Crónica de un museo, de una época, de un mito 
Un Guernica primigenio. Foto: Dora Maar/ Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía 

Un grupo de adolescentes franceses entran en la segunda planta del Museo Reina Sofía de Madrid. Todos hablan alto. Su profesor les manda callar y pide que se comporten a la vez que, en la primera sala, una voz en off narra en francés el documental de Luis Buñuel Las Hurdes, Tierra sin pan. Las imágenes en blanco y negro de una España pobre y atrasada dan la bienvenida a los visitantes, quienes son trasladados a las primeras décadas del siglo de las utopías y los conflictos: el nuevo siglo XX.

Algunos alumnos corren para sentarse en el banco de madera que hay frente a la pared donde se proyecta el documental. El profesor explica brevemente el argumento de la película y alaba la figura de Buñuel quien, comenta orgulloso, vivió en los años 20 en París, donde cultivó su afición por el cine y se vio influido por el surrealismo.

En la misma sala se encuentra un cuadro de Maruja Mallo, pintora surrealista de la Generación del 27. En Antro de fósiles, un óleo sobre lienzo de 1930, la artista plasmó la aterradora escena de un mundo gris y oscuro encaminado a la destrucción. Mallo compartió con Buñuel las influencias francesas y el reconocimiento como una de las mejores artistas vanguardistas de su época. Ambos compartieron pasiones, amistades, ideología, aficiones y tiempo. Hoy en día comparten también espacio. Sin embargo, la fama y el reconocimiento, así como las miradas, son de Buñuel. La apocalíptica obra de huesos, excrementos y barro, parece invisible para los jóvenes estudiantes que, por el contrario, se agolpan en esa pequeña sala para ver alguna escena del famoso documental. Todos observan a Las Hurdes, nadie tiene ojos para el Antro de fósiles.

Antro de Fósiles, Maruja Mallo (1930) 
Antro de Fósiles, Maruja Mallo (1930) 

"Premonición de la Guerra Civil", reza un cartel que invita a continuar la exposición. Los cuadros de las salas contiguas arrastran a los visitantes a un mundo en blanco, gris y negro. Una mujer mayor observa con detenimiento cada una de las obras y, a medida que avanza, su expresión se llena de angustia y desesperación, sentimientos propios de una época de constante pugna entre la tradición y el progreso. La señora fija su mirada azul en un paisaje de Artur Carbonell (1935), donde se encuentra un árbol de ramas taladas y raíces sangrantes. La mujer se inclina para examinar ese único elemento del cuadro que recuerda a un corazón moribundo, cuyas arterias se desangran, igual que se desangraría España tan sólo un año después, con el inicio de la Guerra Civil. Desde atrás, la cabeza canosa de la mujer se entremezcla con el grisáceo paisaje.

Paisatge, Artur Carbonell (1935)
Paisatge, Artur Carbonell (1935)

De las paredes del edificio Sabatini, que en otra época albergaron al Hospital San Carlos, se encuentran colgadas gran cantidad de obras mundialmente reconocidas. Sin embargo, existe una que eclipsa al resto: el Guernica. Más de un millón y medio de personas, en su mayoría turistas, visitaron el famoso cuadro de Picasso durante el año 2018. Desde su creación en 1937 para la Exposición Internacional de París, el cuadro ha sido capaz de expresar, visibilizar y conectar procesos históricos y políticos distintos. La realización del Guernica fue en origen a la respuesta a la violencia fascista y, desde entonces, se ha transformado en un grito contra la violencia, en un icono por la paz que ha sido reproducido total o parcialmente en dibujos, viñetas, carteles y pancartas en manifestaciones contra los conflictos bélicos de todo el mundo.

Guernica, Pablo Picasso (1937)
Guernica, Pablo Picasso (1937)

En el Reina Sofía, dos trabajadoras del museo flanquean el icónico cuadro y le protegen de las fotos, los flashes y los selfies. En esta mañana de marzo, una multitud de turistas busca el mejor sitio desde el cual observar al Guernica. En la sala reina un riguroso silencio y hay un ambiente de solemnidad. En primera fila dos niños dibujan en un papel la famosa figura del toro que aparece en el cuadro y presumen de sus habilidades ante sus padres. Un grupo de jubilados ingleses uniformados con bermudas y sandalias comentan e intercambian opiniones sobre el significado del Guernica. A su lado, una chica asiática sostiene su Nikon para inmortalizar el cuadro. “No photos, please”, responde en un inglés sin acento inglés una de las mujeres que vigila el cuadro.

Picasso, al evitar en su cuadro cualquier alusión directa al bombardeo de Gernika, sentaba las bases para un icono capaz de representar todas las violencias, todos los bombardeos, capaz de sumar y unir historias sin anular ninguna. Cientos de miradas pasan cada día por delante de esta impresionante obra, convertida en símbolo político, en mito. Miradas jóvenes, adultas y ancianas. Miradas de todos los países y continentes.

Una pareja de turistas entran en la sala con sus respectivos iPhones y audioguías. La mujer da la espalda al cuadro y se hace un selfie. “No photos, please”, vuelve a repetir la auxiliar de sala. De nuevo, una y otra vez, como un mantra. Tras observar la escena, la sala, repleta de visitantes, vuelve la mirada de nuevo al Guernica. Todos lo miran. Sin embargo, pocos lo observan.

FUENTES:

https://www.lacamaradelarte.com/2017/04/antro-de-fosiles.html

https://www.museoreinasofia.es/coleccion/coleccion-1

https://guernica.museoreinasofia.es/relato/simbolo-politico

https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/bombardeo-guernica-1937-masacre-que-inspiro-a-picasso_12702/18

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