La concepción de Jaime I; entre la historia y la leyenda
Estatua ecuestre de Jaime I en Valencia | Fotografía: Xus JC

Pedro II, rey de Aragón y Cataluña y conde de Barcelona, contrajo matrimonio en 1204 con María de Montpellier, hija de un noble del Languedoc y de una princesa bizantina. Era el tercer matrimonio de María, que, a pesar de su juventud, había tenido tiempo de enviudar con tan sólo diecisiete años de su primer marido, el vizconde de Marsella, y de ser repudiada por su segundo marido, Bernardo IV, tras haber tenido dos hijos. El motivo del repudio no fue otro que permitir su matrimonio con Pedro II, con el que las cosas no le irían mucho mejor.

Pedro II había contraído matrimonio con María únicamente con la intención de ganar la posición en Montpellier y combatir mejor a sus enemigos; pero el interés del monarca en la joven dama era nulo. El propio Jaime I, hijo de ambos, manifiesta en su Llibre dels feyts (Libro de los hechos) que su padre no quería ver a su madre; aunque no profundiza en el extraño modo en que fue concebido. Sí lo hacen los cronistas Ramon Muntaner y Bernat Desclot. Ambos coinciden en que fue necesario engañar al rey para que se acostara con la reina, aunque no en quién urdió el plan.

Muntaner indica que fueron "los cónsules y los prohombres de Montpellier" los que, ante el riesgo de que el matrimonio no dejara descendencia, hicieron creer al rey, a través de su hombre de confianza, Guillermo de Alcalá, que le habían concertado una cita con una dama con la que el monarca andaba encaprichado. Ésta accedía a sus complacer sus intenciones, pero con extrema discreción; es decir, a oscuras. Así fue como lograron engañar al rey, que, convencido de compartir cama con la dama que deseaba, pasó la noche con su propia esposa. A la mañana siguiente, una amplio número de testigos, que habían pasado la noche rezando para que el plan surtiera el efecto deseado, sorprendieron al rey para mostrarle lo que realmente había sucedido. Así es como, según Muntaner, fue concebido Jaime I.

Bernat Desclot coincide en el engaño, pero atribuye el enredo a la propia reina. Ésta, desesperada por la imposibilidad de dejar descendencia y sabedora de que su mujeriego esposo iba detrás de cierta dama, vio la oportunidad perfecta para lograr que el rey la dejara embarazada. Según Desclot, fue María de Montpellier la que utilizó a Guillermo de Alcalá como cómplice.

Resulta imposible determinar cuánto hay de verdad o de leyenda en esta historia. En la actualidad se le concede más credibilidad a Desclot que a Muntaner, acusado por algunos historiadores de tener más alma de novelista que de cronista. Es cierto que ambos coinciden en que Jaime I fue concebido gracias a un engaño; pero no debemos olvidar el reiterado empeño mostrado a lo largo de la historia en confeccionar extraños orígenes para determinados personajes y así contribuir a su engrandecimiento.

Según cuenta el propio Jaime I, también el medio empleado para la elección de su nombre fue peculiar, aunque menos extravagante. Su madre encendió doce velas de idéntico peso y tamaño, asignando a cada una de ellas el nombre de un apóstol. La que más tardara en apagarse daría nombre al recién nacido. Sobra decir cuál fue la vela que más resistió.

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