La derrota de los ultras
Abascal y Casado en la manifestación de Colón. /EFE

La moción de censura abrió el melón de la sucesión. El PSOE volvía a La Moncloa tras una votación que desalojaba al PP por una condena que acreditaba la corrupción sistémica del partido de la calle Génova. Rajoy aguardó su desalojo en un bar céntrico de la capital de España intentando atisbar que su futuro como líder del partido conservador estaba próximo a acabarse. Un mes después, Pablo Casado se hizo con las riendas del PP tras convencer a los compromisarios de que él y no Soraya Saéz de Santamaría era el ideal para volver a gestionar España. Con un discurso ideologizado, netamente de derechas y optando por volver a poner encima de la mesa del debate asuntos más propios de la España pre Zapatero (aborto, ley de violencia de género...). Casado laminó al PP más institucional y se lanzó a sumar a las personalidades más conservadoras del entorno de la derecha política.

Aconsejado por Aznar, el líder del PP optó por dejarse ser arrastrado por la ultraderecha. Así lo hemos visto en los 10 meses de Casado en Génova y se ha refrendado durante la campaña electoral. Fichajes como Cayetana Álvarez de Toledo, Suárez Illana o toreros sin la mínima experiencia política, sumado a un discurso desnortado, soez y lleno de mentiras, alejaron a Casado del centro político. Del centro electoral donde concurre gran parte de la población española. Una ciudadanía cansada de la gresca que ayer votó convivencia y diálogo, moderación y tranquilidad.

Los españoles se olvidaron de las estrofas grandilocuentes de Vox, de las banderas grandes pero vacías de contenido y de las ocurrencias. El PP, más pendiente de los aforos de los actos de Vox, que de presentar una alternativa a los españoles, se olvidó que las elecciones se ganan en el centro. Abandonó a los pensionistas, a los colectivos LGTBI, a la diversidad de Catalunya y Euskadi, al cambio climático (ni una propuesta clara sobre ello)... Y se sumó a unos ultras más convencidos de aplastar con sus ideas que de convivir entre todas ellas. Pero España volvió a negarles el paso. Y hundió al PP. 

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