La crisis mediática: lecciones no aprendidas
Foto: Vavel.com

Una crisis económica es siempre demoledora. Los ciclos económicos, difíciles de preveer y más complicados de gestionar todavía, atemorizan a la población. Cuando hubo la crisis del tulipán, allá por el siglo XVII, muchos comerciantes se quedaron enganchados tras comprar flores a un precio muy alto y ver como de golpe no valían nada. Por suerte o por desgracia, los medios de comunicación no eran globales y no había columnas de análisis sobre predicciones del precio del tulipán. La prima de riesgo, los split, los call, los put y hasta el euro eran ciencia ficción. Durante el crac del 29, la humanidad aprendió como funcionaba la bolsa y se introdujo en el debate económico, en la crisis del petróleo aprendió a sustituir los defectos de la oferta, y en la crisis occidental de 2007-? está por ver el aprendizaje, pero la explosión global de los medios ha enseñado muchos tecnicismos y hechos (aunque pocas soluciones) que la humanidad recordará durante años... ¿o no?

Jan van Schmidtsenhausen podría haber sido un comerciante holandés del siglo XVII. La expansión holandesa hacia el índico y hacia Asia y el poder de su flota hicieron que su familia se hiciera con una posición acomodada. Cuando vio la fiebre que habían causado esa flor traída del imperio austro-húngaro de nombre tulipán, no dudó en subirse al carro. “Si todo el mundo lo hace, será bueno”, pensaría. Los libros de historia no registraban crisis económicas como tal. Reflejaban malas cosechas, pero eso ya se había arreglado en la Edad Media, y si las hay, que las sufran los más pobres, o reflejaban ruinas por guerras. Si, en el siglo XVII todavía existían muchos conflictos abiertos entre las coronas europeas, pero los comerciantes burgueses holandeses ya están bien cuidados y blindados. Van Schmidtsenhausen podría haber oído hablar de los bancos de los Médicis, que fueron un gran éxito hasta que les comieron las deudas y las guerras internas, no mucho antes del XVII. “Esto de los tulipanes tiene que funcionar bien, es una flor que es carísima, nosotros la compramos a un precio medio o medio-bajo, y se la vendemos a los nobles o a otros comerciantes por un precio más caro”. Pero el 6 de febrero de 1637 no se vendió ningún tulipán. Había explotado la crisis. “¿Y qué hago con estas flores que ayer valían 1.000 florines y hoy nada? Me he arruinado. Nos hemos animado a comprar y a subir el precio de un bien que no valía ni mucho menos eso. Pero a partir de ahora, la humanidad no volverá a caer en este engaño”.

Las lecciones de Jan:

  1. Es la primera experiencia con algo parecido al capitalismo actual en una crisis. Tan sólo la referencia del Banco Médici es compatible. Hasta entonces, se ha vivido con una economía basada en la agricultura de subsistencia, la guerra y el feudalismo.
  2. A pesar de que la corrupción política está presente desde hace siglos (referencias en “La República”, de Platón), los reyes y mandatarios de entonces están vistos casi como enviados divinos, incapaces de ser corruptos. Aunque son capaces de despilfarrar, todavía la burguesía no se cree lo que logrará 150 años después con la Revolución Francesa.
  3. La tecnología es todavía rudimentaria. No hay máquina de vapor, tan sólo hay mejoras en los vehículos actuales como los barcos, que son más resistentes que antaño.

300 años después, John van Schmidtsenhausen sería un pequeño ahorrador norteamericano. Había trabajado como obrero levantando varios de los rascacielos más impresionantes de Manhattan. “Tengo todos mis ahorros en un banco muy fiable de Nueva York”, tras 50 años de trabajos de todo tipo, incluso ejerciendo de boxeador amateur a finales del siglo XIX, John veía como su dinero era rentable. Además se vivía una situación prácticamente de pleno empleo y con la Primera Guerra Mundial presente, era muy difícil que a corto plazo se repitiera tal barbarie. El 24 de octubre de 1929, tras cinco años de inapelable subida, Wall Street se hunde, llevándose los ahorros de todos los pequeños ahorradores por delante. “¿Y ahora, con 55 años de edad, qué voy a hacer? No tengo dinero, apenas guardo algo debajo del colchón, me han volado los ahorros. No puedo pagar el alquiler, me quedaré en la calle, es imposible. Mis hijos tienen 20 y 25 años y apenas han podido trabajar y ganar dinero. Encima, cuando paso por delante del puesto de prensa, echo un ojo a los periódicos, y en vez de actuar, hablan, debaten, y el tal Keynes no para de discutir con otros si el Estado debería intervenir. En la discusión, la bolsa se sigue hundiendo y no se soluciona nada. Espero que los economistas del futuro se pongan de acuerdo y que los políticos actúen en consecuencia.” No será hasta 1932 que el gobierno de los Estados Unidos se ponga manos a la obra con lo que ocurrió en 1929. Intervención o no del Estado, el debate estaba servido. Ya no estamos hablando de unos pocos comerciantes holandeses y sus trabajadores, son cientos de millones de personas afectados.

Las lecciones de John:

  1. Las bolsas funcionan como tal desde finales del siglo XIX. Las primeras grandes empresas estadounidenses, como la Standard Oil de Rockefeller, nacen en esa época, es la era naciente del gran capitalismo. Hasta ahora, son fábricas de empresarios sin pretensiones de expansión las que gobiernan el mercado. El fenómeno de la especulación es visto como algo muy normal, durante los felices 20 es el pan de cada día y no había por qué temerla.
  2. A partir de las manifestaciones de obreros de finales del XIX se ve un principio de recelo con los políticos, a los que se considera aliados de empresarios y poderosos. La inoperancia durante los primeros tiempos tras el crac del 29 ahondará esa situación, que tendrá terribles consecuencias en algunos países.
  3. Ya existen medios mecánicos para ensamblar las piezas. El invento del automóvil ha sido un éxito rotundo, y Ford ha cambiado el método de producción logrando unas cantidades increíbles especializando a sus trabajadores en tareas concretas. Sin embargo, no hay tecnología de la información lo suficientemente desarrollada y es difícil todavía estar al tanto de la actualidad,
Foto: Daily Telegraph. El día que se hundió Wall Street

Su nieto Johnny von Schmidthausen seguiría viviendo en el Estado de Nueva York, pero a las afueras de la gran ciudad. Él vivía de transportar materiales inflamables, pero cuando consiguió una renta suficiente, se trasladó al mediterráneo europeo, viendo lo que ocurrió con sus antepasados y observando, con buen ojo, la aparición de las hipotecas sub-prime, que llevarían a muchas instituciones de crédito estadounidenses a un bajo nivel de liquidez, y a algún gran banco de inversión al cierre. Johnny pensó que a sus 50 años, el clima mediterráneo era una buena opción, y además el sur de Europa lleva creciendo sin parar desde 1994. “Es imposible que caigan en crisis, han ganado mucho poder, los inversores que no quieran poner dinero en Estados Unidos vendrán aquí. He oído que Alemania todavía paga la reunificación y que en el Reino Unido todo es muy caro”. Johnny invirtió su dinero en la construcción de un chalet en el litoral, mientras trabajaba siete días a la semana durante 16 horas diarias (en ocasiones) en la construcción de un aeropuerto. A los tres meses, con la obra a medias, le llegó la fatal noticia: despedido, no hay dinero para terminar el aeropuerto. Johnny había contado con el dinero de todo el periodo de obras (que se suponía alrededor de un año) para construir su pequeño palacio. Y ahora, ni dinero ni choza, con los cimientos a medias y apenas una pared levantada, ve como no puede seguir la construcción de su hogar y no sabe que hacer. En casa de un amigo se refugia, pero no tiene mucho tiempo. Un día pone la televisión: “Las hipotecas subprime han causado una ausencia de liquidez en los bancos que han provocado que la bolsa esté en tendencia bear y que el back-office de muchas de las oficinas de las cajas de ahorro hayan sido despedidos. El apalancamiento excesivo de los últimos años ha provocado que no se pudieran ejercer las opciones in the money, por falta de cash-flow, y el dealer no ha podido ejecutar la operación.” “¿Qué ocurre? ¿Por qué estos tipos hablan como en mi país? Además no entiendo nada. ¿Dealer no es el repartidor de cartas en el póker? ¿Cash-flow no es un rapero de la Costa Este?”. La confusión que sufre Johnny es la que sufren millones de personas.

Las lecciones de Johnny:

  1. Mundo global. Todo el mundo puede jugar a la bolsa. Las empresas ya no son de un país, ya son globales. La especulación en los mercados está a pleno orden del día, y el riesgo es conocido por todo el mundo.
  2. Los poderes políticos ya están sometidos a los poderes financieros. Así como en la época del comerciante holandés era al revés, en la época de Johnny las empresas conocidas como multinacionales gozan de un poder más amplio que el político.
  3. Existe Internet. La información es inmediata y los métodos de producción están automatizados. El cliente tiene lo que quiere cuando quiere. Incluso las acciones de la bolsa.

Sin término medio, los tecnicismos han convertido el lenguaje económico en un hecho diferencial de la actual crisis. Y qué decir de la prima de riesgo y las economías de escala. Hubo un momento en que a alguien le preguntaban el color favorito, y si respondía con “la prima de riesgo”, sentía una sensación de reconfortamiento personal. Una especie de “hipsterismo” lingüístico que permitía hablar sin decir nada a nosotros, los economistas, un “no tengo ni idea pero te lo digo en inglés que queda más cool” del que se duda que alguien haya aprendido, una forma de iluminarse con un foco que quema.

La historia de Jan (el comerciante holandés), John (el trabajador que había depositado sus ahorros en Wall Street) y Johnny (el camionero constructor), demuestra que la información dada durante a lo largo del tiempo no ha sido bien procesada, no tan sólo por los ajenos a la economía, sino por los propios economistas. Usando terminología del siglo XXI, el postureo no vale para solucionar las crisis, no vale para crecer económicamente. Como tampoco ayuda la hipocresía del que manda alejado de la realidad. La mujer del economista no tiene que aparentar saber, sino que debe saber.

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