Ruanda: la oscura sombra del salvador
Las dudas se acumulan alrededor del presidente ruandés. Fuente: Graeme Robertson, the Guardian.

N.M, que vive actualmente en el Reino Unido, no deja de sorprenderse cuando, debido a su profesión (psicólogo), tiene que tratar a algunos de sus pacientes, adolescentes ruandeses que estudian allí. Su veneración del actual presidente de Ruanda le resulta contradictoria: ‘qué me van a contar ellos (del presidente), yo viví con él nueve años, sé cuándo ríe, cuándo está enfadado, cuándo quiere conseguir algo, incluso llegó a pegarme’. Muchas de estas posturas son fruto de las semillas educativas plantadas por el gobierno ruandés, que se hizo con las riendas del país después de un mortífero conflicto.

El conductor del país tras el genocidio

En 1994, muchos de los acuerdos adoptados tras la II Guerra Mundial quedaron enterrados para siempre. La voluntad de prevención de los genocidios, aprobada en 1948, quedó puesta en entredicho por la pasividad de las Naciones Unidas ante una de las peores tragedias del siglo XX: el genocidio tutsi en Ruanda, que acabó con la vida de unas 800 000 personas. Muchas de sus consecuencias, como los campos de refugiados, las represalias contra los hutus o el pillaje por los minerales en el este del Congo, aún marcan la frágil situación de la zona.

El Frente Patriótico Ruandés (FPR), formado por guerrilleros tutsi – cuyos líderes, como Kagame, se formaron en la fronteriza Uganda-, resultó vencedor de un conflicto que hundió la economía, la sociedad y la vida de un país que perdió a más de un 10% de su población en apenas tres meses. Muchos de los interhamwe (extremistas hutu que promovieron y ejecutaron las matanzas) huyeron, en parte gracias a la operación Turquesa creada por Francia, que les facilitó el camino de salida hacia la RD del Congo donde han formado milicias como la FDLR (Forces de Liberation Democrátique de Rwanda), aún en activo. Si el genocidio ha agitado la violencia en los países vecinos, la prevención de otra situación similar ha sido la obsesión del líder del país de las Mil Colinas. Alabado por personalidades políticas como Bill Clinton o Tony Blair, la reputación de Kagame en el panorama internacional contaba con poderosos padrinos, y alguna que otra famosa voz crítica: Paul Rusesabagina, cuya historia fue hecha película ('Hotel Rwanda', dirigida por Terry George), es uno de los detractores del gobierno actual.

'Tras el genocidio, Kagame fue visto por Occidente como el gran estadista que necesitaba Ruanda'

Con la misma diligencia mostrada tras el conflicto para cubrir la zona, los medios de comunicación internacionales dieron por buena durante años la reconciliación en Ruanda. Su flamante líder político prohibió las identificaciones tribales en los documentos de identidad y reforzó el concepto de nacionalidad para diluir posibles erupciones étnicas. Empresas como Starbucks aterrizaron para interesarse por la producción cafetera, uno de los símbolos agrícolas del país; el país caminaba poco a poco hacia la cohesión social – algo difícil en un país donde verdugos y víctimas tienen que convivir en los mismos vecindarios-, y Paul Kagamé era descrito por el expresidente estadounidense Bill Clinton (en la Casa Blanca cuando el genocidio ocurrió) como ‘uno de los mejores líderes de nuestro tiempo’.

Detrás del carisma, más brutalidad

Sin embargo, la visión de N.M dista de ser la que se reflejó durante años en el mundo occidental. Soldado del FPR desde los 16 años, justifica su temprano alistamiento con un escueto ‘Hay algunos lugares donde tienes que crecer más rápido’, y resume lo vivido irónicamente: ‘tengo menos de 40 años, pero con todo lo que me ha pasado es como si tuviera más de 70’. Convencido por el impulso hacia la democracia que creía defender, N.M fue parte del ejército que echó del país a los ideólogos y seguidores del ‘Hutu Power’, que promovía la supremacía hutu y limitaba el acceso de los tutsi a la educación mediante cuotas. Después de la guerra actuó como guardaespaldas de Kagame durante años, hasta que en 1999 tomó una decisión: abandonar su trabajo y explicar algunas de las historias ocultas del presidente. El gobierno no tardó en actuar: al año siguiente ya estaba en la cárcel.

Finalmente escapó y se estableció en el Reino Unido, donde vive actualmente. Sin embargo, sus problemas no han acabado y ha chocado con uno de los principios más sólidos de la administración Kagame: la restricción de la libertad de expresión. El medio que decidió crear, Inyenyerinews –que repasa la política del país desde un punto de vista muy crítico- ha sido hackeado y cerrado dos veces por los servicios de inteligencia ruandeses, solo su insistencia ha permitido que el proyecto siga adelante: ‘la última versión lleva funcionando desde hace un tiempo, pero ya veremos cuánto durará’. Su redactor-jefe, que conseguía y redactaba algunas exclusivas in situ, fue disparado en Uganda, y el exguardaespaldas declara que se hace difícil reemplazar a un periodista si uno sabe que hay este tipo de condiciones.

'En Ruanda, si eres crítico o pones algo en duda, por la noche ya te han pegado un tiro' N.M

Si la primavera árabe fue una muestra del clamor de millones de ciudadanos por el cambio, N.M no cree que un levantamiento similar se pueda producir en su país: ‘Mubarak era un dictador, pero no mataba absolutamente a todos sus opositores, en Ruanda si eres crítico o pones en duda algo, por la noche ya te han pegado un tiro’.

Respecto al rol que el genocidio aún juega en la política del día a día en Ruanda, el expatriado ruandés comenta que los diferentes líderes han procurado reavivar siempre las divisiones étnicas con finalidades políticas: Kayibanda (presidente entre 1960 y 1973) dio el poder a los hutus y desplazó al resto; Habyarimana frenó la educación universitaria para los tutsi y les quitó sus granjas; Kagame, según nuestro testimonio, tampoco es diferente en ese aspecto: ‘está usando como bandera a algunas de las víctimas para mantener vivo el estigma del genocidio, incluso algunos niños que han nacido después del genocidio aún cuentan con el trauma de esa época’. Bajo su punto de vista ‘mantener viva la posibilidad de que otro genocidio podría suceder es clave para poderse mantener en el poder’, un recurso que Kagame, cuyo mandato expira en 2017, no ha dudado en utilizar.

Su papel en la política regional

Ruanda ha visto como, en los últimos tiempos, las ayudas internacionales disminuían a medida que los informes de la ONU revelaban su implicación en los conflictos que aún asolan la RD del Congo. La cooperación para el desarrollo era invertida en milicias como el M23, uno de los grupos más activos en la zona del Kivu - y que no participó en las últimas conversaciones para la paz en la zona-, y esto propició que países como Holanda o el Reino Unido cortaran de raíz las aportaciones económicas que enviaban al país africano. Incluso Barack Obama, presidente de los EE UU, avisó a Kagame de que su país podría seguir a las potencias europeas usando la misma estrategia si la actividad del M23 no cesaba.

'Ayudó a Kabila y, seguidamente, lo quiso derrocar (...) la guerra provocó más de 5 millones de muertos'

Su papel en las guerras en la zona de los Grandes Lagos no es residual: ‘La segunda guerra del Congo empezó por las ansias de Kagame de convertirse en el hombre más poderoso de la zona, su ambición por contar con los recursos del país vecino fue clave para el comienzo del conflicto.’ La primera guerra del Congo, con Ruanda en uno de los bandos, acabó con la dictadura de Mobutu y alzó a Laurent Kabila -un militar que el Che Guevara llegó a calificar como ‘demasiado vago y poco preparado para la lucha'- como nuevo presidente de la RD del Congo. Una riña por el reparto de armamento fue clave para el nacimiento de otro conflicto más sangriento. ‘Kabila contaba con que Kagame le cedería 48 camiones Nissan 4x4, 80 jeeps Land Rover y armamento, pero Kagame solo entregó la mitad y se quedó con el resto.’ Como respuesta, Kabila ordenó que las fuerzas ruandesas presentes en el Congo, dirigidas por James Karabebe –actual ministro de defensa ruandés-, fueran expulsadas. Esto hizo que creciera la tensión en ambos bandos: ‘Paul Kagame acabó ordenando que se atacara al presidente que él acababa de ayudar a subir al poder. Todo el mundo apoyó la idea porque creía que en el Congo podría enriquecerse de forma muy fácil gracias a los dólares americanos y los minerales’.

Kabila, por su parte, estaba armándose con la ayuda de Zimbabue y Angola, algo que cogió por sorpresa al ejército de Kagame: ‘la primera guerra fue más fácil, Ruanda contaba con el apoyo de Zambia, pero en la segunda ocasión no fue así, el presidente Chiluba (de Zambia) había participado en la primera para echar a Mobutu, un dictador, y no veía porque tenía que entrar de nuevo ahí’. Hubo muchas bajas entre los ruandeses, aquello fue la chispa inicial de un conflicto -la segunda guerra del Congo o Guerra Mundial Africana- que acabó con más de 5 millones de muertos, la cifra más alta desde la II Guerra Mundial.

Kagame (izq), Museveni (centro) y Joseph Kabila (derecha). Fuente: provincenordkivu.org

La paz en la zona es inexistente ahora mismo, y la proliferación de líderes autoritarios (Kagame en Ruanda, o Museveni, desde 1986, en Uganda) o polémicamente electos en las urnas (Joseph Kabila, presidente desde el asesinato de su padre en 2001, en la RD del Congo), no ayuda a una mejora de la situación, aunque las guerras estén teóricamente finalizadas desde hace años –la Guerra Mundial Africana cesó en 2003-. Pese a la continuación de la violencia, N.M cree que las batallas, al menos en Ruanda, se van situando en otros frentes: ‘Ya no hay más guerra en el interior de mi país, ahora la batalla está en las palabras. Las armas de Kagame son la manipulación de los medios o la politización del deporte, y está invirtiendo muchos esfuerzos en esa dirección. Yo quiero luchar contra esto, no porque quiera ser político, simplemente quiero que se conozca la verdad y podamos tener una democracia por fin’. Es la enésima cruzada de una zona cuya riqueza mineral ha sido, paradójicamente, la mayor de sus condenas.

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