Moriles siente los dolores de una madre
Los Dolores de Moriles. Fuente: Semana Santa de Moriles.

Los morilenses viven sus últimas horas de calvario. Después de cuarenta largos días de trabajo, sacrificio y espera, el momento llega. Con la carrera terminada, toca llegar a la meta; con la obra finalizada, hay que rematarla.

Eso es la Semana Santa, el remate de una labor que se realiza todo el año y que coge fuerza los cuarenta días previos a esta. Palmas, túnicas, tallas, capiruchos, cornetas, flores y velas están preparadas para sacarlas a la calle otro año más. La gloria está cada vez más cerca.

Durante los días 10, 11 y 12 de abril, se ha celebrado el Triduo de la Cofradía de Los Dolores y Blanca Paloma, el cual culminó ayer con el besamanos de la Virgen. Sus hermanos y Moriles entero, esperan con ansia ver el dolor hecho persona el Viernes Santo por la mañana y el espléndido blanco de una Madre el Sábado de Gloria.

VIERNES SANTO MAÑANA Y SÁBADO GLORIA. LOS DOLORES Y LA BLANCA PALOMA.

Misma Hermandad y misma Virgen son las que pasean por Moriles en las estaciones de penitencia de estos dos días Santos. Misma madre recorriendo las calles del pueblo, pero distintas procesiones. La cara y la cruz de la moneda se divisan perfectamente en estos días, el contraste de ambas procesiones hacen estas aún más bonitas, si cabe.

El Viernes Santo por la mañana, sin ir más lejos, se resume en dolor. Físico y mental: el de un hijo que es maltratado por la codicia y la maldad a manos de a quiénes venía a salvar; y el de una madre que siente como le arrebatan de lo más profundo a su tesoro más preciado.

Y por eso va de negro. Porque le duele, porque lo sufre. Y por eso, del rostro se le desprenden lágrimas de dolor. Lo muestra su cara, la cara de mujer que tiene esta figura. La cara de la desesperación, de la angustia, mira arriba intentando buscar una respuesta. Y por eso es la Virgen de Los Dolores. Si la miras de frente, cara a cara, refleja dolor, profundo y sincero.

Detrás de su hijo crucificado en Misericordia, después de haber sido amarrado a una columna y recibido azotes del sayón y después de haber cargado con la cruz más pesada habiendo caído tres veces, está Ella. Su palio negro se mueve al ritmo de la desesperación cuando los cuatro pasos llegan a La Plaza de la Constitución. El juicio concluye con la salvación de Barrabás y la condena a Jesús de ser crucificado. Judas se arrepiente de la nefasta traición y María, detrás de su hijo, va a encerrar.

El negro contrasta con la claridad del día y del Sol reluciente de un Viernes Santo. El Imperio, caído en el arrepentimiento, se suma al pésame con los plumeros de color negro y preparado para el entierro, acompaña a la Madre Dolorosa a la Iglesia. Ella marcha pero su dolor no cesa.

Al tercer día el dolor desapareció, la pena se marchó y el negro que habitaba en su cuerpo se transformó en un resplandeciente blanco y dorado que alumbra a Moriles. Su hijo resucita y el Sábado Gloria luce en las calles del pueblo una Madre que presenta sentimientos totalmente contrarios a los anteriores. Una paloma blanca se posa en su mano y la felicidad reina.

Se buscan por las calles de Moriles, la madre llama a su hijo, el hijo llama a su madre. Los dos se escuchan y acuden a su encuentro. El Imperio Romano se percata de tal acontecimiento, las capas y los plumeros lucen blancos esta vez en señal de gloria y se produce el tan ansiado encuentro.

Ahora,  María está tranquila, sus lágrimas son de felicidad y su rostro, que mostraba dolor, aun siendo el mismo, refleja alivio y alegría. Jesús ha resucitado, la justicia ha reinado y su hijo ascenderá a los cielos para sentarse a la derecha de su Padre.  Ambos van a encerrar y ponen fin a algo que, a partir de ahí, acaba de empezar.

El blanco y el negro, el día y la noche, la tristeza y la esperanza, la vida y la muerte… Estas procesiones, iguales pero diferentes, dotan a Moriles de un color especial. Ayer, Viernes de Dolores, el pueblo finaliza este duro sendero que durante cuarenta días ha recorrido, a partir de hoy se coloca la guinda a un pastel que ha requerido de maña y saber hacer.

Todo sufrimiento conlleva su buen final y como esta Virgen de Los Dolores bien sabe, primero hay que vestir de negro para luego lucir el mejor de los blancos.

A partir de hoy, terminan los cuarenta días de dolores y una luz en forma de blanca paloma ilumina a Moriles.

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