Blanco, negro, jazz
Billie Holiday. / Foto: Intemporales.

Louis Armstrong. Se trata, probablemente, de la figura más representativa del jazz de todos los tiempos. Trompetista, cornetista y cantante, fue Duke Ellington quien supo captar su esencia en una sola frase: “Nació pobre, murió rico, y nunca hizo daño a nadie en el camino”. Si bien sus orígenes le sitúan en un orfanato, termina liderando bandas propias (Hot Five, Hot Seven), la más conocida, All Stars con el trombonista Jack Teagarden, el clarinetista Barney Bigard, el pianista Earl Hines, el baterista "Big Sid" Catlett, y el contrabajista Arvell Shaw. Su voz nunca fue confundida con ninguna otra, ni en el panorama del jazz ni en el mundo de la música.

Billie Holiday. Ella cantó entre el dolor y el alcohol, con una voz aniñada de matiz nasal, y un vibrato tan veloz como el vuelo de un colibrí. Inspirada por Armstrong y Bessie Smith, comienza su carrera con una versión de Trav'lin All Alone en el club Pod's and Jerry's. No le atrajo tanto la idea de ser la estrella de una big band como la de actuar en clubes, y así lo hizo, en algunos tan sofisticados como el Apollo Theatreo o el Greenwich Village, el "Café Society". Lester Young fue su principal compañero artístico - Fine and Mellow constituye hoy todo un clásico-. Su vida, como una montaña rusa llena de subidas y bajadas –racismo, adicciones, rehabilitación…- culminó como suelen hacerlo las de los mitos y leyendas: en una absurda y terrible tragedia. Inconsciente en el hospital, la policía trataba de esposarla, pues estaba acusada de consumo de heroína.

Duke Ellington. No procedía de una familia pobre, no, al contrario. Sus padres eran relativamente acomodados y eso permitió a Ellington acceder a un piano (el de su madre) desde muy joven. Empieza con una orquesta en el club Hollywood, entre quienes se encontraría Harry Carney al saxo barítono, el primer gran especialista de ese instrumento en la historia del jazz, y para siempre compañero de Ellington. Su salto a la fama llegó con sus actuaciones en el Cotton Club de Harlem, un local dirigido por el gangster Owney Madden. Prolífico compositor, virtuoso pianista, es la figura por antonomasia de la big band.

Ray Charles. Pianista autodidacta, es imposible borrar de nuestra memoria What’d I Say, This Little Girl of Mine, Drown in My Own Tears, The Right Time, You Are My Sunshine… Perdió la visión desde niño y, sin embargo, eso no le impidió convertirse en uno de los músicos más influyentes de jazz de los cincuenta para, posteriormente, a finales de los 60, pasarse a un estilo más moderno con Let's Go Get Stoned.

Ella Fitzgerald. La primera dama del jazz, su voz aniñada es la más limpia y elegante de entre las mujeres del género. Es la reina indiscutible del scat, y la memorable compañera de Louis Armstrong. Colaboró con Cole Porter, Duke Ellington y Count Basie, entre otros. Estrella de big band, virtuosa en cada standard, fue probablemente Ella Fitzgerald sings the Cole Porter songbook su obra cumbre. No perdió su fuerza ni su talento hasta el final de sus días.

John Coltrane. Saxofonista por excelencia, Coltrane trabajó junto al pianista Thelonious Monk y al trompetista Dizzy Gillespie en el movimiento del bebop, una corriente que trata de romper las férreas normas imperantes del swing, apostando por la libertad, con tendencias caóticas aunque hermosas. Tocará también con Charlie Parker, una de las más importantes figuras del estilo. Superados sus problemas con las drogas, inicia, en los 60, su carrera en solitario, con un nombre ya consolidado y una atracción inevitable por esta nueva manera de crear jazz.

Sarah Vaughan. Si alguien, en este mundo, tiene el registro de un piano, esa es Sarah Vaughan. Experimentó con el fraseo bebop, y colaboró con Count Basie, Miles Davis, Oscar Peterson, Lester Young y Jimmy Jones. Hizo suyos standards procedentes de los grandes George e Ira Gershwin, Cole Porter o Duke Ellington. A pesar de poseer una voz prodigiosa, su mayor vicio, el tabaco, pondría fin a su vida con un cáncer de pulmón cuando ella tenía 60 años.

Nat King Cole. Uno de los artistas más polifacéticos del jazz de todos los tiempos que, aunque nunca se consideró a sí mismo cantante, solo pianista, efectuaba ambas actividades con maestría. De él manan algunos de los más famosos standards: Nature Boy, The man I Love, Autumn leaves, For sentimental reasons, L-O-V-E… Pero también fue un amante empedernido de la música latina y de Cuba, y llegó a cantar Bésame mucho, Quizás, quizás, quizás o Tres palabras. Con su voz y su música, conquistó almas anglosajonas e hispanas sin distinción.

Charlie Parker. Dios del saxo y, sin embargo, autodestructivo y lleno de tormentos, sus problemas mentales y de adicción le obligaron a internarse en Camarillo State Hospital. Sin embargo, eso no le impidió revolucionar el mundo del jazz al convertirse en el pionero del ya mencionado bebop. Su quinteto junto con Gillespie, C. Mingus, B. Powell y M. Roach. Maestro revolucionó el panorama de los años cincuenta.

Bessie Smith. De voz profunda, rasgada y sentida, Bessie es un mito, un paradigma para toda cantante de jazz. Durante los años 20, llegó a grabar con Louis Armstrong, James P. Johnson y Benny Goodman. Desgraciadamente y, como les sucede a muchas grandes estrellas, el alcohol fue apagándola poco a poco. Al fallecer en un accidente de coche, fue enterrada en Filadelfia. En 1970, Janis Joplin costeó la actual placa de su lápida, que reza: “La más grande cantante de blues del mundo que nunca dejará de cantar”.

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