A Javier Fernández jamás irán a recibirlo como un héroe a ningún aeropuerto, casi con toda seguridad su rostro no será exhibido en el fondo de un estadio como arenga de toda una afición ante un gran reto de superación, como ejemplo del camino hacia el éxito, pero todo aquel que haya seguido su carrera, que comenzó en un 'Igloo de Majadahonda’ bajo el auspicio técnico de dos ‘esquimales de la danza sobre patines’ llamados Carolina Sanz e Iván Sáez, y que continuó en la pista helada de Villalba en el Club Circus, en la que recibió entrenamiento de Jordi Lafarga, conocen que pocos deportistas españoles han existido como él. Javi es un pionero a la altura de Lili Álvarez, Miguel Poblet, Joaquín Blume, Seve Ballesteros, Carmen Valero, Paquito Fernández Ochoa, Ángel Nieto, Manolo Santana, Manel Estiarte, César Pérez de Tudela, Fernando Martín, Carlos Sainz, Gemma Mengual, Chus Alegre, Lidia Valentín, Carolina Marín…

Ahora que ‘Superjavi’ ha cumplido su gran sueño de colgarse un metal en una Olimpiada de invierno -se le escapó en Sochi- , ahora que la inmensa mayoría de medios se hacen eco de sus gestas, ahora que se conoce que comenzó a patinar con solo seis años, que en 2006, con diecisiete años se marchó por primera vez a Toronto, a Canadá -que se convirtió en su segundo país- para alcanzar el nivel de la máxima élite, ahora que ya nadie duda que su danza invisible abrió camino al resto de los patinadores españoles y, que su palmarés es sencillamente abrumador –doble campeón del mundo, séxtuple campeón de Europa y medalla de bronce olímpico-, resulta muy sencillo hacer un juego de palabras con los triples Axel, el doble toe, el triple salchow, términos que hace una década sonaban a chino en la geografía deportiva e informativa nacional.

La culminación de un sueño

En Pyeongchang, Javi Fernández no completó un programa perfecto, un pequeño error en el programa largo le privó de subir al menos un escalón en el podio para conquistar la plata. Yuzuru Hanyuel rey del hielo’ - su compañero de entrenamiento- consiguió el oro con su 'Seimei', mientras que el también japonés, Shoma Uno -que cometió otra imprecisión- logró finalmente la plata debido a su espectacular recuperación y al mayor grado de dificultad de su ejercicio respecto al del patinador español. Javi fue bronce pero el color era lo de menos, había alcanzado por fin su sueño, completar su impresionante palmarés con el metal que le faltaba. El Rey, el presidente del Gobierno, todos se han sumado a las felicitaciones que le agasajan y reconocen su grandiosa trayectoria, pero la danza sobre el hielo de Javier no siempre fue visible.

Chaplin patinó de cine

Su danza fue cobrando dimensión y visibilidad gracias a un talento natural para volar sobre el hielo, una dedicación absoluta e incontables horas de esfuerzo y entrenamiento. La evolución de su patinaje fue fruto del sabio consejo de todos sus entrenadores, muy especialmente de una leyenda viva de la disciplina como Brian Orser -su segundo padre- que lo convirtió en una estrella mundial. Obviamente, en manos de uno de los mejores, la carrera de Javi experimentó un salto exponencial, pero sin talento no habría sido posible el milagro. Pocas veces se ha contemplado a un patinador volar sobre una pista de hielo con tanto carisma, pasión, personalidad y capacidad de transmisión. Y es que ahora, que con 26 años ya se adivina su último baile, ha llegado el momento de recordar que Chaplin patinó de cine y dejó mudo al mundo con sus helados Tiempos modernos; de que el Hombre de la Mancha hizo un triple salchow a lomos de unos patines voladores...

La inmensa visibilidad de la danza invisible

Por ello, porque tantos años de invisibilidad y sacrificio han servido para romper el hielo del olvido, porque su danza invisible jamás se olvidará, es justo otorgarle el grandísimo lugar que le corresponde en la historia del deporte español. El de absoluto privilegio como pionero, junto a Paquito y Blanca Fernández Ochoa, también junto a la figura de Regino Hernández -bronce de boardercross de snowboard en Pyeongchang- como cuarto medallista en una olimpiada invernal para España en toda su historia. Y es que en realidad verle patinar durante todos estos años no constituyó otra cosa que contemplar el baile de un verso suelto, el viaje de la invisibilidad de un poema sobre el hielo que acabó tornándose inmensamente visible.