Por el placer de aprender
Foto: Ana Alonso, VAVEL

Llega la navidad. Momento para descansar y desconectar después de un duro comienzo en las clases. Buenas o malas notas, mejores o peores resultados, no importa. Seas el tipo de estudiante que seas, las navidades se reciben con los brazos abiertos. Estudiar requiere un gran esfuerzo, tanto mental como físico. No obstante, muchas veces nos cuesta encontrar la parte positiva del camino estudiantil. La parte negativa ya la conocemos todos: clases pesadas, horas y horas delante de los apuntes en la biblioteca, la presión de los exámenes, semanas donde es complicado compaginar la vida social con la académica, profesores insufribles con clases dignas del S.XX, proyectos grupales en los que acaba haciendo todo el trabajo una o dos personas...una auténtica pesadilla. 

Posiblemente uno de los años más complejos en la vida de todo estudiante es el Bachillerato, la RAE por ejemplo lo define como el "conjunto de estudios, posterior a la educación secundaria obligatoria, que capacita para el acceso a la universidad. ¿Y ya está? Tal y como está organizado y programado el sistema, no sería de extrañar que tan sólo fuera un mero trámite. Yo soy de los que piensa que levantarse a las 8 de la mañana de lunes a viernes tiene alguna utilidad más que simplemente alcanzar un objetivo a posteriori como puede ser el acceso a un grado universitario o la entrada al mercado laboral. Para entender de lo que estoy hablando hay que tener claras tres palabras: aprender, conocimiento y placer. 

Foto: BBVA
Foto: BBVA

La curiosidad por algo es la llave que despierta la ilusión. El escritor Antonio Rubio describe en su libro Black Friday, a una "persona gris", la cual, según él, había perdido el sentido crítico y la curiosidad por la vida. Hablando con el autor de este libro, me decía que él veía cómo este perfil de persona cada vez era más notable en la sociedad. Ir al instituto también debe servir para abrir la mente hacia un mundo repleto de cosas formidables y cada una de ellas se puede encontrar en las diferentes asignaturas. En filosofía, vemos el mundo desde un prisma insólito, y nos ayuda a hacernos preguntas sobre cuestiones que antes dábamos por sabidas o contestadas porque alguien nos había dicho que tenían que ser así, sin más. En literatura, descubrimos a todas aquellas personas que, muchas veces en sociedades complicadas, hicieron un esfuerzo para plasmar en novelas y poemas mundos maravillosos y conocimientos infinitos. La matemática debería servir para darnos cuenta de que hoy en día todo son números, desde la física de los coches, hasta el código binario de cada uno de los gadgets que utilizamos diariamente. Cada una de las asignaturas tiene algo especial que, con el profesor y la curiosidad adecuada, nos pueden cambiar la vida. 

Sin embargo, hay ciertos aspectos que deberían cambiar en el sistema educativo. Se calcula que, como media, un alumno supera alrededor de 120 materias al terminar Bachillerato, teniendo que superar 360 evaluaciones trimestrales, con sus respectivos centenares de exámenes parciales. Después de todo este tiempo, los alumnos y las alumnas se juegan todo lo aprendido en una prueba, la famosa PAU. 15 años que se valoran en un examen. ¿Es justo este sistema? ¿Premiamos al alumnado o lo castigamos? 

Foto: Gobierno de Canarias
Foto: Gobierno de Canarias

Durante todo el tiempo que estamos en la escuela, se nos habla que todas las clases van a servir para prepararnos para la vida adulta, aunque seguramente se olvidaron de las cosas más importantes. Se ha acabado creando a una generación perdida, una juventud aburrida, con aspiraciones prohibidas, con mentes brillantes cuya única salida ha sido emigrar al extranjero en busca de mejores oportunidades. Y a pesar de todo esto, parece ser que los políticos todavía no han entendido la importancia de invertir y mejorar el sistema educativo. Las personas que van a decidir si en el futuro España es una potencia mundial son las mismas personas que están en las aulas. No podemos estar perdiendo el tiempo con diferentes modelos de estudio cada 4 años. Es necesario una estabilidad y una mejoría, la cual se debería llegar en consenso con alumnos, padres y profesores. Los políticos pintan poco en esta ecuación. 

Es un error pensar que todo tiene que servir para unos resultados inmediatos. El conocimiento va mucho más allá. Pero entonces, ¿para qué aprendemos? Para adaptarnos a nuestro entorno, pero no sólo eso; ¡si no, no avanzaríamos! Aprendemos para el cambio, la transformación, la crítica y la reflexión. El error muchas veces reside en que muchas personas aprenden por miedo: a fallar, a quedar en ridículo, a ser el único que no lo sabe, a equivocarse, a recibir una bronca..., ese miedo que nos paraliza tan solo nos ayuda a aprender para olvidar, o a perder el gusto por el aprendizaje. Se debe aprender a pensar, y no qué pensar.

Bachillerato, por ejemplo, debe servir para formar a futuras personas, no a robots. Por las aulas de cada instituto pasan los futuros políticos, deportistas, científicos, periodistas, abogados, jueces y médicos..., es por eso que en Bachillerato o en las universidades no sólo se debe aprender a hacer derivadas o morfología, los valores son también clave. La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que deben cambiar el mundo. Como dijo Howard Hendricks: "la enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino la de corazón a corazón". 

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