365 ladrillos y un haka
365 ladrillos y un haka @

Reconforta echar la vista atrás, hasta la duodécima uva de las últimas campanadas, para realizar una introspección en el último año con el corazón en los dedos, como lo tenía Serrat en su garganta cuando actuaba: esta no ha sido una página más del libro, de esas que concluyes con ojos de gato y el bostezo en la punta de la lengua. Han confluido poesía y nostalgia, aderezados con renglones belicosos y un epílogo de palabrería punzante.

En 2015, ganar tres títulos no supone sino el inicio de un contencioso dialéctico de tintes patrióticos que, la duda ofende, ostenta mayor trascendencia que la tiranía irrefutable del equipo de Messi, quien a su vez ejerce un dominio despótico sobre todo lo que acontece en el rectángulo de juego; ya van diez años de implacable sometimiento.

La referencia de Gerard Piqué al tal Kevin Roldán, cantautor querido -parece- de norte a sur de esta nuestra península, abrió un debate vacuo e interesado que acabó versando sobre higiene patriótica. La bandera no entiende de oportunismo y alevosía, pero sí quienes se envuelven en ella para censurar desde el despecho. Entre tanto, la celebérrima 'MSN' sumó 180 goles, récord español, mientras descansa en la cima del mundo, con cinco coronas bajo el brazo y mil retablos en la retina. Y una lágrima, por Xavi, que dijo adiós en condiciones.

Al son del 'Stand by me' de B.B King perpetra el angelical Stephen Curry una coreografía capaz de quebrar tobillos y arrasar pueblos enteros. Parece el base de los Warriors un atracador amable, de los que se gana la confianza del objeto de su futura fechoría con una sonrisa afable que evoca la del vástago más arquetípico e inocente. Nadie pudo exorcizar la bicha del diabólico playmaker, ni siquiera LeBron James, maniatado por un Andre Iguodala que le cortó los senderos en las Finales y, MVP mediante, expresó la magnitud de la obra de Steve Kerr: un equipo forrado de talento y propulsado por la concepción altruista y amena de un juego que, en sus manos, pondera su condición de divertimento. Luego, 28 victorias del tirón pasándolo pipa.

También fue el basket el clínex ideal de los madridistas, con la consecución por parte de los muchachos de Pablo Laso de todos los títulos a los que se puede optar en una temporada. Su idea, próxima a la del conjunto de San Francisco, transmitió frescura y algarabía a una ACB a la que le falta guateque. En septiembre irrumpió Pau Gasol, que meses antes había entrelazado los dedos con los de su hermano Marc en el salto inicial del All-Star, para constatar que la vía más emocionante hacia la victoria es la pedregosa e inopinada, la que implica gestas heroicas. Que se lo pregunten a los franceses, que tomaron el camino de la alfombra roja y se toparon con una leyenda de 35 años que les apeó con 40 puntos y una cachaba. Entre tanto batiburrillo, un infarto le ganó la posición en la zona a Moses Malone, cuyo espíritu beligerante le tiene reservado un espacio deluxe en el firmamento.

La patada del emperador derrotado

Tal vez el capítulo más legendario  haya sido el más zafio y farragoso. Valentino Rossi deambulaba por el circuito de Malasia cuando echó el freno en una curva, miró de reojo a Marc Márquez y estiró la pata para sacarle de la calzada. Con los misiles en barbecho, toca tirarse llantas y tubos de escape a la cabeza. No obstante, no defraudaron los púgiles de una y otra esquina, menos si cabe los que tienen la potestad de hablar con amplificador y avivan la llama del conflicto. Son pocos, pero contaminan.

No es más lícito lapidar al piloto italiano con una Mahou y unas aceitunas que hacer lo propio con su homólogo español alrededor de unos spaghetti bolognese, dejando aparte el obsoleto sesgo geográfico. De puntillas, Jorge Lorenzo esquivó los cuchillos y se coronó en Cheste, como lo hizo Lewis Hamilton en la Fórmula 1 en el año del adiós de Antonio Lobato, encargado de locutar la conquista del británico en una campaña soporífera, indigna para cerrar la trayectoria de la que ha sido la voz del monoplaza en los últimos tres lustros. 

El combate del siglo

Mayweather y Pacquiao quedaron tan obnubilados por el resplandor de los billetes que se olvidaron de pelear, aunque los honores se los acabaría el aristócrata de Michigan. No decepcionó Usain Bolt, que se perpetúa en su trono fugaz; nadie alcanza a verlo. El jamaicano voló en los Mundiales de Atletismo, pegándose el enésimo baño de oro.

Seguro que tuvieron que leer dos veces que una tenista patria, de apellido Muguruza, había alcanzado la final de Wimbledon, el torneo de la hierba, el estilo depurado y el ropaje blanco. La buena muñeca de Garbiñe, sin embargo, quedó reducida a añicos cuando se topó al final del camino con un ente que dista de todo rasgo terrenal, Serena Williams, que compartió distinción con Novak Djokovic, campeón en la categoría masculina. Ni rastro de Rafa Nadal, condenado por una rodilla pocha. Hablando de raquetas, la onubense Carolina Marín acudió a Indonesia para tomar la disciplina del volante y transgredir un aluvión de normas no escritas.

El último haka de Jonah Lomu

Antes de enfilar el manojo de uvas, un último haka en memoria de un hombre que ya atropellaba antes de sacarse el carnet de conducir. Se fue antes de tiempo Jonah Lomu, placado por una enfermedad nefrítica. El último partido que disfrutó, la final del Mundial entre los Springbox y sus All-Blacks, campeones por segunda ocasión consecutiva, hito en la historia de un deporte noble que una apisonadora sin estrenar se encargó de poner en el escaparate en 1995, en la Copa del Mundo de Sudáfrica.

VAVEL, ladrillo a ladrillo, va edificando un nuevo horizonte aún en construcción. Se entiende que la actividad es el único motor que no gripa en un mundo en el que escasea la razón y no hay chiringuitos donde refugiarse. Recuerden: nadie escucha un grito sordo.

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