François Hollande: la normalidad estudiada

Hay días en los que la realidad es tan peliculera que no sabes si sentarte a escribir con ella o inventarte una diferente para que no te llamen fantasioso. Hoy, tras la toma de posesión del nuevo presidente francés, François Hollande, para que no se note la pompa, se dio un paseo con un coche descapotable “Made in France” por los Campos Elíseos, bajo un aguacero de aúpa. Hollande, que consiguió ganar las elecciones bajo el mantra de que él es un tipo normal, la normalidad de nuevo en el palacio del Elíseo decía, poco le duró el invento. Después del traspaso de las claves nucleares, ese momento que es más intenso que la jura del cargo porque eres consciente por primera vez de tu poder, algo así como el instante de casarse o la firma la hipoteca, se le ha cambiado el rostro y se ha quitado la máscara de presidente de escalera de comunidad para dejar que asome la cara de hombre de estado que realmente ocultaba.

Hollande decepciona porque es más de lo que se empeñó en hacernos creer a todos. Usted nos engañó, le dirán las abuelas que agitan banderas en los desfiles del 14 de julio, nos dijo que era normal, pero no lo es. Mentiroso. No le ha durado la pose ni venticuatro horas y para dejarlo aún más claro, en uno de esos burlones quiebros que la vida nos regala a los espectadores, por la tarde ha cogido un avión para ir a entrevistarse con la Canciller Merkel, y a los pocos minutos del despegue, le ha caído un rayo con todas las interpretaciones místicas que se quieran dar, haciéndole volver a tierra para, sin inmutarse, preparar un segundo avión que le llevara a pasar la tarde en Berlín. Hollande no es un tipo normal. Para llegar a ser presidente de la tercera potencia nuclear del mundo no puedes ser normal. Es imposible, y casi mejor así.

Viendo la rueda de prensa (en Europa las ruedas de prensa tienen preguntas de periodistas, por cierto), queda claro que a rey muerto, rey puesto, o a presidente de la République muerto, presidente de la République puesto. El que se ha convertido en un ciudadano normal ha sido Sarkozy. Aunque seamos calvos y con gafas, el poder nos hace más guapos, hasta que nos bajamos del pedestal y ya ni con el tacón cubano damos el pego de persona de altura. De aquí a poco, Sarkozy se irá diluyendo tanto que terminará por ser llamado para que se le conozca no por su apellido, sino por el de su mujer: el marido de Carla Bruni.

El domingo de las elecciones llegué a París cuando ya se sabía que el candidato socialista había ganado la segunda vuelta de las presidenciales y mientras arrastraba mi maleta por las calles, me fijé mucho en la gente, ésa que pensaba que había aupado a lo más alto de la república a un tipo como ellos, de la rue, anodino incluso, y que hacía sonar las bocinas de los coches por los bulevares por la empatía que le causaba el tipo. A ver cuánto les dura el romance una vez se hayan dado cuenta del engaño y Hollande caiga en desgracia por superar las expectativas. Lo que me queda como reflexión de toda esta historia es que Francia no improvisa ni la supuesta normalidad de sus candidatos.

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