'Gricel', cuando las palabras vuelan
Gricel, la joven del tango | Foto: Todotango.com

Dos viejos amigos conversaban amenamente cuando el primero, reputado escritor y poeta le preguntó al segundo, consagrado cantautor: ¿Por qué siendo arquitecto de las palabras te decantaste por la música?; a lo que el músico respondió: Querido y admirado maestro, existe una poderosa razón por la que lo hice y es que en las canciones las palabras vuelan libremente, llegando poderosamente al corazón. El afamado poeta se quedó durante unos segundos pensativos y replicó: Tienes razón hermano, me he equivocado de profesión…

Y en el vuelo de las canciones, desde el arrabal del ritmo de la vida que sabe a tango, desde los desgajos de la milonga, el tango andaluz, la habanera y el candombe, al fondo de la calle del lunfardo, con la pampa y Buenos Aires en el corazón, sobreviene inmensa una historia, una letra voladora que es vida hecha canción. Pues desde aquel sentimiento que sube por los pies y sale por la boca, del que hablaba el insigne Discépolo, desde esa luz que fue baile antes que canción y de la que fue genio Pascual Contursi, emerge inmensa la contribución creativa y vital de su hijo José María Contursi, tan inmenso como Gardel. Esa literatura suya que tanto y tan alto voló con la inestimable colaboración de su inseparable Mariano Mores, genial compositor. Y de entre toda ella la de una vivencia personal que se eternizó en tango a la perfección como reflejo del vuelo del amor y la pasión.

Gricel, la historia de un tango universal que escribió Contursi, también conocido popularmente como ‘Catunga’, en esencia su historia. La que implicó a Susana Gricel Viganó, una bellísima joven nacida en el porteño barrio de San Cristóbal el 15 de abril de 1920. Aquella Galatea a la que Contursi conoció, cuando en 1935 siendo consagrado locutor y poeta la vio por primera vez en una audición en Buenos Aires en LS8 Radio Stentor. Él un elegante e incorregible seductor de 24 años, ella una joven de tan solo quince años con la viveza del corzo y la belleza de mil y un atardeceres. Fue un encuentro fugaz: José María Contursi, dijo él; Gricel, contestó ella y uno de los tangos más célebres de la historia comenzó a arder.

Un amor imposible hecho tango, hecho baile, hecho canción

Gricel regresó a Capilla del Monte, a la hostería de los Viganó donde vivía junto a sus padres y ganaba concursos de belleza; en todo momento con aquel fuego en los ojos a la espera del amor. Y el destino comenzó a componer en 1938, llevando a un Contursi enfermo, casado y con una hija a la citada localidad, en busca de los aires de la sierra de Córdoba, de su oxígeno vital por recomendación médica. Durante un tiempo Contursi dejó atrás Buenos Aires e inició la historia de un amor fugaz, idealizado por tan intenso e imparable como imposible. Durante un tiempo la enfermedad y ese oxígeno cordobés se convirtieron en la excusa de Contursi para sus continuos viajes a Capilla del Monte, por cuyas calles se desbordó la pasión con un torrente de creación de tangos de amor para la historia - Quiero verte una vez más; En esta tarde gris; Cristal; Sombras nada más...- , que vivió su cenit con la ruptura con aquella joven diosa que allí dejó para volver con su esposa.

Y de aquel epistolario de dos corazones destruidos, de la historia de un amor imposible, de puentes rotos entre Buenos Aires y Capilla del Monte, surgió el tango Gricel:

No debí pensar jamás/

en lograr tu corazón/

y sin embargo te busqué/

hasta que un día te encontré/

y con mis besos te aturdí/

sin importarme que eras buena.../

Tu ilusión fue de cristal,/

se rompió cuando partí/

pues nunca, nunca más volví…/

¡Qué amarga fue tu pena!/

No te olvides de mí,/

de tu Gricel,/

me dijiste al besar/

el Cristo aquel/

y hoy que vivo enloquecido/

porque no te olvidé/

ni te acuerdas de mí.../

¡Gricel! ¡Gricel!/

Me faltó después tu voz/

y el calor de tu mirar/

y como un loco te busqué/

pero ya nunca te encontré/

y en otros besos me aturdí…/

¡Mi vida toda fue un engaño!7

¿Qué será, Gricel, de mí?/

Se cumplió la ley de Dios/

porque sus culpas ya pagó/

quien te hizo tanto daño.

Reencuentro con Gricel

El tango que se convirtió en universal del amor se detuvo en el tiempo durante veinticuatro años, en los que ambos continuaron con sus vidas. Durante ese periodo de pérdida y dolor, Gricel fue la joven del tango, pero Contursi jamás la olvidó; por lo que cuando en 1957 enviudó de su también amada esposa, creyó haber perdido para siempre su creencia en el amor. 'Catunga', demasiado vivido en la noche, se abandonó por completo a los efluvios del alcohol, pero en Capilla del Monte –a diferencia de lo que podía pensar- seguía existiendo una mujer con nombre de tango que no le había olvidado. En 1962 aquella ya madura pero bella mujer se percató de que José María, enviudado y perdido por los arrabales del alcohol, necesitaba cerrar la herida y abrirla al amor, yendo en busca suya a la confitería El Molino en la que consumía sus últimos días. Para un Contursi abandonado y vencido, la visión de Gricel fue una aparición celestial, en los ojos de aquella mujer se reencontró con las palabras que vuelan, recobrando por completo la ilusión y aunque enfermo su corazón volvió a latir por su musa, su Galatea, su amor imposible.

Se marcharon juntos a Capilla del Monte, aquel enclave mágico en el que todo había comenzado y en el que se casaron en 1967. Las tardes dejaron de ser grises, los amanecerse fueron como el Cristal y el poeta la pudo Volver a ver hasta 1972, cuando José María Contursi se marchó para siempre de la mano de Gricel, con el sonido del tango hecho amor realidad -que incluso tuvo su adaptación cinematográfica-. De ese sentimiento que sube por los pies y sale por la boca, de una historia para bailar, de las palabras que vuelan en una canción que bordea lo imposible y lo posible en el amor. En la vida real y el tango, entre Capilla del Monte y Buenos Aires, entre Contursi poeta del amor y Gricel, esa palabra voladora a la que la música, la poesía y la vida concibió para cerrar el círculo.

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