Una cuestión de tiempo: ¿Dónde está el dolor?
Foto (sin efecto): liveforfilms.

Richard Curtis es un gurú de la comedia romántica desde que escribiese el guion de Notting Hill (1999) a finales de los noventa. Con su debut como realizador, Love Actually (2003), convenció a todo el mundo. ¿Por qué? Principalmente porque sus creaciones son agradables y sacan lo mejor de nosotros mismos. Curtis va a lo seguro. Y su última película no es una excepción ni resulta más original de lo que su premisa nos sugiere a simple vista. Termina siendo una cinta agradable, bien interpretada, correctamente dirigida. Pero se echa en falta más mordiente, algo de riesgo.

Los viajes en el tiempo combinados con una historia de amor no son nuevos para nadie: ya sea en clave de comedia alocada en la estupenda Atrapado en el tiempo (Groundhog Day, Harold Ramis, 1993) o de forma más melodramática en la injustamente olvidada Más allá del tiempo (The time traveller’s wife, Robert Schwentke, 2009). Precisamente con esta última comparte protagonista femenina Una cuestión de tiempo (About Time, 2013), una bella Rachel McAdams que en esta ocasión enamora en la oscuridad (en una de las mejores secuencias del film situada con precisión en su primer acto) a un prometedor Domhnall Gleeson, hijo del ya consagrado actor Brendan Gleeson. Pues bien, la última obra de Curtis es una mezcla de ambas. Ni es una comedia alocada ni es un melodrama clásico. Es una comedia dramática de buenas intenciones, con poca reflexión y muchas sonrisas. Justo lo que el mundo necesita en estos momentos aciagos.

Es por eso que se ha convertido en un sleeper. Es la película que todo el mundo querría ver, independientemente de su edad o condición. Deja a todos contentos porque no existen momentos realmente crudos en su metraje. Sus viajes en el tiempo no son rocambolescos: simplemente consiste en introducirse en un armario y cerrar los ojos. La moraleja es obvia, pero llena el espíritu. Son tantos los momentos llenos de sonrisas en esta película que no cabe el dolor verdadero.

Y es ahí donde un servidor le ve problemas a la propuesta. Si bien transcurre sin problemas, gusta y enamora; se echa en falta más calado. Menos obviedad, menos brocha gorda. Más problemas para el protagonista principal, que parece que todo lo puede. Al fin y al cabo su guion es un compendio de situaciones con solución sencilla. No parece que haya obstáculos de verdad y, cuando los hay, éstos solamente afectan a los personajes secundarios. Las trampas de guion, sobre todo en lo que respecta al funcionamiento de los viajes en el tiempo, se descubren más pronto que tarde. Es una película tan idílica, con intenciones tan positivas, que resulta complicado creérsela del todo.

Menos mal que Bill Nighy está ahí para salvar la papeleta. Él sí compone un personaje de verdad. Lleno de pequeños fracasos, silencios y brillantes momentos humorísticos. Y aunque solamente sea por él y el puñado de momentos agradables que deja esta propuesta, puede que olvidemos sus defectos. A pesar de sus momentos azucarados, su querencia por la música pop a modo de videoclip, su carencia de rasgos formales destacables. Qué más da. Nos han hecho reír e incluso llorar. Por artificial que parezca, Una cuestión de tiempo tiene algo que encandila. Todavía no tengo claro el qué. Quizá mi predilección por ‘Friday I’m in love’ de The Cure. Quizá por la McAdams. O quizá porque los primeros amores son los más preciados.

VAVEL Logo