Pudo no ser su año, de hecho no lo fue, pero Márquez siempre será Márquez. En el revés, adverso, él se crece. En los circuitos norteamericanos, contrarios a las agujas del reloj, en sentido opuesto al resto de los que ocupan el calendario, lo hizo. Lo hizo como siempre ha hecho. Donde nadie ha sido capaz de ganarle. Aún sin la máquina perfecta, aún siendo él el más humano.

Son circuitos donde se encuentra a sí mismo, recuerdo de los óvalos de tierra del dirt track que suele practicar, pistas de juego en las que se lanza a la derrapada. Peculiares, como es Indianápolis, como es Márquez. El de Indy es un trazado plano que potencia con unos cambios de dirección rapidísimos, como su Honda desbocada, con curvas de poco agarre que invitan al reto. Y es eso lo que más le gusta. El desafío inminente en cada vuelta.

Foto: Box Repsol
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Así se lanzó al circuito. Venía de la pole, un aviso de quién es el más yanqui, y aún pecando en la salida se entregó a la carrera como hacía mucho. Lo dio todo bajo unas contenciones mínimas, las necesarias para no salir despedido por la explosividad de una máquina que le hacía endulzar su estilo, dominándola en el límite más absoluto que le impedía dejar de moverse a cada vuelta que sumaba.

Veloz con ella se fue a la caza de un motivador Lorenzo. Impuso éste un ritmo infernal, se rodó más rápido que el pasado año, pero no pudo quitarse al de Cervera de en medio. Y he ahí el contraste. Pilotaba el mallorquín tan fino como siempre, constante como su estable M1, mientras Márquez peleaba con su Honda, tambaleante e incesante. Dos pilotos y un destino.

Foto: Box Repsol
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Aún practicando el riesgo, se contuvo el segundo más que de costumbre, tan incisivo como es en territorio estadounidense. No obstante, echó toda su garra en la persecución de Lorenzo. Y así esperó su momento. Llegó cuando al primero le sacudió el desgaste de sus neumáticos, los que siempre le producen quebraderos de cabeza, error propio esta vez por confiar demasiado en la escapada, y a dos vueltas del final probó el ataque de Márquez. Buscó la sorpresa y la encontró, adelantándole en el desenlace para llevarse la victoria en una última vuelta perfecta.

No fue la suya la única persecución del día. En una especia de calco Valentino Rossi y Dani Pedrosa se encontraban en la lucha por el tercero. Fue finalmente el italiano el que ganó el podio, conteniendo los adelantamientos del de Honda que se produjeron hasta el último giro. Aguantó además así el liderato, acercándose Lorenzo en la general a nueve puntos. No fue un éxito casual, dando fe a que es un piloto de domingos, trabajó al máximo con su equipo para borrar los fantasmas que le habían sacudido todo el fin de semana.

Foto: Box Repsol
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Se olvidó de ellos también Marc Márquez. Ese día fue él mismo. Como lo es siempre en los circuitos americanos, donde ha ganado las últimas siete veces, invencible en suelo estadounidense desde que llegó a MotoGP. Conservó en el año más fatal de su carrera esa parte de imbatibilidad que siempre le acompaña. Como si en él fuera natural. Y por un momento, ese domingo, contagió su sueño de remontada a todos los que allí le presenciaban. El sueño americano ya le sabía a poco.