"Momentos de inadvertida felicidad": páginas con aroma a after-sun

Si Vila-Matas escribió en Anagrama “Dietario voluble”, Piccolo nos ofrece otro dietario, pero éste, en cambio, prefiero llamarlo soluble. Es como un sobre de café, que solo diluido en algo más, lo que cada uno quiera, adquiere su naturaleza final que puede beberse con gusto: un refresco, un paisaje desde la toalla, una noche tibia con el balcón abierto, un viaje en autobús camino a la playa...

Una sucesión de lugares comunes que a veces crea empatía y otras simplemente antipatía, dependiendo de si realmente lo que cuenta nos pertenece o es una acción que no la hemos llegado a pensar nunca.

No es un mal libro, se deja leer, pero no es una obra maestra como casi nos quiere hacer ver la faja que acompaña la obra. Como sigan por ese camino tan irreal las fajitas, se van a cargar la literatura porque van a dejar en nada interiores bastante correctos. La adulación extrema siempre deja una sensación de mentira. La felicidad es tan personal, tan particular, tan poco universal, que intentar encuadernarla casi como si fuera un perfume, creyendo que todos se van a dejar arrastrar por el aroma, sin empalagarse, o es de ilusos o de prepotentes.

Hay que ver lo que dicen que ligan los escritores, por cierto. Piccolo, incide tanto en ello que cíclicamente, miramos la solapa para ver su foto y juzgar por nosotros mismos.

Confirma el tópico de que en Italia se conduce muy mal porque en muchas de sus entradas de su diario de felicidades cotidianas terminas por decir: “Madre mía qué mal conduce. Qué peligro, qué agresividad, qué absoluta temeridad”.

Amoríos y excesos en la conducción. Ésa es la sensación que queda en muchas partes del libro. Lo que ocurre es que como el autor se salta con tanta impunidad los semáforos en rojo, tantas y tantas veces, resulta pura pose por lo exagerado de su actitud. “No puede ser, no puede ser” dices, y continuas pegándole sorbos al libro, porque es un libro de sorbos, de cerveza, por ejemplo, en vaso algo mellado y no muy bien tirada, pero refrescante. No es una obra de Gin tonic, por si alguno pensaba en algo denso que digerir. Una cerveza sobre un mantel de hule de una tasquilla con pescado frito y olor a crema solar. Algo así.

Un diario sin fechas, como los veranos. Un único día eterno, sin más referencias que las espaciales. El hilo conductor es la ausencia total del mismo. Una sucesión de notas más o menos elaboradas, desde una única frase, como de resaca de fiesta estival, hasta varias páginas de exposición, de momentos felices como cenas con amigos en chancletas y bañador.

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