La caza de brujas como génesis del capitalismo

“Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”

¿Qué son las brujas?

Las brujas, esas ancianas feas, decrépitas e invadidas de verrugas y arrugas enfundadas en negro. Esas siervas del diablo montadas en escobas que se sumergen en la niebla y dominan la noche para cazar y comerse niños mientras preparan sus pócimas del mal en las entrañas de alguna cueva boscosa. Hoy día, las brujas, no son más que cuentos para asustar a millenials en capítulos de American Horror Story, pero hubo un tiempo en que esto no fue así. Hubo un tiempo en que la ficción se hizo carne.

La Europa de la Edad Moderna se inundó de cazadores de brujas, de procesos religiosos y seculares contra las siervas de Satanás. Decenas de miles de mujeres fueron quemadas vivas en nombre de la Cruz Santa. 30.000 en Alemania, 3.000 en Países Bajos, 10.000 en Suiza, etc., hasta llegar a un total de 110.000 mujeres quemadas en toda Europa.

Se ha vendido a través de la historia el relato que ha permeado en el imaginario colectivo de que la caza de brujas fue fruto del fanatismo religioso e inquisidor. Pero como diría el general corso Napoleón Bonaparte, “La historia no es más que una sucesión de mentiras pactadas”. Y es que la caza de brujas no fue producto de una histeria colectiva. La caza de brujas no fue producto de un tiempo de supersticiones arraigadas e ignorancia oscura. La caza de brujas fue una necesidad material del capitalismo para asentarse, crecer y prosperar, que crearía la sumisión de la mujer durante toda la modernidad, tal y como demuestra Silvia Federici en El Calibán y la Bruja.

De la Edad Media a la Edad Moderna

Entre la crisis del siglo XIV y la crisis del siglo XVIII tenemos la transición del modo de producción feudal al modo de producción capitalista. La sociedad capitalista se basa en clases socioeconómicas. Estas se contraponen a los estamentos del feudalismo con una estratificación de la sociedad de acuerdo a criterios económicos y no místicos-familiares, así como con una distribución de la renta en base al valor relativo de la utilidad de las cosas, apoyándose en las relaciones de producción y en  la división de trabajo asalariado.

El capitalismo trajo bajo su brazo la expropiación y abolición de la propiedad feudal y común para crear la llamada propiedad burguesa. En otras palabras, se pasaría de una tierra común o del señor a una tierra y medios de producción privados. De esta forma, no es casual que las grandes persecuciones de brujas se diesen mucho más en las sociedades protestantes capitalistas, donde se privatizaron las tierras, que en las sociedades católicas donde la entrada del capitalismo sería más tardía.

Porque contrario a lo que se cree, las mujeres sufrían menos el yugo del patriarcado bajo la Edad Media que bajo la Edad Moderna. En el medievo, las mujeres trabajaban de forma naturalizada en las propiedades comunes. En 72 de los 80 gremios de Inglaterra había mujeres. Pero esta forma de producción de tierras colectivas y mujeres libres entraba en conflicto con la búsqueda de la nueva forma de producción, que buscaba la nueva clase dominante, la capitalista.

La peste negra había eliminado a un tercio de la población europea. Esto provocó una explosión de terreno libre que el campesinado utilizó para ampliar su libertad y autonomía, creciendo sus ganancias en un 100% durante el siglo XIV. Pero la libertad del campesinado y su mejora económica entraban en confrontación con los intereses de las clases dominantes. Si el campesino ganaba más riqueza y gozaba de mayor libertad suponía que la clase dominante veía mermadas sus ganancias y perdía poder. Lo que parecía la primavera de los trabajadores en Europa se convertiría en su invierno.

La élite disconforme llevaría a cabo una fuerte contrarrevolución. Su necesidad de aumentar la población llevaría a que los Estados condenasen las prácticas sexuales orientadas a fines no reproductivos. Se condenó la homosexualidad y la sodomía, los métodos anticonceptivos y el aborto que otrora en el medievo eran libres y posibles. Buscando aumentar la fuerza de trabajo y su control se produciría también una fuerte represión: se crearía el colonialismo, se introduciría la esclavitud y las mujeres fueron obligadas a quedar relegadas al ámbito doméstico para cuidar a los hijos que sustituirán a sus padres en el recién creado engranaje del capitalismo.

Las mujeres, ahora sin capacidad de trabajar y por tanto de no obtener remuneración, quedaron relegadas a la cárcel doméstica. Toda esta ofensiva material sería apoyada por producciones culturales patriarcales que hacían ver a la mujer como siervas del demonio, la lujuria y la incapacidad intelectual. Como diría la politóloga Gata Cattana, el patriarcado hizo a la mujer diablo y culpable de todos los males. Nacía así el patriarcado de la modernidad.

Y es que las primeras brujas eran mujeres con rastros de mitos paganos que transmitían el saber de los antiguos: su medicina natural, su conocimiento sobre la sexualidad femenina (la escoba que la bruja se pone entre las piernas era un consolador mojado en mandrágora con el que se frotaban sus genitales para volar, o en otras palabras, llegar al orgasmo).

Las primeras brujas eran matronas que ayudaban en los partos. Antes las mujeres parían de pie, pero con la introducción del patriarcado de la modernidad lo hacen tumbadas. También colaboraron en abortos (de aquí vendría el que mataban niños) y ejercían de botánicas (conocían gran cantidad de plantas con las que hacer remedios naturales o como sus contemporáneos decían, pócimas), biólogas y cocineras (conocían la anatomía humana y animal haciendo guisos poco comunes). Asimismo, se podían encontrar mujeres solteras u homosexuales que preferían vivir solas en su propia casa sin depender de nadie más que de ellas mismas. Las primeras brujas no fueron personas con demencia. Fueron mártires de la ciencia y la libertad aplastadas por el sistema represor del patriarcado.

Legado: Somos las nietas de las brujas que nunca pudisteis quemar

Desde la cuarta ola del feminismo se ha reivindicado la figura de la bruja como mito histórico de referencia que legitime el relato de la emancipación femenina. A modo de homenaje al grupo Punk que paradójicamente posee un nombre fálico, la Polla Records, el movimiento feminista toma el testigo de su frase “somos los hijos de los obreros que nunca pudisteis matar” de la canción “No Somos Nada” cambiándola por “somos las nietas de las brujas que nunca pudisteis quemar”.

De esta forma, el movimiento feminista reivindica a todas esas mujeres que contribuyeron al conocimiento, las costumbres paganas y al progreso de la humanidad. Motivo por el cual fueron perseguidas, silenciadas y masacradas por el patriarcado capitalista con el fin de aumentar la producción a través de la división sexual del trabajo.

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