Guinea Ecuatorial: el olvido español en África
Durante 83 años, Guinea Ecuatorial fue colonia española. El paso de los años ha ido tejiendo una relación ambivalente. Fuente: carlesvinyas.wordpress.com

Pese a una intencionada política de olvido al respecto, nadie podrá borrar nunca el papel de las potencias europeas en África. A lomos de una segunda revolución industrial sedienta de materias primas, y justificándose en una superioridad moral autoadjudicada, los jefes de estado europeos culminaron el reparto del continente en 1885, en la conferencia de Berlín. Británicos y franceses se llevaron la mayor parte del botín, Leopoldo II, por su parte, construyó su propio imperio en el Congo, y el resto de países se conformaron con regiones más pequeñas. Pueblos enteros fueron masacrados, sólidas estructuras de gobierno quedaron destruidas, y tribus enemistadas tradicionalmente pasaron a formar parte del mismo país. En otros casos, las rencillas tribales fueron incentivadas por los propios europeos, para manejar más fácilmente a una población irremediablemente condenada a ser mano de obra barata: su condición de africanos y negros les condenaban ante la mirada ambiciosa de la civilización europea y la indiferencia de sus ciudadanos.

España se hizo con territorios en el norte (parte de Marruecos y el Sáhara Occidental) y el centro del continente (Guinea Ecuatorial). Este reducido imperio colonial duró hasta 1976, cuando España cedió la soberanía del Sáhara Occidental a Marruecos y Mauritania, causando un conflicto político cuyas consecuencias aún pagan los ciudadanos saharauis. Si Francia destaca por su agresividad –la brutal represión de Argelia y los múltiples asesinatos de presidentes son su carta de presentación-, o el Reino Unido por su desigual reparto de la tierra entre blancos y negros, España se ha caracterizado por el abandono total de sus colonias a manos de sátrapas o países invasores con poco respeto por los derechos humanos de sus ciudadanos. Guinea Ecuatorial, desde que proclamó su independencia en 1968, ha vivido bajo el dominio de dos dictadores procedentes de la misma familia: Francisco Macías Nguema y Teodoro Obiang Nguema Mbasogo.

Tres enemigos: la metrópolis, la cultura y los intelectuales

A finales de 1968, Guinea Ecuatorial se convirtió en la segunda colonia que se independizaba de España (el protectorado español de Marruecos lo había hecho en 1956), inmiscuida ya en el periodo del tardofranquismo. Un gobierno de coalición presidido por Francisco Macías fue el primer encargado de liderar al país; Macías creció políticamente apoyado por los administradores españoles, que confiaban en poder convertirlo en un aliado fiel y fácilmente influenciable. Su carrera como funcionario en la Guinea colonial fue un fracaso: suspendió los exámenes requeridos en tres ocasiones, y solo los superó en su cuarto intento gracias al favoritismo de las autoridades españoles. Paradójicamente, pese a ser aupado a posiciones de poder por los españoles, Macías fue, con el paso de los años, acumulando un intenso odio contra la metrópolis, los intelectuales y cualquier tipo de cultura extranjera. Cuando llegó al poder y se vio suficientemente capacitado, estableció una dictadura militar en contra de esos tres conceptos.

Los años de Macías destacaron por una violencia sin límites

El mandato de Macías puede definirse con sus ataques de furia. Su ira, en 1969, al ver que aún ondeaban banderas españolas en Bata provocó una oleada antiespañola. En poco tiempo ya no quedaban apenas españoles en Guinea Ecuatorial: maestros, técnicos, funcionarios y trabajadores de todo tipo dejaban atrás el país. Este hecho, junto a la política restrictiva que aplicó España desde la independencia de la colonia –vació sus cuentas bancarias e incumplió los acuerdos de bilateralidad entre ambos países-, creó un clima de inestabilidad en el país que, junto al voluble carácter de su presidente, encaminaba a Guinea al desastre. Cuando Ndongo Miyone, ministro de exteriores, le sugirió acabar con la espiral de violencia, fue acusado de conspirar contra Macías y castigado duramente: acudió a la llamada al palacio presidencial, donde le apalearon hasta romperle las piernas para, finalmente, ser asesinado en la cárcel.

Para asegurar su influencia dentro del gobierno, Macías borró del mapa a diez de los doce ministros en activo y los sustituyó por miembros del clan Esangui. Su clan. Entre ellos estaba su sobrino Teodoro Obiang Nguema, al mando del ejército nacional. La familia de Macías y sus allegados ocupaban cargos aleatoriamente, sin importar su nivel intelectual para llevarlos a cabo o la incompatibilidad de estos: todo el esquema político, social y económico giraba a alrededor del jefe del estado. Cualquier atisbo de intelectualidad o disidencia fue reprimido mientras el país quedaba aislado en el panorama internacional. Los principales aliados de Macías fueron China y Corea del Norte – poco antes de su ejecución, sus hijos fueron enviados a Kim Il Sung, y ambos fueron educados en los principios del movimiento juche. En pleno ambiente de Guerra Fría en el continente africano, Macías eligió la versión más oriental de las tesis comunistas -cuando el conflicto entre prosoviéticos y chinófilos estaba más vivo que nunca.

Viendo el panorama nacional, los nuevos funcionarios decidieron actuar: habían sido designados por el propio Macías, pero creían que la política represiva del gobierno estaba acabando poco a poco con el porvenir de Guinea. En 1976, en una acción conjunta -114 personas-, los últimos funcionarios del país decidieron firmar una carta pidiendo una apertura del régimen para evitar su caída: todos fueron arrestados y torturados, y muchos desaparecieron para siempre. Guinea Ecuatorial llegó a un punto catastrófico: el país estaba parado y los únicos en cobrar regularmente eran el presidente, el ejército y la policía. El director del banco central del país había sido ejecutado en 1976. Sin embargo, el país entero estaba rendido al culto a la personalidad de Macías, reverenciado como ‘Padre de todos los guineanos’, ‘Enviado de Dios’ o ‘El único milagro’. Con la misma brutalidad que impuso durante 11 años, Macías fue depuesto y condenado a la pena de muerte por su sobrino Teodoro Obiang en 1979. El país se había vaciado literalmente: su legado dejó 50 000 muertos y más de 100 000 exiliados en un país de 300 000 habitantes.

Mismo control familiar; política exterior distinta

Teodoro Obiang Nguema Mbasogo lideró Guinea durante tres años a través de una dictadura militar. En 1982 Obiang fue elegido presidente por el consejo que él mismo había formado, se aprobó una nueva constitución y, dos años después, el país pasó a usar el Franco CFA, la moneda usada por los países de la órbita colonial francesa. En el exterior, Obiang optó por pactar con aquellos países que, a cambio, le pudieran ayudar a enriquecerse y perpetuarse en el poder. A través de las multinacionales que explotan el petróleo de Guinea –cuyos yacimientos fueron descubiertos durante los 90-, se podría tildar a Obiang de pro-occidental –Francia, España o los EE UU han sido sus principales socios comerciales. Sin embargo, la construcción de infraestructuras le ha llevado a firmar pactos de cooperación con China. Obiang definió en una entrevista con la BBC a finales de 2012 su forma de actuar:

‘Yo hago una vida política realista (…) me voy a China porque me dan un préstamo de 2000 millones que en otros lugares no me dan (…) en todo esto no se mezclan los problemas políticos. Es su política y yo no soy nadie para decir si está bien o no.’

Si en los 90 la mayoría de países africanos legalizaron los partidos opositores y celebraron elecciones, Obiang consiguió salvarse de la quema que dejó atrás a la vieja guardia de la política africana. Tras fingir este proceso –para continuar recibiendo fondos de Francia y España, principalmente- y legalizar al partido opositor, encarceló después a Severo Moto, su principal adversario político en las elecciones que ganó con más de un 80% de los votos. Moto preside actualmente el gobierno de Guinea Ecuatorial en el exilio, aunque tampoco se libra de la polémica: según los papeles de Bárcenas cobró en ‘B’ del PP para financiar su campaña electoral. La trayectoria política de Moto incluye varios papeles relevantes –ministro, director de periódico- durante la dictadura de Macías.

Obiang, sin llegar a los niveles de brutalidad de Macías, es considerado uno de los grandes tiranos del África contemporánea. Según Amnistía Internacional, la persecución de la oposición política, los juicios arbitrarios, la corrupción o la falta de libertad de prensa han sido algunos de los males endémicos del país durante el mandato del caudillo guineano. Antes y después de grandes actos de propaganda política –la reunión de la Unión Africana, la Copa de África de Naciones o el amistoso contra la selección española-, la represión de la disidencia es necesaria para mantener la imagen que Obiang (en la foto, con Barack Obama y su familia) quiere mostrar al mundo.

Después de tres décadas en el poder, Obiang no considera la posibilidad de renunciar al poder, y zanja el tema asegurando que debe ser el pueblo quien decida el fin de su carrera política. Por el camino, él y su familia han amasado una fortuna personal mostrada a través de sus múltiples palacios presidenciales, los coches deportivos de su hijo Teodorín o el brillo fantasma de Sipopo, un lujoso hotel de Malabo. El tercer productor de petróleo africano se balancea entre la abundancia de su pudiente clase política y la economía de subsistencia de la mayoría de su población.

España, Francia ¿Estados Unidos?

La pugna por el petróleo está en juego. Francia ganó, con el paso de los años, influencia sobre Guinea Ecuatorial en detrimento de España, hasta tal punto que el país africano forma parte de su unión monetaria y, en algún momento, ha llegado a meditar sobre su integración a la francofonía. La entrada de capital americano, a través de la compañía ExxonMobil, introdujo un nuevo jugador a la partida. Ambas relaciones se han enrarecido después de la apertura de procesos legales contra Teodorín Obiang en Francia y los EE UU por apropiación ilícita de bienes. El gobierno de Malabo afirma que este ha hecho su fortuna gracias a sus negocios en Malasia con la industria maderera. En esta rendija diplomática parece que podría entrar, de nuevo y más de medio siglo después, el gobierno español. Obiang, que no viaja a España desde 2006, recibió esta semana a un alto cargo político de la administración Rajoy, el primero que pisa suelo guineano desde que el gallego es presidente. Esto, junto al amistoso que la selección española jugará en unas horas, parece demasiada casualidad para un país con tan poca memoria para las colonias que abandonó a su suerte.

El balón rodará sin pudor en una tierra tan inmensamente rica que ha sido condenada a la pobreza extrema. Los integrantes de la Roja al completo, modelos para tanta gente, mirarán hacia otro lado, escondiéndose en la supuesta neutralidad que les da ‘no mezclar fútbol con política’, confundiendo la dedicación a una profesión con negar su condición de ciudadanos. Y cuando acabe el partido, en Bata, Malabo o Añisok, un millón de guineanos seguirán bajo la sombra del último tirano de la vieja guardia africana. Y la vida seguirá su curso, al ritmo que marque Obiang.

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