete días en Río con cinco medallas, tres de ellas de oro. Son dos más que en Londres a la misma altura, pero eso no consuela la enorme decepción que provocó Miguel Ángel López en los 20 kilómetros marcha, la mayor de los Juegos. Campeón de Europa y del mundo, era una de las garantías más claras de la delegación, pero sucumbió a la presión olímpica y se quedó sin la triple corona.

Sorprendió en un hombre siempre competitivo el día clave, a diferencia de la clase media del atletismo español, que como en Londres, abrió los Juegos rindiendo a un bajo nivel tan alarmante como habitual. En Orlando Ortega y Ruth Beitia cae ahora la responsabilidad de lograr la primera medalla desde Atenas 2004 en un estadio que mostró una cara tan triste como España en la apertura del deporte rey. Pocos espectadores disfrutaron del primer récord mundial en el tartán, el de la etíope Almaz Ayana, que machacó por 14 segundos la oscura marca de la china Wang Junxia en 1993 y aspira a reinar en el fondo mundial.

Sería la versión atlética de la estadounidense Katie Ledecky, que deslumbró en la piscina batiendo su propio récord mundial de los 800 metros libres. El mérito, en este caso, residió en que a nadie le sorprendió. Se va de Río con cuatro oros y una plata como una de las más grandes. Con un oro y un bronce acabó su periplo Mireia Belmonte, a solo dos segundos de las medallas en la misma prueba tras el ciclón Ledecky. Son las mismas medallas que en Londres pero su valor se agranda definitivamente tras la victoria en los 200m mariposa. Para medallas, sin embargo, las del judoka francés Teddy Rinner. Ganó el segundo oro olímpico en la categoría de +100kg de judo. Esta vez necesitó una sanción de su rival, pero sigue sin conocer una gran derrota desde Pekín. Y no digamos Michael Phelps. Tras 22 oros olímpicos, no pareció disgustarle demasiado perder los 100m mariposa (su 27ª medalla pese a todo) ante un fan, el singapurense Joseph Schooling, que se hizo una foto con él en 2008, cuando tenía 13 años. Inspirar a los niños, explicó, vale a veces más que un oro.