Hay que imaginar el panorama que tenía frente a sí Lewis Hamilton en Mónaco 2007. En su primera temporada en F1, tras realizar un inicio de temporada fulgurante, con un coche que volaba y le permitía a su agresivo estilo de pilotaje todo lo que quisiera. A su derecha, en el box vecino, al vigente bicampeón del mundo, Fernando Alonso, quién no está tan lejos como podría esperarse. Con el tercer puesto de Australia como peor puesto en sus primeras cuatro carreras, liderando el campeonato de pilotos, y volando en una pista en la que las flechas de plata sacaban un mundo a sus rivales. Un paraíso para el ego de cualquier piloto. Un sueño. Con esas condiciones, la primera victoria de su carrera deportiva no podía estar muy lejos. El sábado, de hecho, las dos décimas que Alonso le sacaba en clasificación no eran nada. Una minucia, teniendo en cuenta que Hamilton solo llevaba cuatro carreras en F1, por los más de cinco años del asturiano. Y la máquina del sueño empieza a crecer.

Foto: Sutton
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En su cabeza, Lewis comenzaba a vislumbrarse ganando su primera carrera en el circuito soñado, el que todos más respetan, el que más historia tiene. Lentamente, se veía adelantando a Alonso en algún rincón del revirado callejero monegasco. Se veía liderando vuelta tras vuelta hasta cruzar la bandera a cuadros en primera posición, reforzando el mito del debutante campeón del mundo.

Pero que nadie se engañe. Esto no es grave. Esto es lo que hacen todos los pilotos antes de una carrera. Es su instinto competitivo, sus ganas de vencer a todos y demostrar que son los mejores. Esto no es raro. Nadie puede culpar a Hamilton, o a cualquier otro piloto, por visualizar la carrera perfecta tras sus párpados cerrados. 

No, el problema vino después. El problema vino cuando Alonso, desde la primera posición, comenzó a escaparse. Mientras el pelotón se inmiscuía en las batallas habituales, las dos flechas de plata se desvanecían en la distancia. Hamilton, intentando mantener el ritmo, seguía al español, pero cada vez a una distancia mayor. El asturiano, que tenía que remediar un inicio de año con altibajos, volaba por el circuito monegasco. Como un martillo pilón, machacaba el cronometro en todos los sectores de la pista. Pronto quedó claro que, salvo caos, aquella carrera iba a caer en manos de McLaren. Y, a cada vuelta, el número uno del podio parecía que iba grabando Fernando Alonso sobre él. 

Foto: Sutton
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Hamilton, por su parte, veía como se abría un abismo entre su compañero, el piloto que llevaba delante, y el resto. Se encontró pronto en una tierra de nadie, y se dio cuenta de que su victoria soñada desaparecía a cada vuelta rápida del español. Entonces, llevado por los nervios o por las ansias de vencer, comenzó a forzar más la máquina. Alargando más las frenadas, acelerando antes, el McLaren número 2 rozaba vuelta tras vuelta los muros de Montecarlo, en un intento desesperado por alcanzar a su compañero y rival. 

Alonso, calmado, creyendo que en McLaren no arriesgarían un doblete por dejar competir a sus dos pilotos a unas vueltas del final, se relajó, y bajó el ritmo. Hamilton llegó a su cola, y se dedicó a intentar presionar al español. Pero siguió rozando el muro, siguió frenando tarde, siguió, en una palabra, cometiendo errores. El inglés pilotaba sobre el filo de una navaja, y en el circuito de  Mónaco, en el que todos los errores se pagan muy caros, Hamilton estaba jugando con fuego. Entonces llegó la orden de McLaren: “Lewis, mantén posición”. El equipo, con la intención de evitar un posible error y la perdida del doblete, le pidió al inglés frenar y mantener la segunda posición. No presionar a Alonso, e ir, de la mano, los dos hacia el podio, y hacia el liderato del título. En McLaren no quisieron arriesgarse a perder la carrera más fácil que habían tenido en décadas, y hizo frenar a Hamilton.

Foto: Sutton
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En el podio, el inglés no parecía demasiado afectado. Sonreía, incluso. Al fin y al cabo, se iba de allí manteniendo la primera plaza en la clasificación general. Sin embargo, pronto, soltaba unas declaraciones que incendiaban a la prensa inglesa. En comidilla, su padre y él dejaban caer que el equipo le había impedido ganar la carrera, obligándole a mantener la posición con Alonso. Los Hamilton soltaron la carnaza, y algunos miembros de la prensa, como rapaces, la recogieron, y acudieron a Dennis con la cantinela. “Lewis dice que le habéis hecho frenar”. Acosando de tal manera al jefe de McLaren, que este se acabó retractando de su propia orden, y pidiendo perdón al piloto, a su padre, y a la prensa. 

Foto: Sutton
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Dennis comenzó a creer en la leyenda del debutante campeón, y lo demostró aquel día. Después llegaría el enfrentamiento rabioso entre los dos pilotos, las acusaciones, las trampas y las mentiras. Pero todo comenzó aquel día en Mónaco. Un inicio dulce para lo que acabaría siendo una pesadilla. Un doblete transformado en una doble derrota. 

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