La Fórmula 1 es la categoría reina del automovilismo. Cuenta con los bólidos de cuatro ruedas más veloces sobre cualquier trayectoria que pueda dibujar una lengua de asfalto, por lo que se espera que aquellos que los conducen estén a la altura de las circunstancias. Se venden al mundo como los mejores; así, sin complejo alguno. Pero a veces la grada no se queda satisfecha con la demostración...

Un gran porcentaje de los aficionados entiende que es necesario estar en la pista, a bordo de una máquina de metal a 300 kilómetros por hora, para poder hacerse una idea de qué es lo correcto en ciertas situaciones, igual que también comprende que estos tipos salen a rodar intentando dar una vuelta al trazado que se tercie en el menor tiempo posible. Es importante destacar una parte de la oración anterior, pues es el punto exacto donde a una fracción de los seguidores se les escapan los motivos que llevan a los pilotos a comportarse de una manera determinada: "una vuelta al trazado", o lo que sería lo mismo, "una vuelta por lo negro".

Aunque el reglamento permite que solo dos de las gomas sobrepasen el límite y ataquen el piano (este no se encuentra contenido en la pista), pocas veces se ha visto a la FIA firme con este tipo de sanciones, animando a los carreristas a ignorar la regla. Esto no es una crítica a unos hombres que se juegan el bigote cada fin de semana de competición mientras nosotros disfrutamos como niños exentos de peligro alguno, porque solo por esto último ya se merecen un respeto absoluto. Más bien se trata de un voto de confianza a todo lo que, con sufientes garantías, les obligue a ir por donde deben. ¿No son los mejores del mundo? Entonces que no se salgan tan a menudo, y mucho menos adrede.

Las famosas 'salchichas rompe suspensiones' presentes en el Gran Premio de Austria han abierto la polémica. Por una parte, está el argumento de que fueron las causantes de varios accidentes muy graves, como el protagonizado por Daniil Kvyat durante la primera tanda de la clasificación y, por otra, está el hecho de que prácticamente todos dirigían a sus cuatro neumáticos más allá de la línea blanca que delimita la pista giro tras giro. Los coches deberían pasar a unos centímetros de estas intrusas amarillas, tal y como interaccionan con los muros de los circuitos urbanos, pero no lo hicieron. Evidentemente, estas invitadas no estaban allí para soportar el paso de semejantes bestias, así que, si tientas a la suerte continuamente, alguna vez sale cruz.

Hay que reconocer que hay sistemas más seguros para que pierda tiempo aquel que comete una infracción semejante, por lo que será mejor eliminarlas. No obstante, tal y como se vio durante la carrera, donde no hubo ningún incidente relacionado, la solución era muy sencilla: no había que acercarse tanto. Aquí se habla sobre un hecho puntual y no sobre la crítica a todo el conjunto, sobre una acción díficil de analizar desde las normas, sobre la fórmula para hacer las cosas como hay que hacerlas y, además, sobre la razón, que rara vez no está repartida.